lunes, 31 de enero de 2011

Angeles del camino


Frente a la perspectiva de un viaje siempre tengo sentimientos encontrados: el deseo de permanecer y el interés por conocer lugares de los cuales he leído algo de su historia y su literatura.

El sur de España ha tenido siempre en mi mente un particular encanto, así que tengo inmensa gratitud para con Dios por la oportuidad de esta visita; lo que ví superó por mucho todas mis expectativas. No me considero en capacidad de describir los maravillosos palacios árabes de Granada, Sevilla y Córdoba; la gracia y suprema fragilidad y belleza del arte morisco, me dejaron sin aliento, no tengo palabras para ponderar tanta belleza.

Toda esa maravilla me hizo pensar en lo frágil y pasajero del poder, la fortuna y las riquezas. Pero no quiero dejar de registrar algunos recuerdos y reflexiones que fueron también de gran valor para mí en este viaje y es que encontramos también algunos "ángeles", los llamo así porque lo fueron en verdad para nosotros dada la circunstancia, el cansancio, la necesidad del momento.

Una noche en Sevilla, nos había costado mucho encontrar un lugar abierto para cenar, no nos acostumbrábamos al horario de la comida en España, así pues, salimos después de las 8 de la noche buscando un restaurante. Las calles estaban desiertas tal vez por el frío y teníamos un poco de aprehensión pero la poca gente que transitaba, parejas, jóvenes, personas mayores, se veían confiados y disfrutando del paseo nocturno.

Cenamos por fin en un bonito lugar y caminamos para emprender el regreso al estacionamiento donde habíamos dejado nuestro "coche", como dicen los españoles y de ahí al hotel donde pasaríamos la noche.

El desconocimiento de una ciudad y la noche, hacen muy difícil encontrar el camino correcto, aún con un mapa en la mano. Eran como las 11, había poca gente en las calles; nos detuvimos en una esquina y mi marido se bajó del carro para buscar orientación. Un hombre apareció vestido de manera muy peculiar, con algo como un pantalón de bombero y una camisa larga, todo de color claro, su hablar también era peculiar.

El hombre pareció gran conocedor de la ciudad, le indicó de manera muy sencilla y clara el camino a tomar y le insistió varias veces: "al llegar al obelisco no suba el puente, recuerde, no suba el puente, tome a la derecha". Sus indicaciones nos llevaron directa y rápidamente a nuestro destino, nunca lo hubiéramos hecho sin su ayuda.

Ignoramos de qué peligros nos libramos, pero estábamos muy cansados y nos sentimos muy bendecidos y llenos de gratitud a nuestro Dios
por este "ángel" del camino.

Llegamos a Ginebra en medio de una tormenta de nieve, el avión en que viajábamos fue desviado a una ciudad a cuatro horas en tren de este destino; viajamos desde allí hasta Ginebra como a las 4 de la madrugada y pasamos otras seis horas en el aeropuerto, porque no podíamos encontrar un taxista que quisiera llevarnos al colegio de Colonge en Francia y los que estaban en el colegio no podía bajar a buscarnos por causa de la nieve. En el aeropuerto, nadie quería arriesgarse por los estrechos caminos rurales.

Por fin como a las nueve de la mañana un portugués aceptó llevarnos pero sólo hasta la frontera con Francia a unos 15 minutos del aeropuerto pues de ahí en adelante el camino era en ascenso bastante empinado y por un camino angosto. Una vez en la frontera había que llamar de nuevo al colegio para avisar que ya estábamos allí y que podían venir a buscarnos... no encontrábamos un teléfono público, no hablábamos francés.

Caminamos unas cuantas cuadras por entre la nieve arrastrando nuestras maletas por el pueblecito de Colonge; me quedé en una pequeña cafetería con ellas, mientras mi marido salió para buscar afanosamente cómo comunicarse con alguien en el colegio. Volvió para decirme que no encontraba un teléfono, la joven vendedora nos dijo que la dueña no le permitía prestar el suyo..

Salimos de allí siempre arrastrando las incómodas maletas y nos ubicamos en una esquina tratando de no obstruir las vitrinas de un local comercial; hacía mucho frío y nevaba. Mi marido volvió a la búsqueda del anhelado teléfono que esta vez encontró pero que no pudo usar por no entender las instrucciones en francés. Cerca de allí, un hombre trabajaba limpiando la nieve de las aceras; mi esposo le preguntó un poco en inglés, un poco a señas sobre el uso del teléfono, pero no podían entenderse el uno al otro por la infranqueable barrera del idioma.

Como pudo trató de explicarle que íbamos al "Colegio Adventiste du Salev" y entonces.... se hizo la luz. "Yo soy adventista" dijo el joven, sacó su propio celular y llamó, pero nadie contestaba. Mi esposo entonces decidió bajar de nuevo unas cuadras hasta la frontera y usar allí un teléfono que por estar en Suiza quizás sería como los que había usado en el aeropuerto.

Cuando regresaba sin haber podido comunicarse, el joven francés intentaba de nuevo, alguien contestaba por fin, y vino para ofrecerme su teléfono; esta vez pudimos comunicarnos con una persona que hablaba inglés; alguien vendría a buscarnos en una hora. Nuestro nuevo e improvisado amigo dio las indicaciones respecto al lugar donde estábamos, nos señaló una cafetería al otro lado de la callle para refugiarnos y nos ayudó a llevar las maletas por entre la nieve hasta ubicarnos dentro del lugar tibio y más acogedor que la gélida y desamparada calle.

Este hombre fue el segundo "angel" de nuestro viaje. ¡Dios lo bendiga por su bondad con nosotros! Nos consoló y nos alegró el corazón; nos reconcilió con nuestros semejantes. Nos había parecido que nadie en ese lugar era amigable... ¡Todos parecían tan indiferentes!.

Una tarde en Ginebra


Estamos ahora en Francia, muy cerca de Suiza, a sólo 15 minutos de Ginebra. Nuestra estadía aquí obedecía a asuntos del trabajo de mi esposo, así que no disponíamos precisamente de tiempo para el turismo. Así pues, el sábado en la tarde nos dispusimos a dar un paseo por la ciudad.

Lo primero en observar son las callecitas estrechas y los edificios antiguos; supongo que estos escenarios se repiten por toda Europa... la historia que se remonta a la época medieval y más atrás. La ciudad de Ginebra fue uno de los baluartes de la reforma protestante, la ciudad de Calvino.

El ambiente de la ciudad es alegre y bullicioso, mucha gente en las calles, restaurantes colmados de comensales; un evento deportivo se celebraba esa tarde y las calles estaban llenas de observadores apoyando a los participantes en una carrera por las estrechas callejuelas, grupos de músicos amenizaban el ambiente a pesar el intenso frío.

Ginebra es una ciudad elegante; las vitrinas de lujosas tiendas exhiben ropa y accesorios de marcas exclusivas, la mayoría exhibe joyería y relojería muy fina y de altos precios, la gente en las calles luce también muy elegante, se oyen varios idiomas, francés, alemán, portugués, inglés. Una sociedad rica y secular pero no me pareció muy cálida, supongo que por las naturales barreras que el idioma y alguna otra circunstancia imponen.

Visitamos el museo de la reforma, y la catedral donde predicó Calvino el gran reformador, lugares interesantes sin duda, especialmente para los interesados en la historia religiosa y la teología. En particular me resultan difíciles esos registros y recuerdos de total intoleracia y crueldad por parte de uno y otro bando ya que los protestantes que habían sufrido la grave persecución de la iglesia católica, la aplicaban a su vez a quienes no creían como ellos; una época terrible.

martes, 25 de enero de 2011

"El Caballo Rojo"


Advertidos ya por las experiencias de los días pasados, con respecto a que no deberíamos pasar de las tres de la tarde para encontrar un lugar para comer, nos dispusimos a eso de las dos a encontrar un lugar para tal fin.

Me llamó la atención lo que pensé sería un "patio andaluz", pequeña estancia llena de flores sembradas en el piso y en macetas, paredes y piso decoradas con baldosas rojas, amarillas o azules, una pequeña fuente en el centro y arcos en las entradas; evidente influencia árabe.

Además de ser efectivamente un "patio andaluz", era la entrada a un restaurante en la zona histórica de Córdoba, muy cerca de la famosa Mezquita Catedral: "El caballo rojo". Nos adentramos por el pasillo y llegamos a la entrada de un comedor pequeño con un amplio bar, preguntamos si podríamos comer y un amable asistente nos condujo a otro piso, por elegantes escaleras de madera, en espiral.

Apareció entonces el verdadero comedor, dividido en pequeños espacios encantadores separados por preciosos enrejados adornados con enredaderas verdes; un ambiente muy andaluz.

Un atento español se acercó para ofrecernos el variadísimo menú: comida de tradición mozárabe sefardí, comida típica de Córdoba, de otras regiones de España, pescados, aves, caza y mucho más.

A veces, estando en un país extraño es difícíl elegir un plato guiados por su nombre, ya que éste, no nos sugiere en absoluto de lo que se trata; un amable mesero nos ayudó bastante describiendo el plato que le indicábamos. Mi esposo pidió un "lomo de bacalao a la canela", y yo pedí "rabos de toro", especialidad de la cocina cordobeza, y como aperitivo nos trajeron unas "tortillitas de San José".

En España es costumbre cierta que se come y adereza todo con un buen vino, no preguntan si se desea, sólo lo sirven, si se les dice que no, entonces retiran de inmediato las copas para el vino y traen agua en su lugar.

Las expectativas sobre los platos elegidos fueron totalmente superadas; los sabores, del todo exquisitos; de vez en cuando se acercaba el mesero para preguntar cortesmente "¿os ha gustao? ¿estáis satisfechos?"

Los españoles tienen gran estilo a la hora de atender a sus huéspedes, lo hacen con elegancia y dignidad y llama la atención que la propina no parece asunto de su interés, es como si su dignidad no se los permitiera, como si finalmente desearan atender por el gusto y el refinamiento de servir al cliente, sin esperar por ello mayor recompensa. Por supuesto, esto no quiere decir que no haya que dejar propina, pero es la impresión que uno recibe de ellos.

Pero, olvidé describir los platos: el "bacalao a la canela", era un filete a la plancha con cebollitas caramelizadas encima, y dos rajas de canela puestas con gracia sobre el plato, servido además sobre una exquisita salsa clara y ligera. El sabor... exquisito, perfecto equilibrio de sabores. Un plato delicado.

"El rabo de toro", delicioso; un plato fuerte en verdad, bien condimentado, con las especias de la tradición árabe,, servido en su propia salsa con "patatas fritas". Buenísimo... pero no pude volver a comer nada más hasta el almuerzo del día siguiente.

Me habría encantado pasar más tiempo en Córdoba y probar otros platos del exquisito menú de "el caballo rojo".

lunes, 17 de enero de 2011

Casa de la Memoria



En las maravillosas ciudades de Sevilla, Granada, Toledo, Córdoba y seguramente también en otras ciudades españolas, se encuentra "la judería".

La expresión misma suena despectiva; Borges hace alusión a ellos con el mismo nombre en su poema "El Golem" "... sabemos que hubo un día en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre en las vigilias de la judería..."

Visitamos uno de estos barrios en Córdoba. Estrechas callejuelas entre blancos muros, balcones con geranios florecidos que contrastan maravillosamente con lo blanco de sus paredes; todo el barrio es blanco, no sé si es igual en la judería de otras ciudades.

En este barrio de Córdoba, encontramos un monumento a Maimónides, célebre sabio judío de la edad media y un pequeño museo llamado "Casa de la Memoria". Los judíos tienen sin duda mucho que recordar; desde los tiempos bíblicos se cuentan sus dispersiones y el peligro de ser exterminados.

El museo, o Casa de la Memoria guarda algunos datos históricos de los judíos en "Sefard" (España) . Vinieron a estas tierras españolas durante la edad media y allí quisieron establecerse y vivir en paz, pero al parecer la paz es un tesoro que al pueblo judío le está negada. El museo es precisamente un testimonio de la fiera persecusión de que fueron objeto en los terribles tiempos de la inquisición.

Trajeron a estas tierras su religión, sus tradiciones, sus costumbres, pero debido a la constante vigilancia que ejercían sobre ellos sus perseguidores, muchos por conservar sus vidas fueron abandonando, al menos en forma pública, la religión de sus antepasados. La inquisición decretó leyes contra los judíos, fueron despojados de sus posesiones, hubo conversiones forzadas al catolicismo por todas partes, dejaron de guardar el ¨Sabath ¨ trabajando afanosamente en él con el fin de convencer a sus vecinos de que su conversión era real.

Después, debían probar los desdichados, que no tenían ninguna relación de sangre con sus antepasados judíos pues hasta eso se convirtió en delito y la mas leve sugerencia arrojada sobre alguien era grave motivo de investigación por parte de la inquisición; esto último motivó otra forma de saqueo al pueblo judío; debían pagar fuertes sumas de dinero a abogados que ejercían chantajes sobre ellos, y eran despojados.

Así fueron perdiendo los judíos de Sefard, su esencia, sus nombres, apellidos, costumbres y religión para tratar de conservar la vida. Los registros que leímos en el museo, dicen que algunos de ellos practicaban su religión en secreto, pero a fuerza de ocultarlo, fueron olvidando las fechas y el significado de sus festividades religiosas, y los judíos que hacían esto, eran a su vez rechazados por las comunidades que se mantenían fieles en otros lugares.

¿Debieron mantenerse fieles y arrostrar la muerte? Muchos se fueron, huyeron a lugares más propicios, ¿cómo juzgarlos?. Washington Irwing registra un hermoso pensamiento en relación con el último rey moro al abandonar Granada: "¡ Qué difícil resulta comprender que la vida misma tiene más valor para el infortunado, cuando nada le queda sino ella! ". Estas palabras vienen a mi memoria pensando en los judíos en "Sefard". Las situaciones extremas, creo yo, han de abordarse con suma compasión cuando es otro el que las padece; pero vienen a mí también en este momento otras reflexiones. Dios ha puesto "eternidad en el corazón de los hombres", ¿qué es la vida entonces para el que tiene la certeza de que ésta, es sólo un instante breve que se va "como sombra que declina", para el que sabe que perder la vida es ganarla?.

La Casa de la Memoria no se nos presenta como uno de esos imponentes museos tan comunes en Europa; es pequeño, está ubicado en una casa antigua, oscura, frágil, silenciosa... sin muchos visitantes interesados en lo que guarda. Es como si aún quisieran los judíos en "Sefard" permanecer anónimos, ignorados, para no atraer sobre sí la animadversión que les ha perseguido a través de los siglos.

domingo, 16 de enero de 2011

Los Andaluces



Sería una pretensión muy grande decir que los conozco y que puedo describirlos; éstas son tan sólo impresiones, vagas anotaciones de la memoria que en esta época de mi vida es tan poco confiable, pero por la misma razón también, quiero escribirlas.

Los andaluces, parecen muy alegres; como característica notable, siempre están hablando, en pequeños grupos, en grandes, en todas partes, siempre hablando y en voz alta. En Sevilla los vimos; salen en parejas, pasean en familia, caminan por esas hermosas zonas turísticas muy elegantes, las mujeres más jóvenes con las imprescindibles botas de invierno. Cuando las personas o parejas que caminan se detienen en algún parque o plaza, los hombres se agrupan a un lado y las mujeres al otro, supongo que en esas ocasiones se disfruta más con la complicidad del género; hablan, cuentan chistes, chismes, y ríen a grandes voces. La alegría del ambiente es en general, contagiosa.

El andaluz tiene un particular acento y una peculiar manera de pronunciar algunas letras, algo parecido a como lo hacen las personas que habitan las costas del Caribe: la ¨s¨ puede convertirse en ¨j¨, la ´r¨en ¨l¨y omiten la última letra de algunas palabras. A mí, me sonaba sumamente simpático y amigable.

Ví, a la salida del parque de Murillo un par de amigos de mediana edad, y alcancé a oir lo que le decía uno de ellos al otro: ¨lo que tienej
tú que mirá ej el glamú, el glamú ej lo importante¨. A un joven en una esquina le preguntamos por la direccion de El Alcázar y nos dijo con toda solicitud; ¨Ejtá a la ejparda de la catedrá, no lo olvidéi, a la ejparda¨. Siempre se muestran atentos con las preguntas del turista... deben estar muy acostumbrados a ellos.

Los españoles en general, son de mediana estatura, barba cerrada, tez blanca, cabello oscuro, pero en muchos andaluces, es evidente la herencia árabe; son de tez más trigueña, ojos y cabellos muy oscuros, y de carácter indicutiblemente alegre; los vimos salir de la catedral el domingo en Sevilla, como dije ya, luciendo sus mejores galas. Si los amigos se encuentran, se gritan desde el otro lado de la calle y a la alegre gritería se van uniendo otros en animado jolgorio; son muy ruidosos.

Se dice que los españoles se acuestan muy tarde y se levantan tarde también; el desayuno nunca es antes de las 9 de la mañana, el almuerzo entre las dos y tres de la tarde y la cena, después de las ocho de la noche; más tarde vienen las copas, el cante, el tablao flamenco, la fiesta, rociado todo con buen vino y abundante manzanilla. Caminando por un callejoncito como a las 11 de la noche, una chica ¨muy guapa¨ frente a un pequeño bar, nos sale al paso y alegremente nos pregunta: ¿vais a tomar unas copitas?.

Las muchachas andaluzas son bonitas, altas y delgadas, visten mucho de falda y la complementan con altas botas, medias de invierno, abrigos y bufandas ostentosas, con claras influencias del estilo gitano.

En esta hermosa tierra de olivares, de aceite de olivas y de naranjos, lo que más se siente es la presencia de las antiguas culturas que la poblaron, muy especialmente la de los moros; no ví muchos gitanos, solamente una por los alrededores de la Alhambra nos siguió con una ramita de romero, quería dármela, pero mi esposo le dio una moneda y le dijo que no, a lo cual ella desilusionada dijo a nuestras espaldas: ¨Pero hombre... déjala que la reciba, que el romero le va a da.. buena suerte ¨. Supimos que hay barrios de gitanos en casi todas estas ciudades del sur, pero no los visitamos.

Es conocida también la despreocupada e irreverente forma en que los españoles se refieren a los símbolos religiosos; oímos a un español decir a otro con motivo de una gran nevada en Ginebra: ¨Hombre... que en Ginebra están cayendo ostias, y nos han desviao a Zurich ¨.

En fin, que son un pueblo alegre, de carácter fuerte, orgulloso de su pasado y de sus reliquias, que quiere mirar con optimismo el futuro.

martes, 11 de enero de 2011

Los palacios nazaríes


Después de viajar por horas y contemplar a lado y lado de la autopista inmensos bosques de olivares, vamos llegando a la ciudad de Granada; el paisaje no cambia mucho, olivares y olivares es todo lo que abarca la vista y a medida que nos acercamos a Granada, van apareciendo las montañas altas, nevadas, imponentes; de vez en cuando el paisaje se ilumina con la visión de una ciudad en lo más alto de una colina, aparece luego la ciudad de Jaén, grande, llena de historia.

Por tramos aparece bajo los olivares una tierra que parece como polvo de oro, hasta que a lo lejos se divisa la ciudad de Granada, cantada por poetas y en hermosas canciones. El sur de España tiene gran encanto debido a las culturas que antiguamente poblaron sus ciudades, esta tierra ha sido romana, bizantina, mora, judía y católica; en particular, en la ciudad de Granada se encuentran los maravillosos palacios nazaríes.

La Alhambra era nuestro principal objetivo en esta visita; era viernes y tendrìamos que encontrar a una persona a la entrada del palacio con los boletos que había que comprar desde el día anterior porque sólo cierto número de personas al día pueden entrar a la visita. No es asunto fácil entrar a una ciudad totalmente desconocida y tratar de encontrar una dirección, ni siquiera con un mapa, pero finalmente llegamos; a lo lejos vimos la Sierra Nevada envuelta entre nubosos velos.

Los palacios están ubicados en un terreno escarpado y mientras subíamos observábamos el paisaje abajo en el valle; a pesar de que era otoño, había muchos turistas, hacía frío y las nubes bajas presagiaban lluvia.

Nos dimos a la aventura de tratar de encontrar a la persona que nos entregaría los boletos; dimos algunas vueltas frente a la entrada de la Alhambra, ubicada siempre entre jardines y arboledas, y a nuestras espaldas una agradable voz femenina: ¨¿buscáis a alguien con unos boletos?. Así conocimos a esta amable andaluza, con toda la herencia de los moros en su cabello oscuro, sus negros ojos y su piel morena. Era la pastora de la iglesia que visitamos el sábado y a la que la vimos desempeñarse de manera cálida y maternal.

Entramos a la Alhambra, algo desprevenidos, sin mucha información y caminando hacia donde la intuición o el sentido de orientación de mi marido nos indicara. Amplias avenidas flanquedas por altos pinos nos condujeron a los maravillosos jardines del Generalife. Estos fueron los palacios de verano de los sultanes, y la verdad es que no me siento en condiciones de describir todo esto. La belleza del lugar, sus estancias, los rumores de agua, los ¨naranjos encendidos¨, los rosales en flor, todo el arte moro con sus arcos y sus patios luminosos, y sus fuentes cantarinas, todo allí es la evocación del paraíso soñado por los árabes.

Me he sentido conmovida por tanta belleza, cada ventana a medida que se asciende a lo alto del palacio da a un espléndido y sereno paisaje, a algún secreto patiecito con surtidor de agua y jardín encantador; el ambiente invita a la relajación, a la paz y al total disfrute de la naturaleza. Es evidente que los sultanes moros amaban el agua, las flores, los amplios espacios a cielo abierto y en sumo grado, la belleza impresa en los decorados increíbles de las paredes de sus palacios, en sus techos artesonados y sus arcos; hasta su artística escritura está compuesta por bellísimos caracteres, para escribir los cuales pareciera ser necesario mucho talento como dibujante.

Más abajo se ve el palacio de la Alhambra, otra maravilla hacia la cual nos dirijimos después de descender por las escaleras en medio del hermosísimo bosque y entre el rumor claro y relajante del agua que baja por los canales a los lados del camino. Antes de llegar a los palacios nazaríes llenos de encanto y de leyenda, hay que pasar por una pequeña iglesia católica y por el palacio de Carlos v para cuya construcción fue destruído parte de los maravillosos palacios nazaríes. El palacio del rey Carlos v, impresiona por su tamaño, su amplia plaza y sus columnas romanas de mármol rosa, pero después de ver el increíble arte de los moros, ya parece que nada asombra ni impresiona.

Estos palacios nazaríes, son de una belleza sobrecogedora, los decorados de sus techos y paredes me parecen como finísimos trabajos de encaje labrado en la piedra, en el mármol, en la madera. Así visitamos uno de las más hermosas estancias, la sala del trono, indescriptible lugar, y el patio de los leones donde se dice fueron degollados los valientes abencerrajes, la sala de las doncellas, las habitaciones donde se dice que estuvo Washington Irwin el famoso escritor de ´Cuentos de la Alhambra¨ obra igualmente encantadora, y de obligada lectura, antes o después de visitar la Alhambra. Desde sus ventanas se observa el barrio llamado ¨Albaicín¨ de estrechas callejuelas y al lado del cual se encuentra el palacio de la madre de Boabdil, último rey moro.

Terminamos nuestra visita y salimos de allí con el alma abrumada de belleza y gratitud, impresionados, conmovidos por lo que habíamos visto, y bastante empapados por una lluvia suave pero persistente que nos acompañó a lo largo de esa tarde memorable.

"...gratos los finos laberintos del agua entre los limoneros"...
Borges

lunes, 10 de enero de 2011

El paso por La Mancha.



Poco después de salir de Madrid, el paisaje algo escarpado de áridas colinas se extiende por algunas horas después de las cuales se llega a unas inmensas planicies que se extienden hasta el horizonte a un lado y otro de la autopista. Estas enormes llanuras están sembradas en algunos tramos con algo de verdor y olivares.

De pronto aparece un gran letrero que dice :¨La Mancha¨... entonces, todo se vuelve mágico, desaparece la monotonía, vienen a mi mente los imprescindibles don Quijote, el ingenioso hidalgo, y su ocurrente y fiel escudero, Sancho Panza. Más adelante aparecen los ilustres caminantes a lo lejos en una escultura, y parece como si aún recorrieran los viejos caminos.

Es emocionante, vienen a mi mente las palabras... ¨En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme¨... El sentimiento es de inmensa ternura hacia estos entrañables personajes que entretuvieron mis horas en la infancia y en la juventud, porque los leí primero en fragmentos que aparecían en los libros escolares de lectura, y años después la obra completa.

En algún lugar del camino vi un letrero que ofrecía guía para recorrer algunas de las rutas de los famosos don Quijote y su escudero; se observan pequeñas casas vetustas, algunas grandes, en las que imaginaba las posadas en las que el valiente soñador tuvo tan señalados y temibles encuentros.

Más adelante, un restaurante se anunciaba con otro nombre ilustre: Dulcinea, la hermosa dama del ¨desfacedor de entuertos¨ , y ¡Oh maravilla! a lo lejos divisamos tres maravillosos molinos de viento, tal como los recordaba en las ilustraciones de los libros que poblaron mi infancia, con sus aspas inmóviles como esperando el viento o el ataque del arrojado caballero de la ¨triste figura¨. Estaban en lo alto de una pequeña colina, los miré perderse a lo lejos con los ojos llenos de lágrimas; me conmovieron profundamente.

Cuando regresábamos por el mismo camino, volvimos a verlos y volví a emocionarme como la vez anterior. ¡Dios mío, es un maravilloso regalo! Nunca pensé ver estos lugares tan desconocidos y lejanos pero tan amados como un acariciado y secreto sueño guardado mucho tiempo en los recónditos e íntimos espacios del corazón.

Y el paso por la Mancha fue sólo una sorpresa del camino, ignorábamos que pasaríamos por ella y aunque fue nada más que un vistazo a lado y lado de la autopista, la siento como una visita muy grata porque lo que vi y los sentimientos que despertó me transportaron a tiempos lejanos y me conmovieron hondamente, fue como haber visitado a unos viejos y queridos amigos.

miércoles, 5 de enero de 2011

Madrid. Segunda jornada


Y el tema del pasado es siempre recurrente al visitar Europa; pareciera que todo comenzó aquí, al menos en cuanto tiene que ver con América.

Esta fue una jornada en la que creo que me excedí; caminamos hasta que no podía dar un paso mås, debo recordar más seguido que son ya 60 años de "caminar" y hay que andar con más cuidado... un tropiezo podría ser muy grave. ¡ja! Sentirse viejo no es siempre un asunto amable.

Madrid, nuestro segundo día en España; los españoles parecen simpáticos, al menos esntre ellos. Siempre están hablando y entre "vale" y "venga" la ciudad aparece alegre y concurridísima.

Hace mucho frío y me llama la atención la forma de vestir de las mujeres; usan mucho más la falda que en América y avanzan con garbo y elegancia por el invierno... en fin, que la juventud es hermosa y aquí todos y todas lucen magníficos.

Me llama la atención también que no se ven los niveles de obesidad que se observan en América; en primer lugar, las porciones de comida que sirven en los restaurantes son casi frugales, porciones pequeñas y la famosa dieta mediterránea, parece que funciona, aunque también es cierto que la gente fuma mucho y me parece que las mujeres aún más que los hombres.

Las grandes catedrales, y las pequeñas también, cargadas de historia y obras de arte, están convertidas en museos razón por la cual no es tan expedita la entrada, en casi todas hay que pagar para poder entrar .

La ciudad de Madrid está cargada de monumentos, hermosísimos todos; maravillosa "la puerta de Alcalá". El palacio Real, monumental como todos esperaríamos, pero a mi juicio muy descuidado, deslucido, con las paredes sucias y las ventanas desvencijadas; esto sólo puede apreciarse de cerca, pero las fotos salen magníficas, no captan estos detalles, supongo que estará en proceso de restauración pronto; lo necesita con urgencia.

Dije que admiré la puerta de Alcalá, pero el monumento que me conmovió el alma fue el de Don Quijote y Sancho Panza en el parque de
España; ahhh, verlo fue para mí una invitación a echar a volar la imaginación, a volver al pasado, a una infancia y una adolescencia despreocupada y feliz; la escultura está magníficamente lograda; don Quijote luce una mirada y una expresión de desquiciado encantadora y Sancho Panza exhibe un aire de confiada y serena ilusión.

Regresábamos ya para descansar, y en una callejuela el nombre de una peluquería llama poderosamente mi atención: "¡Juan, por Dios!".
La expresión aunque por supuesto irreverente, me pareció absolutamente divertida y cargada de significado. En Sevilla, mientras buscábamos un restaurante nos acercamos para leer más acerca de un curioso anuncio: ¨Centro de Restauración¨ Debajo de este anuncio, en letras más pequeñas estaba un extenso menú. Si, se trataba de un restaurante, jaja, no en vano la palabra restaurante viene de ¨restaurar¨. Al menos esa fue nuestra conclusión.

lunes, 3 de enero de 2011

Pequeñas crónicas de un viaje. Toledo


Maravillosa ciudad cargada de siglos, de historia y de leyendas. Todo en ella provoca reminiscencias, sus estrechas callejuelas entre altos muros de antiguas construcciones respiran el pasado, el tiempo se detiene entre calles y plazas. Todo tiene aquí el encanto de lo antiguo,el misterio de lo que testigos mudos callan para siempre; flotan en el aire la historia, las leyendas, los entrañables personajes de la literatura: El Cid Campeador, los legendarios caballeros que emprendieron las Cruzadas, los Templarios, los de la Mesa Redonda, el rey Arturo y tantos más.

Toledo, famosa por la forja del acero más fuerte del mundo, se enorgullece de sus espadas, cuchillos, armaduras, réplicas grandes y pequeñas de escenas de la literatura y de la tradición; sus altos balcones ostentan, ahora con fines comerciales, los emblemas de un pasado medieval que evoca doncellas y valientes caballeros.

Encantadoras placitas salen al paso de los estrechos callejones, los pequeños restaurantes son una invitación al disfrute de las famosas tapas españolas; son lugares pequeños, el poco espacio los hace muy íntimos y acogedores. Al llegar a la zona comercial de centro histórico, las vitrinas ubicadas en tan antiguas construcciones lucen un aspecto tan contrastante e insólito que sorprende al desprevenido turista, tan pronto aparecen las artesanías propias de Toledo, las espadas y las armaduras, como aparece ropa de las más famosas marcas, en sofisticada presentación de elegantes maniquíes y costosos accesorios.

Más allá está el barrio de la judería, no pudimos visitarlo en esta ciudad, pero la destacada presencia de las culturas judía, mora y cristiana está presente en la totalidad del paisaje urbano, y la influencia de estos antiguos pueblos se extiende hasta su rica tradición gastronómica; se pueden ver pequeños negocios que lucen la delicada repostería que enorgullece la tradición de las monjas conventuales. El vino, el jamón, el chorizo, los quesos, el aceite de olivas, las mezclas de aceitunas maceradas y los dulces hacen presencia en las abigarradas vitrinas, todo en un ambiente encantador y alegre que nos traslada al pasado, ilusión que se rompe momentáneamente al paso de uno de esos autos pequeñitos tan comunes en Europa y tan imprescindibles dadas las estrechas callejuelas empedradas.

¡Cuántos cambios a lo largo de los siglos en estos maravillosos escenarios! Cambio de personajes, de circunstancias, de intereses, de conflictos, de gobiernos, de cosmovisión, de culturas: judíos, moros y cristianos... la inquisición... el pasado envuelto en la bruma de los siglos, mientras sus habitantes de hoy observan el incesante trajinar de los turistas por sus calles y sus edificaciones donde el tiempo parece detenido.

De nuevo recuerdo la frase de García Márquez "La vida no es lo que uno vivió sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Es decir, la realidad es diferente para cada testigo, cada uno observa desde se su muy personal perspectiva y relata no tanto lo que vio, sino cómo lo vio.

Maravillosa ciudad de Toledo, me hizo recordar la ciudad de Zacatecas y su encantador Centro Histórico; se trata en todo caso de lo mismo: el pasado, un pasado cuya memoria no queremos que desaparezca por lo mucho que tiene para enseñar a las nuevas generaciones.