jueves, 10 de noviembre de 2011

La cocina de mi madre

Cuando yo era niña, por alguna razón, a mi madre no le gustaba que nos metiéramos en la cocina para ayudarla a cocinar, siempre decía que no quería que oliéramos a cebolla. A pesar de esta circunstancia, la cocina siempre fue uno de mis lugares favoritos, además como mi madre cocinaba muy bien, los aromas y los procesos que se llevaban a cabo en ese "laboratorio" siempre fueron motivo de curiosidad para mí.

Las cocinas de campo, con carbón o leña me resultan fascinantes, nada de evocaciones de los cuentos infantiles con brujas batiendo misteriosos brebajes en un enorme caldero en medio del fuego y el humo de una oscura pocilga; a mí traen el recuerdo de aromas, sabores reconcentrados de vasijas de barro, envueltos en el inconfundible sabor a humo emanado de la leña o el carbón; estos elementos le aportan sabor y características muy especiales a los alimentos y mi madre tuvo de estas cocinas en alguno de los tantos lugares donde vivimos. A medida que yo crecía tenía más oportunidad de meterme a la cocina y espiar las habilidades culinarias de mi madre. Era un estilo de cocina... digamos... rústica, nativa, auténtica, de la tierra de nuestros abuelos donde ella se había criado.

Cuando sali de mi casa y fui a vivir a otros países, aprendí por ejemplo, que la mayoría de la gente tomaba otros desayunos muy diferentes de los míos, era común el cereal de trigo, maíz, o arroz,, el pan dulce, el yogurt y las famosas y prácticas cajas de cereal que pueblan los comedores de la modernidad. Los desayunos de mi infancia y mi juventud temprana, consistían en chocolate caliente bien batido, espumoso y aromático; arepas con queso, o buñuelos dorados y deliciosos, o pandebono, un tipo de panecillo hecho con harina de maíz y bastante queso. horneados a alta temperatura. Pero también preparaba mamá unos deliciosos plátanos verdes, fritos y machacados después sobre una piedra adecuada para tal fin, hasta quedar convertidos en una deliciosa masa moldeable y suave. Esto se comía acompañado de huevos revueltos con cebolla y tomate y no pocas veces se acompañaba también de carne guisada. Eran desayunos muy variados y maravillosos, llenos de sabores tropicales. Por todas estas fragantes razones, nunca he podido disfrutar del desayuno civilizado que después conocí en otras culturas.

Solamente en México disfruté de desayunos a mi gusto, aunque con elementos diferentes. Siempre que teníamos un desayuno de trabajo, yo preguntaba qué clase de desayuno sería ese, porque si iba para encontrar yogurt, cereal y fruta picada, prefería dormir hasta un poco más tarde. Los desayunos mexicanos me encantaron: chilaquiles verdes o rojos, tamalitos, huevos rancheros, tacos, etc, etc, etc. No quiero nada dulce en mis desayunos, excepto el chocolate, aunque los mexicanos tienen una deliciosa variedad de panecillos dulces para acompañar esta comida tempranera.

Pero quiero volver a la cocina de mi madre; ella solía preparar una buena variedad de deliciosas sopas para el almuerzo, eran en sí mismas una comida completa, recuerdo la sopa de masitas, con alverjitas verdes, cebollas, cilantro. Estas sopas siempre las hacía en una base de sustancioso caldo de huesos bien carnosos, o de caldo de gallina, al final preparaba una masa de maíz amarillo de buen sabor y con las palmas de las manos elaboraba algo así como delgados palitos de masa que añadía a la sopa y dejaba hervir por un rato más. La sopa de cuscus, era otra de mis favoritas, sin contar el suculento sancocho de gallina.

Estas sopas y muchas más que no menciono eran sólo parte de la comida del medio día, después venía el arroz con carne guisada, o con pollo en salsa, vegetales bien aderezados y los infaltables plátanos verdes fritos, ya fuera como patacones o en rodajitas; también eran frecuentes los plátanos maduros asados y rellenos de queso fresco. Me parece que comíamos bastante, pero las largas caminatas de aquellos tiempos, la comida casera cocinada con tiempo y el placer de comerla en buena compañía, nos mantenían bastante saludables.

En las cenas generalmente había algún tipo de panecillos como los que ya mencioné o arepas acompañadas de algo como carne con vegetales guisados, maravillosos envueltos de choclo o tamalitos de maíz tierno, como les llaman en otros lugares, y una buena taza de chocolate. Otra bebida común de mi infancia para esta hora de la cena era preparada con panela puesta a hervir en un olla especial con canela y clavos de olor. Se dejaba hacer tan dulce como se deseara y se tomaba añadiéndole un chorrito de buena leche fresca. También se le podía añadir en lugar de leche, unos buenos trozos de queso freco y entonces se tomaba con una cuchara. Era nuestra famosa aguapanela que también servía como efectiva medicina en caso de un fuerte resfriado y entonces se servía con bastante jugo de limón. Una humilde bebida típica, presente siempre en muchos hogares, tanto como el chocolate o el café, pero por alguna razón, éste último no era el favorito de mis padres.

Mamá preparaba también deliciosas conservas de frutas, estas se acompañaban con una pequeña porción de queso fresco, o con alguna rosquilla de consistencia suave y deliciosa para mojar en la miel de las conservas. Ella era sumamente creativa en la cocina, le encantaban los postres y a medida que se empezaban a importar recetas y comidas de otras culturas, mamá adoptó también los pasteles, o tortas como se les llama en mi país, aquellas que son hechas a base de harina, mantequilla y huevos, como el pastel de chocolate, o de vainilla, etc. los cuales también le quedaban muy buenos.

Un día llegó mi padre con una gran novedad, un amigo lo había invitado a comer a su casa, y allí había probado una ensalada de repollo que tenía mayonesa; tanto le gustó que le pidió a la señora el nombre del ingrediente y desde ese día mi madre preparaba deliciosas ensaladas de repollo, lechuga y demás, con aderezos de mayonesa. ¡Habíamos descubierto este imprescindible y famoso elemento culinario!.

Había una bebida muy especial que mamá preparaba ocasionalmente: sabajón; era verdaderamente especial y deliciosa, preparada con leche, muchos huevos batidos, añadidos después a la leche caliente mientras se batía vigorosamente; era aromatizada con esencia de vainilla y tan dulce como a mi madre le gustaba. La preparaba, siempre que lo hacía, para la hora de la cena. ¡Exquisita!. Creo que llevaba también algún chorrito de licor, porque en ocasión de esta bebida, las tertulias de sobremesa eran más largas y las historias más fantasiosas.

Mientras recordaba la navidad de mi infancia, hablé de los tamales de mi madre, únicos de verdad, y las empanadas complementadas con un delicioso ají con cebolla y cilantro finamente picados, son las mejores empanadas del mundo, preparadas con una masa de maíz amarillo, el relleno tiene una mezcla de papa amarilla picadita con carne o pollo y alverjas. Este relleno debe permanecer jugoso una vez terminada la preparación de las empanadas que terminan por freirse en aceite caliente. Relato estas memorias con todo respeto y consideración por mis amables lectores, pues todos tenemos recuerdos maravillosos de la cocina de madres y abuelas cuyas inigualables habilidades culinarias hicieron las delicias de las reuniones familiares.

Mi madre decía que "recordar es vivir"; creo que es cierto, cuando hacemos memoria valoramos de manera especial y amorosa algo de lo que nos legaron padres y abuelos y reconocemos una vez más el amor y la dedicación que tuvimos la fortuna de disfrutar. Las comidas, por sencillas que fueran, eran una de las formas que las mujeres tenían para expresar amor por los suyos; precisamente el elemento fundamental para una comida deliciosa. Ahhhhh, ¡qué tiempos aquellos!

domingo, 6 de noviembre de 2011

Mi padre

De espíritu emprendedor, alegre, trabajador incansable, malhablado incorregible, padre de familia, conversador ameno de gran imaginación, un verdadero narrador del "realismo mágico" cuando aún éste no se había inventado.

Me hubiera encantado tener la posibilidad de grabar todas sus historias, sólo recuerdo algunas; sus hermanos, primos, tíos y otros parientes nos visitaban ocasionalmente, lo cual me dio la oportunidad de notar que el talento para la conversación era un asunto de genética familiar. Esas reuniones cuando ellos venían eran realmente memorables, y lo que recuerdo de mi infancia y juventud como elemento permanente entre nosotros, era la conversación. Casi llegué a sentir que el silencio era poco menos que ofensivo, o cuando menos descortés, cuando había varias personas juntas. Los adultos hablaban mucho, y también eran atentos y buenos para escuchar a quien tenía la palabra. En mi tierra hay un dicho para cuando alguien habla largamente sin dar a otro la oportunidad: "X., toma la palabra y se sienta en ella".

Cuando leo a García Márquez o a Alvaro Mutis, no puedo menos que recordar a mi padre, no sólo como protagonista, sino también como narrador. En uno de sus relatos favoritos, contaba sus andanzas por el gran río Amazonas cuando era un joven en la marina; nos sorprendía con las descripciones del paisaje y los escenarios. Nunca he olvidado el incidente de una comida en el barco con sus compañeros: Si se les acababa la ración de carne, debían cazar, y por supuesto que la abundante fauna de la selva les proporcionaba muy variadas oportunidades, aunque poco ortodoxas, para alimentarse. Se preparaban para dispararle a unos monos que podían avistar en los árboles más cercanos. Uno de los soldados disparó hiriendo a un pequeño monito, que sin embargo no cayó al agua, sino que se aferró de la rama que lo sostenía. Se produjo una gran algarabía entre los demás monos, una hembra se acercó inmediantamente al herido, lo tomó en sus brazos, y con gran angustia arrancaba hojas e intentaba detener la hemorragia del animalito... Mi padre asegura que la carne de mono es bastante sabrosa. Yo sentía verdadero rencor hacia los insensibles marinos.

Mi padre se enorgullecía de ser el proveedor de su familia; no éramos gente rica, pero no éramos pobres, nada nos faltó, ni siquiera educación que en aquellos tiempos, era a veces un lujo.Tenía mi padre sus problemas con las cuestiones del "buen decir"; considerando que él no había tenido oportunidad de mucha escuela y sus hijos estaban estudiando, a veces nos dábamos el lujo de hacerle alguna corrección: papá, no se dice "yo me esforzo", sino, "yo me esfuerzo" . ¿Ah, si? contestaba él, se dice "yo me esfuerzo" en lugar de "yo me esforzo"; y volvía a repetir la frase corregida como reflexionando y después declaraba con autoridad: "pues a mí me parece que así como ustedes dicen se oye muy mal" y lo seguía diciendo como a sus finos oídos les complacía, sin hacer caso de más.

Utilizaba un sinúmero de dichos para ilustrar sus conversaciones, le gustaba leer y en ocasiones nos sorprendía con alguna cita interesante, aunque sus dichos eran nuestros favoritos, mucho más graficos, divertidos y llenos de sabiduría. Era amigable y extrovertido como nadie, al punto de entablar conversación con un extranjero cuyo idioma no conocía, como un hombre alemán que se encontró una vez y que acabó llevando a casa y se quedó a vivir allí como un año.

Tenía mi padre unos amigos que apreciaba mucho, eran hermanos de un amigo de su juventud, dos sacerdotes jesuítas, si mi flaca memoria recuerda bien la órden religiosa a la que pertenecían; eran dos hombres eminentes, profesores universitarios, sumamente cultos y a la vez muy sencillos, con la nobleza y generosidad de los sabios. Nos visitaron en nuestra casa en varias ocasiones. Pero una de esas visitas quedó grabada en mi memoria para siempre.

Los sacerdotes vestían sus sotanas, como era común en aquellos tiempos, y complementaban su vestimenta con un crucifijo grande colgado al pecho. Pues mi padre, inspirado quizás por la presencia de los evidentes crucifijos, les soltó este verso memorable: "En tiempos de bárbaras naciones, colgaban de la cruz a los ladrones, y hoy que estamos, en tiempo de las luces, de los ladrones, cuelgan las cruces". Recuerdo con toda claridad la reacción de los sacerdotes; se miraron uno al otro sorpendidos y estallaron luego en una sonora carcajada, mi madre se levantó de la mesa muy abochornada con la excusa de traer algo de la cocina, y la conversación continuó animada por buen rato más. Me quedaba claro que la intención de mi padre no era en absoluto ofender a sus ilustres huéspedes, sino quizá llevarlos a alguna reflexión o conversación que a él le interesaba, y al parecer los buenos amigos asi lo entendían también.

Vivíamos en el sur del país y mi papá deseaba comprar un carro, una camioneta para poder llevar a su famila y para desarrollar cierto proyecto que tenía en mente, y como seguramente era demasiado dinero para sus posibilidades, se dispuso a fabricarlo. El era un hombre con mucha inventiva, creo yo que muy inteligente, nos sorpendía con soluciones a nuestros problemas del libro de álgebra de la secundaria, a las cuales llegaba con intrincados cálculos mentales. Llegaba a la respuesta correcta, pero no podía indicarnos el proceso. Por aquellos años, en mi país llegó a estar prohibida la importación de autos, lo cual dio lugar al desarrollo de la industria nacional y de todo el ingenio y habilidad de los mecánicos que eran capaces de crear las piezas para reparar los autos americanos de antes de la prohibición y mantenerlos andando y en perfectas condiciones sin importar cuán viejo fuera el modelo. "La necesidad es la madre de la industria" decía mi padre.

Una tarde, papá llegó muy contento a casa; todos salimos a ver la novedad: acababa de comprar un chasis sobre cuatro ruedas y su entusiasmo era tal que ya lo llamaba "la camioneta". Pocos días después, con la ayuda de sus amigos mecánicos, consiguió un viejo motor, un radiador, unos amortiguadores, tuercas más, tuercas menos y pasaba en el taller todas sus horas libres desarrollando su "modelo".

No tardaron mucho en echarlo a andar y lo trajo a casa con la intención de darnos "el primer paseo en la camioneta" Ojalá pudiera dibujarlo, que así lo describiría mejor. Era sólo el chasís con la transmisión, motor y radiador al frente, con su respectivo timón de manejo, montado sobre cuatro ruedas; supongo que también tenía frenos y faltaba toda la carrocería y los asientos, Pero mi papá no se desanimaba por pequeños detalles. Había atravesado cuidadosamente unas tablas para sentar a sus cuatro pequeños, y en otra delante de nosotros irían él y mi madre.

Ëramos solamente unos niños y alegremente nos acomodamos en esa especia de "híbrido motorizado"; no era muy seguro, es cierto, pero daríamos sólo una vuetecita alrededor de la casa. Demás está decir que fuimos la diversión de cuantos nos veían pasar; a los niños no nos importaba, me pregunto cómo se armaba de valor mi madre para acompañar a mi padre en sus excéntricas aventuras.

Debo decir que papá consiguió ponerle al carro la carrocería y los asientos, lo cual lo convirtió en una verdadera camioneta con buena capacidad para toda la familia, y en la cual hicimos no pocos viajes por las cordilleras visitando las aldeas con la mercancía que papá vendía en los mercados de los domingos.

Mi padre era incansable y emprendedor, no se si la lista que intento haga honor a todo lo que hizo en intentó hacer a lo largo de su vida. Fue mayordomo, socio de un cura en la administración de procesiones e indulgencias y una distribuidora de ladrillos; tuvo una tienda bien surtida, que conservó con mucho éxito por algún tiempo hasta que mi hermana menor enfermó y los médicos recomendaron llevarla a vivir a un lugar de clima frío. Entonces vendió todo y nos fuimos al sur del país. Allí tuvo una fábrica de ladrillos, fue cacharrero en los mercados campesinos y después montó una fábrica de granito y materiales finos para fachadas y pisos, tuvo una finca grande en la cual fue agricultor, alguna vez buscó unas minas y fue adepto fervoroso de la medicina naturista, aconsejando y "recetando" con verdadera vocación.

Nos enseñó el valor del trabajo, a ser "comedidos" frente a cualquier necesidad de ayuda, nos decía siempre: "el que es comedido, se gana lo que está escondido". Lo visité hace poco, en el pueblecito donde vive, nunca le gustó vivir en las ciudades, ahora es un ancianito tranquilo, atento y servicial como siempre pero disminuído en sus facultades a causa de la edad. Siempre me conmueve mucho visitarlo y conversar con él. Considero que fue un buen padre, nunca nos desamparó mientras lo necesitamos.

Escribo esto pensando en mis hijos y en mis nietos, pensando en que necesitarán conocer algo de sus antepasados para encontrar o afirmar su identidad, saber de dónde vienen, conocer a los ausentes.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Navidad

Se avecina una época hermosa, y además estoy en una época de la vida en la que se busca atesorar los recuerdos, hacer memoria y fijarlos para convertirlos de alguna manera en algo real que podamos compartir con otros, al menos con los nuestros en la intimidad de la familia, lo cual podría aportar quizás un poco de cohesión e identidad a las nuevas generaciones.

La navidad me trae evocaciones muy gratas porque sin duda tengo que agradecer el haber tenido una niñez con buenos recuerdos. En los tiempos de mi infancia en mi pais, la navidad no era el asunto eminentemente comercial que es hoy en día. La globalización y los avances increíbles de las comunicaciones han hecho que muchas sociedades adopten formas nuevas, costumbres, estilos, ideas, etc. No diré que esto sea negativo quizás en la medida en que podamos conservar las propias, reconocer nuestras raíces, nuestro pasado y transmitirlo con cariño a nuestros jóvenes, nuestros hijos y nietos.

La primera y más distintiva señal de la cercanía de la navidad, en nuestra casa, eran los preparativos que hacía mi madre para el "dulce de navidad" que por cierto solamente se hacía y se comía en esta época del año. Mi madre compraba ya en la primera semana de diciembre las frutas que necesitaba, como los limones, que había que hacer pasar por un proceso más o menos largo de "desamargado" para lo cual los ponía a hervir en una olla grande por varios días consecutivos, cambiando el agua y sacando la pulpa con una cuchara hasta que quedaba solamente la corteza bien delgadita y sin el sabor amargo que le es caraterístico.

En este momento preparaba ya los higos, la papaya, la canela, los clavos y vertía todas estas frutas debidamente cortadas; limones,higos y papayas, en una "paila" de cobre que permitía a las cáscaras de limón recuperar un hermoso color verde brillante. Mucho azúcar y a hervir sobre la estufa por buenas horas hasta llenar toda la casa y el vecindario de un maravilloso olor a conserva de frutas.

Cuando mi madre daba por aprobado el proceso, ya faltarían unos tres o cuatro días para la navidad, o mejor dicho, para la nochebuena, pues en esos tiempos se hacía muy bien la diferencia entre "navidad" y "nochebuena". Empezaba entonces un transitar incansable entre vecinas intercambiando platos y delicias de cada cocina. Mi madre "exportaba" sus delicias entre amigos, vecinos y familiares.

Otra cosa era la preparación de los tamales que empezaba unos dos o tres días antes de la navidad. Los tamales de mi madre no tienen comparación, en sabor y originalidad, y los empezábamos a comer tan pronto estaban hechos y hasta varios días depués de navidad.

¿Y el árbol de navidad? No, en aquellos tiempos, esa "moda" no nos había llegado. Lo nuestro eran los pesebres, estaban en las casas, en las iglesias, los parques, las plazas y en cualquier espacio suficientemente grande para congregar a los fieles y rezar "la novena del Niño", la cual comenzaba, si no recuerdo mal, el 15 de diciembre y terminaba el 24 con el nacimiento del Niño Jesús. Estos hermosos pesebres o "nacimientos", como los llaman en otros lugares, eran confeccionados de acuerdo a la creatividad de los miembros de cada familia. Los había enormes, con derroche de elementos bíblicos, una hermosa aldea entre colinas. con luces dentro de las casitas, uno que otro pozo para sacar agua, camellos, gente con los atuendos característicos del Medio Oriente, pequeños rebaños de ovejas aquí y allá, pastores en las colinas de los alrededores, y en lo alto de la colina más destacada, el pesebre en que se alojaban José y María. Por el largo camino ascendente, los reyes del magos. ¡Era hermoso! me emociona recordarlo. En los días previos a la confección del pesebre, muchos se iban al campo para buscar musgo y diversos tipos de lianas y hierbas con que preparar el escenario. Todo esto se podía encontrar también en los mercados dedicados especialmente a vender todo lo necesario para estas fechas.

Los días, y en especial las noches, se pasaban entre la confección del pesebre familiar y las visitas a los de los vecinos y alrededores y era la excusa perfecta para probar toda clase de platillos regionales como buñuelos, natilla, panecillos, dulces, tamales y mucho más. Las calles de nuestro barrio eran amenizadas por todo tipo de "murgas", grupos musicales autóctonos, que muy ruidosos y acompañados de alegres "diablitos" y otros disfrazados hacían las delicias de los niños y adultos que salían a bailar a la calle a su paso.

Los padres preparaban obsequios para los niños, que como yo los recuerdo, no eran en absoluto ostentosos ni en gran número; cada niño recibía uno o dos modestos regalos, los cuales eran disfrutados al máximo. Por mi parte, me esfuerzo en recordar los regalos que pude haber recibido en navidad, y mi ingrata memoria sólo me trae el recuerdo de una muñeca con una hermosa cara de porcelana, bellamente pintada con grandes ojos y boquita en flor, con el cuerpo de trapo, y vestida con un lindo trajecito; también las manitas y los pies eran de porcelana. Estas características hacían a la muñeca especialmente frágil, razón por la cual, pasaba guardada la mayor parte del tiempo. Recuerdo que mis hermanos recibían carritos de madera pintados con colores brillantes y tengo también el recuerdo de un hermoso perro "salchicha" que se movía con gracia al ser halado por una cuerda que tenía atada al cuello. Estos son los juguetes que recuerdo, supongo que fueron más, pero quizás éstos que menciono, por alguna razón, lograron hacer un "nido" más permanente en mi memoria. Cenábamos la nochebuena y en la mañana de la navidad nos despertábamos a buscar debajo de las almohadas el regalo que nos había dejado el Niño. A "Santa Claus" en realidad, lo vine a conocer mucho después, cuando ya nadie ponía un obsequio debajo de mi almohada.

Era de ley estrenar un vestido nuevo para la navidad, y mi madre se esforzaba mucho porque esto se cumpliera en nuestra casa; el día de navidad todos teníamos ropas confeccionadas por ella para la especial ocasión. Las comidas de cada día de esta bulliciosa y maravillosa época eran acompañadas por largas tertulias en las que mis padres contaban historias, atendían visitas, y recordaban a los ausentes.

Mi madre fue siempre una mujer muy compasiva, y no se olvidaba de los indigentes, especialmente de los niños y siempre buscaba la manera de alegrar alguna familia en necesidad, a los que pasaban por nuestra puerta pidiendo algo, y a los niños que le ayudaban a traer la canasta del mercado. Era la navidad, como ella lo veía, una época para compartir; nosotros éramos testigos y participantes activos pues no pocas veces ella repartía nuestras "pertenencias" entre sus beneficiados.

Yo recuerdo que en casa, nunca nadie comía solo, en primer lugar porque las horas de las comidas estaban bien establecidas, desayuno en la mañana, almuerzo al mediodía y la cena al atardecer; cada comida se servía cuando todos estaban presentes y listos para participar de ella; quizá por eso, me embarga la nostalgia y la soledad cuando tengo que comer sola. Tal vez estamos profundamente influídos por nuestra infancia y hay recuerdos, costumbres que subyacen profundamente en nuestro interior, y de los que no podemos sustraernos.

Hoy las navidades son muy diferentes de las mías, hermosas también, con mucha mezcla de otras costumbres y tradiciones que yo no conocí de niña, que se han ido añadiendo a mi familia con el correr de los años, con las estadías en otros países, con la llegada de otras familias a la nuestra y con tantos cambios e influencias imposibles de soslayar. Ha sido posiblemente una forma de enriquecimiento de costumbres y formas de ver la llegada de la navidad y el fin del año. Ya es familiar para mí, asociar el frío con estas fiestas, y en los últimos años la nieve, que como en las hermosas tarjetas de navidad que admiraba cuando era una jovencita y me parecían irreales, ahora no sólo son reales sino deseables porque es navidad.

Ojalá que el verdadero sentido de estas fiestas, esté presente siempre en los corazones, para que nunca olvidemos que lo importante, lo esencial en ellas es el amor, la mutua compañía y el deseo de compartir lo mucho o lo poco que haya con otros, especialmente el maravilloso don del amor que el Cielo nos dio en Jesús.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Niño migrante

He visto con frecuencia en estos últimos años, lo difícil que puede ser para los niños y sus padres la adaptación a un ambiente nuevo , con el agravante de un idioma nuevo además.

Pero, he visto también que las dificultades de los niños, en nada se comparan con las de los padres, en lo que atañe al aprendizaje de un nuevo idioma. Tanto en unos como en otros, es cuestión de tiempo, pero para los niños la dificultad se reducirá a sólo unos meses. En ellos fluye de manera mucho más natural puesto que están desprovistos de muchos temores, complejos y prejuicios que agobian a los adultos.

Además, es conocido lo que dicen los especialistas en la materia; los niños no tienen aún establecidos patrones linguísticos fijos como los adultos, por lo tanto están mucho mejor preparados para aprender mucho más rápido el nuevo, o los nuevos idiomas. Es verdaderamente sorprendente la cantidad de idiomas que un niño podría manejar con sólo estar colocado en el ambiente propicio para aprender idiomas.

Dije al principio que es una cuestión de tiempo, el niño necesita como con la lengua materna, escucharla primero para poder aprenderla, y después aprender a hablarla. Los padres suelen estar muy ansiosos, porque naturalmente que los niños pueden sufrir un poco de ansiedad y temor cuando se encuentran en un ambiente en el que no pueden entender lo que los demás dicen. Los padres además, quisiéramos evitar a nuestros niños todo sufrimiento, pero no es posible, ni siquiera provechoso para el desarrollo del pequeño.

Tengo un nietecito de siete años, es un niño inteligente y despierto, que aprende con facilidad; es algo tímido, especialmente si no conoce bien el ambiente. Pues bien, cuando fue por primera vez al preescolar, su maestra le reportaba a la madre que el niño permaneció calladito por varias semanas, hacía las cosas que le pedían y desarrollaba las actividades pero sin hablar. De pronto, cuando él se sintió seguro, comenzó a participar y a opinar verbalmente con la maestra y sus compañeritos y en cuestión de meses hablaba en nuevo idioma con fluidez.

Mi nietecita tiene ahora cuatro años y acaba de entrar al preescolar; todos en la familia deseamos un rápido aprendizaje de inglés para la niña y especialmente, que ella no sufra ansiedad y estrés en el proceso; es inteligente y vivaz pero al contrario de su primo, ella es sumamente extrovertida, le gusta la compañia de otros niños y no parece importarle que hablen un idioma diferente. Desde el primer día se esfuerza por comunicarse con la maestra y con sus compañeritos como puede: pequeñas frases, palabras sueltas, gestos, señas, y en general está avanzando a muy buen paso, su maestra informa que se comunica mejor cada día.

Dos niños diferentes en espìritu pero que se muestran igualmente hábiles para aprender un nuevo idioma, al igual tantos otros pequeños. Veo que lo importante es entender el proceso y saber que con toda seguridad la espera no será larga. Necesitan sí del apoyo incondicional de sus padres, de confianza en sí mismos y ánimo diario para superar los días difíciles en tanto pueden ver la luz al final del túnel. Lo que inevitablemente vendrá luego es la batalla por que no abandonen la lengua materna, pero ese es un tema que merece consideración aparte.


miércoles, 11 de mayo de 2011

La vida

La vida se me figura representada por la cosecha. Puede ser abundante y generosa, plena de frutos maduros y dulces,
pero también se cosechan no pocos cardos y espinas ardientes.
La felicidad, ¿no existe acaso?, ¿en qué consiste?.
En un viaje ligero de equipaje, libre de penas, llanto y amarguras cosechados aquí y allá a lo largo del camino;
hay que juntar todo esto, ponerlo al fuego y esparcir las cenizas en el viento.
Reconciliado ya con uno mismo, al fin todo está bien... todo está en paz.

martes, 3 de mayo de 2011

Ayer

Dicen que no todo tiempo pasado fue mejor, y seguramente que es así, pero hay que admitir también que hubo muchas cosas buenas y que tenemos magníficos recuerdos de décadas pasadas.

El mundo de hoy nos maravilla con sus avances científicos y tecnológicos, me siento agradecida por ellos, pero me invade la nostalgia al recordar los tiempos de mi infancia. ¡Cuánto han cambiado las cosas! . En mis tiempos por ejemplo, no había televisión, pero las veladas eran maravillosas.

Recuerdo que mi padre era un gran narrador de cuentos y aventuras que sasonaba muy bien con detalles bastante increíbles de su juventud y sus tiempos como marino en el ejército. Nos contaba sus travesías por el río Amazonas, la forma como aprendió a manejar un carro, los días cuando conocío a mi madre y se enamoró de ella, sus negocios en sociedad con los curas, historias de sus hermanos y familiares lejanos y así, incontables relatos que llenaban las horas antes de irnos a dormir y en las sobremesas de los domingos. Había ocasiones en que dedicábamos las veladas a los cuentos de miedo, con los clásicos aquellos que nos hacían erizar la piel como "la llorona", "el jinete si cabeza", "los vampiros", y a la hora de dormir y apagadas las luces, todos queríamos juntarnos en una sola cama para ahuyentar a los fantasmas de los sueños.

Creo que la imaginación se enriquecía mientras escuchábamos y creo que la televisión ha hecho que las nuevas generaciones pierdan un poco de esto porque ya no hay nada que imaginar, todo está dado en la pantalla, es como ver la película en lugar de leer el libro.

Hay además formas de juegos que se perderán o se perdieron hace tiempo ya; en las noches los niños salíamos a jugar con los vecinos en plena calle mientras nuestros mayores conversaban sentados a la puerta de sus casas, y alrededor de las 10 de la noche el llamado a dormir volvía a traer silencio y serenidad a las calles, ausente por fin el vocerío alegre de los niños; me parece que no teníamos miedo de peligros acechando en los alrededores.

Cuando teníamos sed, bebíamos agua de la llave, no se vendía en botellas, eso lo conocí muchos años después. El castigo físico solía ser la solución a los problemas de comportamiento y la relación con los padres era muy respetuosa, no tenía ese sentido de igualdad que es tan natural en nuestros días. A los padres en aquellos tiempos no se les trataba de "tu", el tratamiento era de usted y cuando llamaban se les contestaba con un "señora" o "señor", al menos así era en mi tierra, y la verdad es que no quedamos traumados ni con huellas psicológicas por causa de ese trato en el que era más marcada y evidente la autoridad de los padres que la amistad entre padres e hijos.

Cuando veo los cuidados que se toman los padres para equipar a sus niños antes de aprender a usar la bicicleta, río para mis adentros, recordando mis tiempos; no había cosas tales como cascos, rodilleras, bicicletas con ruedines para el aprendizaje, se aprendía así no más, los golpes eran parte del proceso, y probablemente eso era lo que hacía que se aprendiera aceleradamente, en cuestión de un par de angustiosos intentos, todo quedaba resuelto y el ciclista podía presumir sus destrezas frente a sus amigos, puede que con un par de dientes menos, pero ya muy seguro.

Los vecinos eran casi parte de la familia y no era porque las madres pasaran el tiempo en las casas de unas y otras, creo que era porque estaban siempre dispuestos todos, hombres y mujeres, a ayudarse solidariamente en caso de necesidad, y las señoras se compartían bocados y recetas de sus cocinas con generosidad y alegría.

En aquellos tiempos tampoco se conocían cosas tales como "comida rápida", se comía en casa, y el concepto de rápido era quizás lo menos probable ya que la hora de comer era haciendo acto de presencia a la mesa y había que esperar que todos llegaran a la convivencia gastronómica; mi madre siempre se lucía con deliciosos platillos. Ni se conocía tampoco la "comida orgánica", ya que posiblemente toda lo era y tampoco existía preocupación por la obesidad, esto no era cosa común en las ciudades y menos en el campo. La gente caminaba mucho todos los días; para ir a la escuela caminábamos largos tramos y los adultos lo hacían para ir al trabajo; las bicicletas eran de uso común y el juego al aire libre era de ley todas las noches entre los niños del barrio. Los paseos de los domingos siempre estaban constituídos por largas caminatas aún si era necesario llegar al lugar en autobús, a partir de allí había que caminar un largo trecho hasta el lugar de recreo. Creo que era la razón por la cual la obesidad no era conocida en esos días como un problema de salud pública.

Me parece además que la transmisión de valores familiares era más evidente y marcada que hoy tal vez en razón del tiempo que los padres podían dedicarle a sus hijos: "mijo, salude al señor, déle de mano, ayude a la abuelita a cruzar la calle, esas cosas no las dice la gente decente, no hables con la boca llena, etc, etc, etc". Había tiempo para todo eso, la ausencia del televisor, las computadoras, los juegos electrónicos y demás, lo hacían posible. Y no es que esté en contra de estas cosas que resultan tan útiles e imprescindibles hoy, sólo hago un recuento nostálgico de tiempos idos.

Creo que todo el ambiente contribuía a ayudarnos a apreciar lo que teníamos y a disfrutar la vida valorando la mutua compañía, la amistad, el tiempo pasado en compañía de otros, el poder escuchar a los mayores con los relatos de su pasado y sus antepasados y poder conocer a los ausentes ya fuera por la distancia o porque ya no eran parte de este mundo. Creo que hoy hay menos tiempo para todas esas cosas valiosas, pero si el lector coincide en alguna de estas añoranzas conmigo, sólo significa que éste no es nuestro tiempo, el nuestro es de varias décadas atras... no digamos cuántas.

"Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora!" P.N

miércoles, 6 de abril de 2011

Mujeres en contexto

Una querida amiga me hizo en estos días una alusión sobre la "mujer de proverbios"; volví a leer el texto en cuestión, tan antiguo como desprestigiado porque supone, por lo general, la visión de una mujer sumisa y hacendosa recluída en el hogar y me hice algunas reflexiones que me dispongo a compartir.

La tendencia es a pensar que estos textos, por antiguos, deben ser considerados obsoletos ya que no reponden a las realidades y los contextos actuales ni a los paradigmas de la época. Pues bien, yo encuentro todo lo contrario, es decir, la descripción de "la mujer de proverbios" podría corresponder muy bien a los conceptos de "mujer del siglo XXI". ¿Una exageración? No lo creo, si lo consideramos desapasionadamente y libres de prejuicios.

Lo primero sería, por supuesto, ubicarnos en contexto de los tiempos salomónicos y tratar de hacer una justa equiparación con los actuales en los que soplan vientos de liberación, independencia y equidad que aplaudo y considero justos para la mujer.

En las culturas del oriente medio, es sabido que la valoración de la mujer es tristemente pobre y limitada en cuanto a oportunidades y trato, por eso me resulta interesante y sorprendente el texto de proverbios que resulta en un elogio de la mujer virtuosa.

Consideremos en este caso la "virtud" en términos de bondad, excelencia, integridad o mérito, que son los aspectos que veo como más destacados en el texto a que hacemos referencia en Proverbios 31. Definitivamente, ésta mujer tiene una inusitada independencia que sorprende al lector de un texto tan antiguo, pues se la señala haciendo negocios, comprando propiedades, vendiendo bienes, elaborando productos, tomando decisiones ("considera la heredad y la compra"), participando activamente como fuerza productiva en la generación de riquezas.

El texto usa una hermosa figura para describirla, ella es "como nave de mercader", trabaja de forma incansable, es administradora y considera la viabilidad de sus negocios, mira el porvenir con optimismo porque su familia está segura mediante el fruto de sus esfuerzos y emprendimientos.

"Fuerza y honor son su vestidura", figura que puede implicar el carácter íntegro con que ella desempeña sus funciones de empresaria, pero no es todo con respecto a la mujer del texto antiguo, el hecho de que sea productiva y negociante no la hace egoísta y centrada en sus riquezas; es compasiva y bondadosa, se acuerda del pobre, del necesitado y comparte generosamente de la abundancia que posee.

Como consecuencia de sus acciones y de su carácter, su marido y sus hijos reciben buen nombre y reconocimiento, es mujer sabia, capaz de aconsejar, de asesorar, de dar apoyo y compartir ideas. ¿No corresponde ésto a una mujer de nuestros tiempos?.

En el ambiente de los tiempos difíciles que vivimos, hoy más que nunca se necesita el concurso de las mujeres que con su aporte contribuyen a hacer una sociedad mejor.

"Ordenadora, pasas vibrando como abeja
tocando las regiones perdidas por la sombra,
conquistando la luz con tu blanca energía.

Y se construye entonces la claridad de nuevo:
obedecen las cosas al viento de la vida
y el orden establece su pan y su paloma." P.N

jueves, 17 de marzo de 2011

La hora de la tragedia

Me refiero a las tragedias que nos traen los medios, porque en realidad, la vida en este "valle de lágrimas", está llena de ellas, en el ámbito público y en el personal. En realidad la tragedia siempre es personal, puede ser que tenga a veces connotaciones colectivas, pero siempre es personal.

La tragedia de dimensiones aterradoras tocó a la puerta esta vez en Japón; un pueblo que nos ha sorprendido con su comportamiento, con la forma estóica de manejar sus emociones, de enfrentar sus pérdidas, de disimular el miedo y la incertidumbre, con su espíritu altamente cívico, respetuoso, incluso amable. Son las imágenes que la omnipresente televisión y la ineludible internet nos traen a diario.

Es maravilloso como las culturas en nuestros tiempos, gracias a la tecnología , trascienden sus fronteras y la diversidad que llena el hogar común que es nuestro mal cuidado y deteriorado planeta, nos deja ver que tenemos mucho que aprender unos de otros.

Pero éste sería otro tema, ahora quiero hablar de la tragedia, en medio de ella ocurren milagros de supervivencia, de tenacidad y de valor y entrega sin límites. Dos de los grandes valores de la cultura japonesa son el trabajo y el honor; un grupo de hombres, entre técnicos e ingenieros exponen su vida hasta las últimas consecuencias en una colapsada planta nuclear en la que parece que ya no hay nada que hacer; en una playa llena de escombros una pareja de mediana edad busca con desesperación a su hijo, encuentran en ruinas el edificio donde trabajaba, pero se acercan y lo llaman a voces con el ardiente anhelo de que conteste, se levante, esté vivo; un bombero llora frente a su casa después de responder al llamado a cumplir su deber cuando se desató el terremoto. Al regresar, sólo encuentra ruinas... toda su familia ha desaparecido.

Todos observamos conmovidos hoy estas imágenes; la próxima vez, ¿dónde será? seremos observadores u observados. Nadie lo sabe, ni podemos averiguarlo, tal vez la pregunta importante sería ¿cuán preparados estamos para enfrentar la tragedia?. La de grandes dimensiones, la colectiva o la que nos toca de manera personal y solitaria.

En estos días he oído a algunos miembros de la prensa preguntar cuál es el papel de la religión en estas situaciones, en las del dolor y la desgracia, cuando todo recurso humano es rebasado y ya no queda nada. Creo que es difícil saber cómo reaccionaremos frente a la tragedia, pero creo también que hay algo que podemos hacer en tanto llega. Hay preguntas existenciales de suma importancia que debemos estar en condiciones de respondernos: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?,¿por qué estoy aquí? .

Estas respuestas nos llevarían necesariamente al ámbito de la religión, en el que como mencioné antes, algunos han buscado la respuesta a los interrogantes respecto a la conducta de los seres humanos frente a la tragedia. Yo sugieron entender en este caso específico "religión", como una ideología o manera de pensar que nos da las respuestas a las preguntas trascendentales que refiero en el párrafo anterior, llámese evolucionismo, ateísmo, espiritualismo, cristianismo, y tantas como la diversidad humana puede presentar.

En los Evangelios encontramos un ejemplo solemne y contundente de lo que significa tener las respuestas a las grandes preguntas existenciales. Jesús estaba frente a la hora trágica de su pasión y muerte y la enfrentó así: "sabiendo Jesús... que de Dios había salido y a Dios iba, se levantó de la cena, se quitó su manto y tomando una toalla, se la ciñó". Procedía a lavar los pies de sus discípulos después de la última cena con ellos.

Las respuestas que encontremos a las grandes preguntas, son las que generan nuestra actitud frente a la desgracia.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Madre amamantando: ¿pornografía?

Leslie Power, psicóloga chilena, colocó como foto de su perfil en facebook, la imagen de ella amamantando a su bebé de tres meses. Facebook entonces, el archifamosísimo facebook, las omnipresentes redes sociales que se han convertido hoy por hoy en las protagonistas en muchos aspectos de la vida pública, para bien y para mal, cancelaron la cuenta de Leslie y le comunicaron que había quebrantado una ley que le permite mantenerse activa en la red.

Dicha ley o cláusula dice que nadie puede poner en su página, espacio o dirección, algo que pueda ser ofensivo para la comunidad, ni imágenes de consumo de drogas, de maltrato a alguien, desnudos o pornografía. Palabras más, palabras menos, éstos son los términos.

Escuché con atención la entrevista que hacían a la psicóloga chilena, que se mostraba sumamente ofendida y sin poder comprender las razones de la cancelación de su página. Hay que decir que facebook ya reabrió su cuenta con la advertencia a Leslie de que habían retirado del sitio imágenes y fotografías que pudieran resultar polémicas u ofensivas por contener desnudos.

Leslie pregunta: ¿es obscena la imagen de una madre que amamanta a su bebé?. Asegura que esa fotografía es una imagen "universal" de la maternidad, una imagen que transmite un mensaje de amor, ternura y entrega esenciales para la preservación de la raza humana. Es más, ella intenta con esta imagen en facebook, una campaña en favor de la lactancia materna y de los beneficios que reporta a los niños. ¿Cómo puede ser esta hermosa imagen calificada de obscena o de pronográfica?.

El problema comenzó porque alguien o algunos "denunciaron" la foto, que es término que la red utiliza para que cuando alguien se siente agredido u ofendido por otros, lo manifieste y las autoridades de la red, tomen cartas en el asunto.

Pronto apareció en facebook, una página dedicada exclusivamente a apoyar a Leslie Power y a compartir apasionada y ampliamente, en algunos casos, sus puntos de vista. Todos los comentarios que leí están escritos en español. Aquí hay una pista para empezar a dilucidar las razones del conflicto. ¿Es un asunto cultural?

Así me lo parece; yo también comparto las opiniones muy respetables de Leslie y de todos en la página dedicada a apoyarla. Su fotografía me parece una hermosa imagen de la maternidad, es tierna, no hay nada malo en ella, ni mucho menos para caer en el ofensivo extremo de calificarla de pornográfica. ¿Pero es así para todas las culturas de esta aldea global en la que el mundo se ha convertido a través de las redes sociales?

Parece además una cuestión de valores; éstos cambian, varían, se establecen según la cultura y lo que puede parecerme bien a mí aquí, puede ser lo absolutamente opuesto para las personas de otra sociedad con otra cultura y otros valores. La globalización también nos ha traído el conocimiento de estos elementos delicados presentes en todas las sociedades, y aplaudo que así suceda, porque ese conocimiento nos tendría que ayudar a comunicarnos mejor, a entendernos... finalmente.

Cuando vine a Estados Unidos para el nacimiento de mi primer nieto, fuimos a un restaurante con el bebé que tenía un poco más de un mes de nacido. Cuando llegó el momento de alimentarlo, mi hija, se fue al carro para hacerlo. Pregunté con asombro por qué y ella me explicó que en esta sociedad, no es bien visto que la hermosa labor se lleve a cabo en forma pública. No se desprecia ni se demerita el acto de amamantar, el punto es que debe realizarse en privado.

Y supongo que así puede suceder en muchas otras sociedades de nuestro amplio mundo; en estos días muchos hemos visto con una sonrisa de asombro y extrañeza la forma como los árabes manifiestan profundo desprecio y repudio hacia alguien: lo hacen con sus zapatos en la mano, mostrando la suela de forma amenazadora, y en ocasiones lo lanzan hacia el objeto de su repudio, cosa que también hemos presenciado por televisión. Cuestiones culturales, costumbres, valores, diversidad.

A estas alturas, una reflexión me parece importante; es necesario entender que mi forma de pensar y creeer, mis valores, mis costumbres, no son universales y debemos cultivar y desarrollar una actitud abierta para respetar los de los demás en sus propias concepciones. Y con respecto a las redes sociales, es necesario tenerlo muy presente porque éstas no son locales, esas sí abarcan el ámbito global, todos en cualquier parte del mundo pueden verlo, leerlo, compartirlo y como consecuencia pueden aparecer los "choques culturales", como el del caso que hoy nos ocupa.

Y considerando precisamente esas diferencias culturales, creo también que las autoridades de facebook, no manejaron bien el caso de Leslie, si se hubieran dirigido a ella en términos más respetuosos y elegantes, considerando los sentimientos culturales implicados en el asunto de la fotografía, no la hubieran ofendido con la acusación de foto "pornográfica" o foto de desnudo, entendiendo que la psicóloga chilena y la sociedad latinoamericana en general, aprecian y respetan la imagen de la lactancia materna aún en un espacio público.

Viene maravillosamente al caso la regla de oro que Jesús nos enseñó: "Has con otros como quieres que sea hecho contigo".

jueves, 3 de febrero de 2011

Amigos fugaces


Cuando se viaja se pueden encontrar oportunidades de entablar nuevas relaciones, quizá momentáneas, en tanto dura un vuelo o mientras se espera en un aeropuerto. De este tipo de amistades hay un par que merecen recordarse.

Ibamos en el vuelo de Madrid a Ginebra; al llegar a ésta última ciudad el piloto anunció que no se nos permitiría aterrizar debido a una fuerte nevada. Este anuncio hizo que los pasajeros se inquietaran y surgieran toda clase de comentarios.

A mi lado iba una joven española, muy moderna ella, con altas botas, pantalón de mezclilla y suéter rojo; había permanecido silenciosa y ausente hasta ese momento, pero a raiz del anuncio nos miramos y entramos en animada conversación; la chica resultó sumamente amigable y hasta familiar en su trato.

Vino luego otro anuncio; iríamos a Zurich para después intentar el regreso a Ginebra. Más comentarios, conjeturas, preocupación por parte de quienes venían para realizar citas de trabajo o negocios.

Nuevo anuncio: aunque el avión ya había cargado combustible en Zurich, no sería posible regresar a Ginebra porque el aeropuerto había sido cerrado; tendríamos que desembarcar y una vez hecho esto, se nos indicaría el siguiente paso.

Ya en la sala de Iberia, se anunció que a cada pasajero se le daría un boleto de tren, debíamos buscar las maletas en la sección de equipajes y viajar en tren de regreso a Ginebra, un viaje de unas 4 horas.

Nuestra amigable compañera del avión, se mantuvo a nuestro lado; mi esposo fue al mostrador frente al cual se amontonaban los pasajeros para recibir los boletos prometidos, yo me quedaría cuidando las maletas y él le ofreció a ella conseguir su boleto si quería darle su comprobante de vuelo. Ella mientras tanto decidió ir a buscar sandwiches y bebidas que ofrecían a los pasajeros "en desgracia".

Pronto regresó trayendo uno para mí y otro para mi esposo; cuando le pregunté por el suyo me dijo que recibió el último que quedaba y se lo había cedido a un chico, también pasajero, que aún no había recibido nada. Insistí en que compartiera conmigo el que trajo para mí.
Nos dirigimos después a buscar los equipajes, y siguió con nosotros, era una joven que hacía amistad con la gente con gran facilidad; en un momento había entablado animada conversación con otro joven español que se acercó, y así éramos ya cuatro en busca del camino a la estación de tren, pero antes debíamos tomar allí en el aeropuerto otro que nos llevaría hasta allá.

Una vez en el vagón de este primer tren nuestra amiga se preocupaba de encontrar un lugar para nosotros, de ayudarnos a acomodar nuestras maletas junto a la suya, siempre atenta, alegre y conversadora.

Hago aquí un paréntesis para recordar a una mujer latinoamericana que noté en el tren. Me llamó la atención su aspecto anímico, su semblante. Me pareció la viva imagen de la desolación, la tristeza y la amargura. Se veía deprimida o cansada; estaba sentada frente a mí en un vagón bastante lleno de gente y equipajes. Todos pasaban a su lado sin notarla, me hubiera gustado hablarle... busqué su mirada un par de veces, pero ella me devolvió una mirada fría como si quisiera advertir: no quiero, no me interesa hablar con desconocidos.

Pronto llegamos a nuestro destino en la estación. No volvía a verla; eran como las 11 de la noche.¿Qué drama abrumaba el corazón de esta mujer que parecía tan abatida, estaría sola en un país que podría serle muy hostil, por tantas razones?... pensé en los sufrimientos de los migrantes de todas partes del mundo. ¡Dios mío, nada pude darle!

Los caminos de la estación desembocaron en una inmensa plaza helada con inmensas carteleras colocadas estratégicamente en alto en los cuales se registraban muchos destinos y horarios. Seguimos viendo por allí a algunos de nuestros compañeros de viaje tan desorientados como nosotros, tratando de encontrar cuál sería el tren que nos llevaría a Ginebra. La estación me parecía una enorme "Babel", se oían muchos idiomas, inglés, alemán, portugués, español, francés y más.

La intemperie y lo helado de la noche trajeron a mi memoria las escenas tantas veces vistas en las películas de la segunda guerra mundial.
Estuvimos esperando el tren por cerca de hora y media; todos empezamos a hurgar los maletines tratando de encontrar algo abrigado que echarnos encima de lo que ya teníamos. A un lado de la plaza había un hermoso árbol de navidad, blanco, pero este detalle lo hacía armonizar con el gélido ambiente y no me suscitó los gratos sentimientos que en otra circunstancia me hubiera despertado.

Cristina, que era el nombre de nuestra amiga, continuaba a nuestro lado; su improvisado amigo se distrajo con otro grupo y ella pronto encontró otro, esta vez un joven suizo, algo tímido y callado, aquel a quien ella le había cedido su sandwich en el aeropuerto.

Cuando llegó por fin el tren, subimos, acomodamos las maletas y buscamos asientos; Chris, como le gustaba que la llamaran, siempre estuvo pendiente de nosotros, nos preguntó si estábamos cómodos, si nos sentíamos bien, si las maletas estaban seguras, todo esto antes de darse a la tarea de hablar por su móvil, como le dicen los españoles al teléfono celular.

Ella se bajaría una estación antes que nosotros, pero al despedirse efusivamente como si hubiéramos sido antiguos conocidos, nos dio un papelito con su dirección en España. Fue siempre cariñosa y amable y el par de amigos que se atrajo por momentos nos fueron de mucha ayuda en aquella "Babel" y evitó que nos sintiéramos solos.

Yo pensaría que no volveremos a verla... pero... ¡quién sabe!

lunes, 31 de enero de 2011

Angeles del camino


Frente a la perspectiva de un viaje siempre tengo sentimientos encontrados: el deseo de permanecer y el interés por conocer lugares de los cuales he leído algo de su historia y su literatura.

El sur de España ha tenido siempre en mi mente un particular encanto, así que tengo inmensa gratitud para con Dios por la oportuidad de esta visita; lo que ví superó por mucho todas mis expectativas. No me considero en capacidad de describir los maravillosos palacios árabes de Granada, Sevilla y Córdoba; la gracia y suprema fragilidad y belleza del arte morisco, me dejaron sin aliento, no tengo palabras para ponderar tanta belleza.

Toda esa maravilla me hizo pensar en lo frágil y pasajero del poder, la fortuna y las riquezas. Pero no quiero dejar de registrar algunos recuerdos y reflexiones que fueron también de gran valor para mí en este viaje y es que encontramos también algunos "ángeles", los llamo así porque lo fueron en verdad para nosotros dada la circunstancia, el cansancio, la necesidad del momento.

Una noche en Sevilla, nos había costado mucho encontrar un lugar abierto para cenar, no nos acostumbrábamos al horario de la comida en España, así pues, salimos después de las 8 de la noche buscando un restaurante. Las calles estaban desiertas tal vez por el frío y teníamos un poco de aprehensión pero la poca gente que transitaba, parejas, jóvenes, personas mayores, se veían confiados y disfrutando del paseo nocturno.

Cenamos por fin en un bonito lugar y caminamos para emprender el regreso al estacionamiento donde habíamos dejado nuestro "coche", como dicen los españoles y de ahí al hotel donde pasaríamos la noche.

El desconocimiento de una ciudad y la noche, hacen muy difícil encontrar el camino correcto, aún con un mapa en la mano. Eran como las 11, había poca gente en las calles; nos detuvimos en una esquina y mi marido se bajó del carro para buscar orientación. Un hombre apareció vestido de manera muy peculiar, con algo como un pantalón de bombero y una camisa larga, todo de color claro, su hablar también era peculiar.

El hombre pareció gran conocedor de la ciudad, le indicó de manera muy sencilla y clara el camino a tomar y le insistió varias veces: "al llegar al obelisco no suba el puente, recuerde, no suba el puente, tome a la derecha". Sus indicaciones nos llevaron directa y rápidamente a nuestro destino, nunca lo hubiéramos hecho sin su ayuda.

Ignoramos de qué peligros nos libramos, pero estábamos muy cansados y nos sentimos muy bendecidos y llenos de gratitud a nuestro Dios
por este "ángel" del camino.

Llegamos a Ginebra en medio de una tormenta de nieve, el avión en que viajábamos fue desviado a una ciudad a cuatro horas en tren de este destino; viajamos desde allí hasta Ginebra como a las 4 de la madrugada y pasamos otras seis horas en el aeropuerto, porque no podíamos encontrar un taxista que quisiera llevarnos al colegio de Colonge en Francia y los que estaban en el colegio no podía bajar a buscarnos por causa de la nieve. En el aeropuerto, nadie quería arriesgarse por los estrechos caminos rurales.

Por fin como a las nueve de la mañana un portugués aceptó llevarnos pero sólo hasta la frontera con Francia a unos 15 minutos del aeropuerto pues de ahí en adelante el camino era en ascenso bastante empinado y por un camino angosto. Una vez en la frontera había que llamar de nuevo al colegio para avisar que ya estábamos allí y que podían venir a buscarnos... no encontrábamos un teléfono público, no hablábamos francés.

Caminamos unas cuantas cuadras por entre la nieve arrastrando nuestras maletas por el pueblecito de Colonge; me quedé en una pequeña cafetería con ellas, mientras mi marido salió para buscar afanosamente cómo comunicarse con alguien en el colegio. Volvió para decirme que no encontraba un teléfono, la joven vendedora nos dijo que la dueña no le permitía prestar el suyo..

Salimos de allí siempre arrastrando las incómodas maletas y nos ubicamos en una esquina tratando de no obstruir las vitrinas de un local comercial; hacía mucho frío y nevaba. Mi marido volvió a la búsqueda del anhelado teléfono que esta vez encontró pero que no pudo usar por no entender las instrucciones en francés. Cerca de allí, un hombre trabajaba limpiando la nieve de las aceras; mi esposo le preguntó un poco en inglés, un poco a señas sobre el uso del teléfono, pero no podían entenderse el uno al otro por la infranqueable barrera del idioma.

Como pudo trató de explicarle que íbamos al "Colegio Adventiste du Salev" y entonces.... se hizo la luz. "Yo soy adventista" dijo el joven, sacó su propio celular y llamó, pero nadie contestaba. Mi esposo entonces decidió bajar de nuevo unas cuadras hasta la frontera y usar allí un teléfono que por estar en Suiza quizás sería como los que había usado en el aeropuerto.

Cuando regresaba sin haber podido comunicarse, el joven francés intentaba de nuevo, alguien contestaba por fin, y vino para ofrecerme su teléfono; esta vez pudimos comunicarnos con una persona que hablaba inglés; alguien vendría a buscarnos en una hora. Nuestro nuevo e improvisado amigo dio las indicaciones respecto al lugar donde estábamos, nos señaló una cafetería al otro lado de la callle para refugiarnos y nos ayudó a llevar las maletas por entre la nieve hasta ubicarnos dentro del lugar tibio y más acogedor que la gélida y desamparada calle.

Este hombre fue el segundo "angel" de nuestro viaje. ¡Dios lo bendiga por su bondad con nosotros! Nos consoló y nos alegró el corazón; nos reconcilió con nuestros semejantes. Nos había parecido que nadie en ese lugar era amigable... ¡Todos parecían tan indiferentes!.

Una tarde en Ginebra


Estamos ahora en Francia, muy cerca de Suiza, a sólo 15 minutos de Ginebra. Nuestra estadía aquí obedecía a asuntos del trabajo de mi esposo, así que no disponíamos precisamente de tiempo para el turismo. Así pues, el sábado en la tarde nos dispusimos a dar un paseo por la ciudad.

Lo primero en observar son las callecitas estrechas y los edificios antiguos; supongo que estos escenarios se repiten por toda Europa... la historia que se remonta a la época medieval y más atrás. La ciudad de Ginebra fue uno de los baluartes de la reforma protestante, la ciudad de Calvino.

El ambiente de la ciudad es alegre y bullicioso, mucha gente en las calles, restaurantes colmados de comensales; un evento deportivo se celebraba esa tarde y las calles estaban llenas de observadores apoyando a los participantes en una carrera por las estrechas callejuelas, grupos de músicos amenizaban el ambiente a pesar el intenso frío.

Ginebra es una ciudad elegante; las vitrinas de lujosas tiendas exhiben ropa y accesorios de marcas exclusivas, la mayoría exhibe joyería y relojería muy fina y de altos precios, la gente en las calles luce también muy elegante, se oyen varios idiomas, francés, alemán, portugués, inglés. Una sociedad rica y secular pero no me pareció muy cálida, supongo que por las naturales barreras que el idioma y alguna otra circunstancia imponen.

Visitamos el museo de la reforma, y la catedral donde predicó Calvino el gran reformador, lugares interesantes sin duda, especialmente para los interesados en la historia religiosa y la teología. En particular me resultan difíciles esos registros y recuerdos de total intoleracia y crueldad por parte de uno y otro bando ya que los protestantes que habían sufrido la grave persecución de la iglesia católica, la aplicaban a su vez a quienes no creían como ellos; una época terrible.

martes, 25 de enero de 2011

"El Caballo Rojo"


Advertidos ya por las experiencias de los días pasados, con respecto a que no deberíamos pasar de las tres de la tarde para encontrar un lugar para comer, nos dispusimos a eso de las dos a encontrar un lugar para tal fin.

Me llamó la atención lo que pensé sería un "patio andaluz", pequeña estancia llena de flores sembradas en el piso y en macetas, paredes y piso decoradas con baldosas rojas, amarillas o azules, una pequeña fuente en el centro y arcos en las entradas; evidente influencia árabe.

Además de ser efectivamente un "patio andaluz", era la entrada a un restaurante en la zona histórica de Córdoba, muy cerca de la famosa Mezquita Catedral: "El caballo rojo". Nos adentramos por el pasillo y llegamos a la entrada de un comedor pequeño con un amplio bar, preguntamos si podríamos comer y un amable asistente nos condujo a otro piso, por elegantes escaleras de madera, en espiral.

Apareció entonces el verdadero comedor, dividido en pequeños espacios encantadores separados por preciosos enrejados adornados con enredaderas verdes; un ambiente muy andaluz.

Un atento español se acercó para ofrecernos el variadísimo menú: comida de tradición mozárabe sefardí, comida típica de Córdoba, de otras regiones de España, pescados, aves, caza y mucho más.

A veces, estando en un país extraño es difícíl elegir un plato guiados por su nombre, ya que éste, no nos sugiere en absoluto de lo que se trata; un amable mesero nos ayudó bastante describiendo el plato que le indicábamos. Mi esposo pidió un "lomo de bacalao a la canela", y yo pedí "rabos de toro", especialidad de la cocina cordobeza, y como aperitivo nos trajeron unas "tortillitas de San José".

En España es costumbre cierta que se come y adereza todo con un buen vino, no preguntan si se desea, sólo lo sirven, si se les dice que no, entonces retiran de inmediato las copas para el vino y traen agua en su lugar.

Las expectativas sobre los platos elegidos fueron totalmente superadas; los sabores, del todo exquisitos; de vez en cuando se acercaba el mesero para preguntar cortesmente "¿os ha gustao? ¿estáis satisfechos?"

Los españoles tienen gran estilo a la hora de atender a sus huéspedes, lo hacen con elegancia y dignidad y llama la atención que la propina no parece asunto de su interés, es como si su dignidad no se los permitiera, como si finalmente desearan atender por el gusto y el refinamiento de servir al cliente, sin esperar por ello mayor recompensa. Por supuesto, esto no quiere decir que no haya que dejar propina, pero es la impresión que uno recibe de ellos.

Pero, olvidé describir los platos: el "bacalao a la canela", era un filete a la plancha con cebollitas caramelizadas encima, y dos rajas de canela puestas con gracia sobre el plato, servido además sobre una exquisita salsa clara y ligera. El sabor... exquisito, perfecto equilibrio de sabores. Un plato delicado.

"El rabo de toro", delicioso; un plato fuerte en verdad, bien condimentado, con las especias de la tradición árabe,, servido en su propia salsa con "patatas fritas". Buenísimo... pero no pude volver a comer nada más hasta el almuerzo del día siguiente.

Me habría encantado pasar más tiempo en Córdoba y probar otros platos del exquisito menú de "el caballo rojo".

lunes, 17 de enero de 2011

Casa de la Memoria



En las maravillosas ciudades de Sevilla, Granada, Toledo, Córdoba y seguramente también en otras ciudades españolas, se encuentra "la judería".

La expresión misma suena despectiva; Borges hace alusión a ellos con el mismo nombre en su poema "El Golem" "... sabemos que hubo un día en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre en las vigilias de la judería..."

Visitamos uno de estos barrios en Córdoba. Estrechas callejuelas entre blancos muros, balcones con geranios florecidos que contrastan maravillosamente con lo blanco de sus paredes; todo el barrio es blanco, no sé si es igual en la judería de otras ciudades.

En este barrio de Córdoba, encontramos un monumento a Maimónides, célebre sabio judío de la edad media y un pequeño museo llamado "Casa de la Memoria". Los judíos tienen sin duda mucho que recordar; desde los tiempos bíblicos se cuentan sus dispersiones y el peligro de ser exterminados.

El museo, o Casa de la Memoria guarda algunos datos históricos de los judíos en "Sefard" (España) . Vinieron a estas tierras españolas durante la edad media y allí quisieron establecerse y vivir en paz, pero al parecer la paz es un tesoro que al pueblo judío le está negada. El museo es precisamente un testimonio de la fiera persecusión de que fueron objeto en los terribles tiempos de la inquisición.

Trajeron a estas tierras su religión, sus tradiciones, sus costumbres, pero debido a la constante vigilancia que ejercían sobre ellos sus perseguidores, muchos por conservar sus vidas fueron abandonando, al menos en forma pública, la religión de sus antepasados. La inquisición decretó leyes contra los judíos, fueron despojados de sus posesiones, hubo conversiones forzadas al catolicismo por todas partes, dejaron de guardar el ¨Sabath ¨ trabajando afanosamente en él con el fin de convencer a sus vecinos de que su conversión era real.

Después, debían probar los desdichados, que no tenían ninguna relación de sangre con sus antepasados judíos pues hasta eso se convirtió en delito y la mas leve sugerencia arrojada sobre alguien era grave motivo de investigación por parte de la inquisición; esto último motivó otra forma de saqueo al pueblo judío; debían pagar fuertes sumas de dinero a abogados que ejercían chantajes sobre ellos, y eran despojados.

Así fueron perdiendo los judíos de Sefard, su esencia, sus nombres, apellidos, costumbres y religión para tratar de conservar la vida. Los registros que leímos en el museo, dicen que algunos de ellos practicaban su religión en secreto, pero a fuerza de ocultarlo, fueron olvidando las fechas y el significado de sus festividades religiosas, y los judíos que hacían esto, eran a su vez rechazados por las comunidades que se mantenían fieles en otros lugares.

¿Debieron mantenerse fieles y arrostrar la muerte? Muchos se fueron, huyeron a lugares más propicios, ¿cómo juzgarlos?. Washington Irwing registra un hermoso pensamiento en relación con el último rey moro al abandonar Granada: "¡ Qué difícil resulta comprender que la vida misma tiene más valor para el infortunado, cuando nada le queda sino ella! ". Estas palabras vienen a mi memoria pensando en los judíos en "Sefard". Las situaciones extremas, creo yo, han de abordarse con suma compasión cuando es otro el que las padece; pero vienen a mí también en este momento otras reflexiones. Dios ha puesto "eternidad en el corazón de los hombres", ¿qué es la vida entonces para el que tiene la certeza de que ésta, es sólo un instante breve que se va "como sombra que declina", para el que sabe que perder la vida es ganarla?.

La Casa de la Memoria no se nos presenta como uno de esos imponentes museos tan comunes en Europa; es pequeño, está ubicado en una casa antigua, oscura, frágil, silenciosa... sin muchos visitantes interesados en lo que guarda. Es como si aún quisieran los judíos en "Sefard" permanecer anónimos, ignorados, para no atraer sobre sí la animadversión que les ha perseguido a través de los siglos.

domingo, 16 de enero de 2011

Los Andaluces



Sería una pretensión muy grande decir que los conozco y que puedo describirlos; éstas son tan sólo impresiones, vagas anotaciones de la memoria que en esta época de mi vida es tan poco confiable, pero por la misma razón también, quiero escribirlas.

Los andaluces, parecen muy alegres; como característica notable, siempre están hablando, en pequeños grupos, en grandes, en todas partes, siempre hablando y en voz alta. En Sevilla los vimos; salen en parejas, pasean en familia, caminan por esas hermosas zonas turísticas muy elegantes, las mujeres más jóvenes con las imprescindibles botas de invierno. Cuando las personas o parejas que caminan se detienen en algún parque o plaza, los hombres se agrupan a un lado y las mujeres al otro, supongo que en esas ocasiones se disfruta más con la complicidad del género; hablan, cuentan chistes, chismes, y ríen a grandes voces. La alegría del ambiente es en general, contagiosa.

El andaluz tiene un particular acento y una peculiar manera de pronunciar algunas letras, algo parecido a como lo hacen las personas que habitan las costas del Caribe: la ¨s¨ puede convertirse en ¨j¨, la ´r¨en ¨l¨y omiten la última letra de algunas palabras. A mí, me sonaba sumamente simpático y amigable.

Ví, a la salida del parque de Murillo un par de amigos de mediana edad, y alcancé a oir lo que le decía uno de ellos al otro: ¨lo que tienej
tú que mirá ej el glamú, el glamú ej lo importante¨. A un joven en una esquina le preguntamos por la direccion de El Alcázar y nos dijo con toda solicitud; ¨Ejtá a la ejparda de la catedrá, no lo olvidéi, a la ejparda¨. Siempre se muestran atentos con las preguntas del turista... deben estar muy acostumbrados a ellos.

Los españoles en general, son de mediana estatura, barba cerrada, tez blanca, cabello oscuro, pero en muchos andaluces, es evidente la herencia árabe; son de tez más trigueña, ojos y cabellos muy oscuros, y de carácter indicutiblemente alegre; los vimos salir de la catedral el domingo en Sevilla, como dije ya, luciendo sus mejores galas. Si los amigos se encuentran, se gritan desde el otro lado de la calle y a la alegre gritería se van uniendo otros en animado jolgorio; son muy ruidosos.

Se dice que los españoles se acuestan muy tarde y se levantan tarde también; el desayuno nunca es antes de las 9 de la mañana, el almuerzo entre las dos y tres de la tarde y la cena, después de las ocho de la noche; más tarde vienen las copas, el cante, el tablao flamenco, la fiesta, rociado todo con buen vino y abundante manzanilla. Caminando por un callejoncito como a las 11 de la noche, una chica ¨muy guapa¨ frente a un pequeño bar, nos sale al paso y alegremente nos pregunta: ¿vais a tomar unas copitas?.

Las muchachas andaluzas son bonitas, altas y delgadas, visten mucho de falda y la complementan con altas botas, medias de invierno, abrigos y bufandas ostentosas, con claras influencias del estilo gitano.

En esta hermosa tierra de olivares, de aceite de olivas y de naranjos, lo que más se siente es la presencia de las antiguas culturas que la poblaron, muy especialmente la de los moros; no ví muchos gitanos, solamente una por los alrededores de la Alhambra nos siguió con una ramita de romero, quería dármela, pero mi esposo le dio una moneda y le dijo que no, a lo cual ella desilusionada dijo a nuestras espaldas: ¨Pero hombre... déjala que la reciba, que el romero le va a da.. buena suerte ¨. Supimos que hay barrios de gitanos en casi todas estas ciudades del sur, pero no los visitamos.

Es conocida también la despreocupada e irreverente forma en que los españoles se refieren a los símbolos religiosos; oímos a un español decir a otro con motivo de una gran nevada en Ginebra: ¨Hombre... que en Ginebra están cayendo ostias, y nos han desviao a Zurich ¨.

En fin, que son un pueblo alegre, de carácter fuerte, orgulloso de su pasado y de sus reliquias, que quiere mirar con optimismo el futuro.

martes, 11 de enero de 2011

Los palacios nazaríes


Después de viajar por horas y contemplar a lado y lado de la autopista inmensos bosques de olivares, vamos llegando a la ciudad de Granada; el paisaje no cambia mucho, olivares y olivares es todo lo que abarca la vista y a medida que nos acercamos a Granada, van apareciendo las montañas altas, nevadas, imponentes; de vez en cuando el paisaje se ilumina con la visión de una ciudad en lo más alto de una colina, aparece luego la ciudad de Jaén, grande, llena de historia.

Por tramos aparece bajo los olivares una tierra que parece como polvo de oro, hasta que a lo lejos se divisa la ciudad de Granada, cantada por poetas y en hermosas canciones. El sur de España tiene gran encanto debido a las culturas que antiguamente poblaron sus ciudades, esta tierra ha sido romana, bizantina, mora, judía y católica; en particular, en la ciudad de Granada se encuentran los maravillosos palacios nazaríes.

La Alhambra era nuestro principal objetivo en esta visita; era viernes y tendrìamos que encontrar a una persona a la entrada del palacio con los boletos que había que comprar desde el día anterior porque sólo cierto número de personas al día pueden entrar a la visita. No es asunto fácil entrar a una ciudad totalmente desconocida y tratar de encontrar una dirección, ni siquiera con un mapa, pero finalmente llegamos; a lo lejos vimos la Sierra Nevada envuelta entre nubosos velos.

Los palacios están ubicados en un terreno escarpado y mientras subíamos observábamos el paisaje abajo en el valle; a pesar de que era otoño, había muchos turistas, hacía frío y las nubes bajas presagiaban lluvia.

Nos dimos a la aventura de tratar de encontrar a la persona que nos entregaría los boletos; dimos algunas vueltas frente a la entrada de la Alhambra, ubicada siempre entre jardines y arboledas, y a nuestras espaldas una agradable voz femenina: ¨¿buscáis a alguien con unos boletos?. Así conocimos a esta amable andaluza, con toda la herencia de los moros en su cabello oscuro, sus negros ojos y su piel morena. Era la pastora de la iglesia que visitamos el sábado y a la que la vimos desempeñarse de manera cálida y maternal.

Entramos a la Alhambra, algo desprevenidos, sin mucha información y caminando hacia donde la intuición o el sentido de orientación de mi marido nos indicara. Amplias avenidas flanquedas por altos pinos nos condujeron a los maravillosos jardines del Generalife. Estos fueron los palacios de verano de los sultanes, y la verdad es que no me siento en condiciones de describir todo esto. La belleza del lugar, sus estancias, los rumores de agua, los ¨naranjos encendidos¨, los rosales en flor, todo el arte moro con sus arcos y sus patios luminosos, y sus fuentes cantarinas, todo allí es la evocación del paraíso soñado por los árabes.

Me he sentido conmovida por tanta belleza, cada ventana a medida que se asciende a lo alto del palacio da a un espléndido y sereno paisaje, a algún secreto patiecito con surtidor de agua y jardín encantador; el ambiente invita a la relajación, a la paz y al total disfrute de la naturaleza. Es evidente que los sultanes moros amaban el agua, las flores, los amplios espacios a cielo abierto y en sumo grado, la belleza impresa en los decorados increíbles de las paredes de sus palacios, en sus techos artesonados y sus arcos; hasta su artística escritura está compuesta por bellísimos caracteres, para escribir los cuales pareciera ser necesario mucho talento como dibujante.

Más abajo se ve el palacio de la Alhambra, otra maravilla hacia la cual nos dirijimos después de descender por las escaleras en medio del hermosísimo bosque y entre el rumor claro y relajante del agua que baja por los canales a los lados del camino. Antes de llegar a los palacios nazaríes llenos de encanto y de leyenda, hay que pasar por una pequeña iglesia católica y por el palacio de Carlos v para cuya construcción fue destruído parte de los maravillosos palacios nazaríes. El palacio del rey Carlos v, impresiona por su tamaño, su amplia plaza y sus columnas romanas de mármol rosa, pero después de ver el increíble arte de los moros, ya parece que nada asombra ni impresiona.

Estos palacios nazaríes, son de una belleza sobrecogedora, los decorados de sus techos y paredes me parecen como finísimos trabajos de encaje labrado en la piedra, en el mármol, en la madera. Así visitamos uno de las más hermosas estancias, la sala del trono, indescriptible lugar, y el patio de los leones donde se dice fueron degollados los valientes abencerrajes, la sala de las doncellas, las habitaciones donde se dice que estuvo Washington Irwin el famoso escritor de ´Cuentos de la Alhambra¨ obra igualmente encantadora, y de obligada lectura, antes o después de visitar la Alhambra. Desde sus ventanas se observa el barrio llamado ¨Albaicín¨ de estrechas callejuelas y al lado del cual se encuentra el palacio de la madre de Boabdil, último rey moro.

Terminamos nuestra visita y salimos de allí con el alma abrumada de belleza y gratitud, impresionados, conmovidos por lo que habíamos visto, y bastante empapados por una lluvia suave pero persistente que nos acompañó a lo largo de esa tarde memorable.

"...gratos los finos laberintos del agua entre los limoneros"...
Borges

lunes, 10 de enero de 2011

El paso por La Mancha.



Poco después de salir de Madrid, el paisaje algo escarpado de áridas colinas se extiende por algunas horas después de las cuales se llega a unas inmensas planicies que se extienden hasta el horizonte a un lado y otro de la autopista. Estas enormes llanuras están sembradas en algunos tramos con algo de verdor y olivares.

De pronto aparece un gran letrero que dice :¨La Mancha¨... entonces, todo se vuelve mágico, desaparece la monotonía, vienen a mi mente los imprescindibles don Quijote, el ingenioso hidalgo, y su ocurrente y fiel escudero, Sancho Panza. Más adelante aparecen los ilustres caminantes a lo lejos en una escultura, y parece como si aún recorrieran los viejos caminos.

Es emocionante, vienen a mi mente las palabras... ¨En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme¨... El sentimiento es de inmensa ternura hacia estos entrañables personajes que entretuvieron mis horas en la infancia y en la juventud, porque los leí primero en fragmentos que aparecían en los libros escolares de lectura, y años después la obra completa.

En algún lugar del camino vi un letrero que ofrecía guía para recorrer algunas de las rutas de los famosos don Quijote y su escudero; se observan pequeñas casas vetustas, algunas grandes, en las que imaginaba las posadas en las que el valiente soñador tuvo tan señalados y temibles encuentros.

Más adelante, un restaurante se anunciaba con otro nombre ilustre: Dulcinea, la hermosa dama del ¨desfacedor de entuertos¨ , y ¡Oh maravilla! a lo lejos divisamos tres maravillosos molinos de viento, tal como los recordaba en las ilustraciones de los libros que poblaron mi infancia, con sus aspas inmóviles como esperando el viento o el ataque del arrojado caballero de la ¨triste figura¨. Estaban en lo alto de una pequeña colina, los miré perderse a lo lejos con los ojos llenos de lágrimas; me conmovieron profundamente.

Cuando regresábamos por el mismo camino, volvimos a verlos y volví a emocionarme como la vez anterior. ¡Dios mío, es un maravilloso regalo! Nunca pensé ver estos lugares tan desconocidos y lejanos pero tan amados como un acariciado y secreto sueño guardado mucho tiempo en los recónditos e íntimos espacios del corazón.

Y el paso por la Mancha fue sólo una sorpresa del camino, ignorábamos que pasaríamos por ella y aunque fue nada más que un vistazo a lado y lado de la autopista, la siento como una visita muy grata porque lo que vi y los sentimientos que despertó me transportaron a tiempos lejanos y me conmovieron hondamente, fue como haber visitado a unos viejos y queridos amigos.

miércoles, 5 de enero de 2011

Madrid. Segunda jornada


Y el tema del pasado es siempre recurrente al visitar Europa; pareciera que todo comenzó aquí, al menos en cuanto tiene que ver con América.

Esta fue una jornada en la que creo que me excedí; caminamos hasta que no podía dar un paso mås, debo recordar más seguido que son ya 60 años de "caminar" y hay que andar con más cuidado... un tropiezo podría ser muy grave. ¡ja! Sentirse viejo no es siempre un asunto amable.

Madrid, nuestro segundo día en España; los españoles parecen simpáticos, al menos esntre ellos. Siempre están hablando y entre "vale" y "venga" la ciudad aparece alegre y concurridísima.

Hace mucho frío y me llama la atención la forma de vestir de las mujeres; usan mucho más la falda que en América y avanzan con garbo y elegancia por el invierno... en fin, que la juventud es hermosa y aquí todos y todas lucen magníficos.

Me llama la atención también que no se ven los niveles de obesidad que se observan en América; en primer lugar, las porciones de comida que sirven en los restaurantes son casi frugales, porciones pequeñas y la famosa dieta mediterránea, parece que funciona, aunque también es cierto que la gente fuma mucho y me parece que las mujeres aún más que los hombres.

Las grandes catedrales, y las pequeñas también, cargadas de historia y obras de arte, están convertidas en museos razón por la cual no es tan expedita la entrada, en casi todas hay que pagar para poder entrar .

La ciudad de Madrid está cargada de monumentos, hermosísimos todos; maravillosa "la puerta de Alcalá". El palacio Real, monumental como todos esperaríamos, pero a mi juicio muy descuidado, deslucido, con las paredes sucias y las ventanas desvencijadas; esto sólo puede apreciarse de cerca, pero las fotos salen magníficas, no captan estos detalles, supongo que estará en proceso de restauración pronto; lo necesita con urgencia.

Dije que admiré la puerta de Alcalá, pero el monumento que me conmovió el alma fue el de Don Quijote y Sancho Panza en el parque de
España; ahhh, verlo fue para mí una invitación a echar a volar la imaginación, a volver al pasado, a una infancia y una adolescencia despreocupada y feliz; la escultura está magníficamente lograda; don Quijote luce una mirada y una expresión de desquiciado encantadora y Sancho Panza exhibe un aire de confiada y serena ilusión.

Regresábamos ya para descansar, y en una callejuela el nombre de una peluquería llama poderosamente mi atención: "¡Juan, por Dios!".
La expresión aunque por supuesto irreverente, me pareció absolutamente divertida y cargada de significado. En Sevilla, mientras buscábamos un restaurante nos acercamos para leer más acerca de un curioso anuncio: ¨Centro de Restauración¨ Debajo de este anuncio, en letras más pequeñas estaba un extenso menú. Si, se trataba de un restaurante, jaja, no en vano la palabra restaurante viene de ¨restaurar¨. Al menos esa fue nuestra conclusión.

lunes, 3 de enero de 2011

Pequeñas crónicas de un viaje. Toledo


Maravillosa ciudad cargada de siglos, de historia y de leyendas. Todo en ella provoca reminiscencias, sus estrechas callejuelas entre altos muros de antiguas construcciones respiran el pasado, el tiempo se detiene entre calles y plazas. Todo tiene aquí el encanto de lo antiguo,el misterio de lo que testigos mudos callan para siempre; flotan en el aire la historia, las leyendas, los entrañables personajes de la literatura: El Cid Campeador, los legendarios caballeros que emprendieron las Cruzadas, los Templarios, los de la Mesa Redonda, el rey Arturo y tantos más.

Toledo, famosa por la forja del acero más fuerte del mundo, se enorgullece de sus espadas, cuchillos, armaduras, réplicas grandes y pequeñas de escenas de la literatura y de la tradición; sus altos balcones ostentan, ahora con fines comerciales, los emblemas de un pasado medieval que evoca doncellas y valientes caballeros.

Encantadoras placitas salen al paso de los estrechos callejones, los pequeños restaurantes son una invitación al disfrute de las famosas tapas españolas; son lugares pequeños, el poco espacio los hace muy íntimos y acogedores. Al llegar a la zona comercial de centro histórico, las vitrinas ubicadas en tan antiguas construcciones lucen un aspecto tan contrastante e insólito que sorprende al desprevenido turista, tan pronto aparecen las artesanías propias de Toledo, las espadas y las armaduras, como aparece ropa de las más famosas marcas, en sofisticada presentación de elegantes maniquíes y costosos accesorios.

Más allá está el barrio de la judería, no pudimos visitarlo en esta ciudad, pero la destacada presencia de las culturas judía, mora y cristiana está presente en la totalidad del paisaje urbano, y la influencia de estos antiguos pueblos se extiende hasta su rica tradición gastronómica; se pueden ver pequeños negocios que lucen la delicada repostería que enorgullece la tradición de las monjas conventuales. El vino, el jamón, el chorizo, los quesos, el aceite de olivas, las mezclas de aceitunas maceradas y los dulces hacen presencia en las abigarradas vitrinas, todo en un ambiente encantador y alegre que nos traslada al pasado, ilusión que se rompe momentáneamente al paso de uno de esos autos pequeñitos tan comunes en Europa y tan imprescindibles dadas las estrechas callejuelas empedradas.

¡Cuántos cambios a lo largo de los siglos en estos maravillosos escenarios! Cambio de personajes, de circunstancias, de intereses, de conflictos, de gobiernos, de cosmovisión, de culturas: judíos, moros y cristianos... la inquisición... el pasado envuelto en la bruma de los siglos, mientras sus habitantes de hoy observan el incesante trajinar de los turistas por sus calles y sus edificaciones donde el tiempo parece detenido.

De nuevo recuerdo la frase de García Márquez "La vida no es lo que uno vivió sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Es decir, la realidad es diferente para cada testigo, cada uno observa desde se su muy personal perspectiva y relata no tanto lo que vio, sino cómo lo vio.

Maravillosa ciudad de Toledo, me hizo recordar la ciudad de Zacatecas y su encantador Centro Histórico; se trata en todo caso de lo mismo: el pasado, un pasado cuya memoria no queremos que desaparezca por lo mucho que tiene para enseñar a las nuevas generaciones.