miércoles, 5 de mayo de 2010

Las emociones

Para fortuna de las actuales y nuevas generaciones, las emociones hoy en día están de moda. No era así en mis tiempos de infancia y juventud. A nosotros no se nos enseñaba a expresarlas; nuestros padres a su vez habían sido criados de manera muy rígida y estricta, y el hecho de sostener la mirada del padre o la madre durante un regaño, era considerado un franco desafío que tenía de seguro fuertes consecuencias.

Én nuestra cultura latinoamericana, el castigo físico no estaba censurado; hasta en las escuelas estaba no sólo permitido sino recomendado por padres y autoridades: "la letra con sangre entra" era el conocido refrán y se aplicaba sin miramientos ni distingos de ninguna clase.

Los padres amaban a sus hijos por supuesto, pero no les estaba permitido por los antiguos cánones expresar sus emociones ante ellos ni hacia ellos. Eran personas que respetábamos en primer lugar y que admirábamos por sus virtudes y su honradez a toda prueba.

Las cosas han cambiado y hay mucho de bueno en ello; ahora el expresar las emociones no es considerado patrimonio exclusivamente femenino, los padres dicen constantemente a sus hijos que los aman y enseñan a sus niños a hacer lo mismo; dan ejemplo haciéndolo con los demás miembros de la familia y con sus amigos también. Muy positivo. Somos seres emocionales, las emociones juegan un papel tan importante como el raciocinio y son una vía de expresión del pensamiento.


Recuerdo un pequeño de la escuela primaria, mi alumno de cuarto grado. Era cariñoso y amable, pero tenía bastantes problemas de conducta. Cada vez que los niños salían al patio de recreo para jugar, yo me preparaba para recibir un torrente de quejas que los compañeros de Fernando me traían, desfilando uno tras otro por cerca de 40 minutos, quejándose de las palabras ofensivas y las expresiones soeces que con que él los agredía constantemente.

Ya había intentado algunas estrategias para intentar resolver el problema: había hablado con el niño varias veces y se mostraba apenado y dispuesto a hacer lo que yo le proponía para tratar de mejorar su conducta, pero nada parecía dar resultado; las quejas diarias y constantes de los demás niños, estaban haciendo la situación insostenible.

Un día lo llamé aparte para hablar con él cuando los demás se habían ido; le dije: "¿Qué vamos a hacer Fernando, parece que nada funciona y tus compañeros no soportan tu maltrato?, "Qué vamos a hacer?" Sin pensarlo no intentar evitarlo en ese momento, me puse a llorar y abracé al chico. Esto pareció causar en él un fuerte impacto, me miró muy sorprendido y con los ojos llenos de lágrimas me dijo:" Maestra, le prometo que voy a cambiar".

Mis lágrimas le transmitieron a este niño mi profundo interés por él y especialmente mi cariño incondicional; creo que esto lo comprometió conmigo y en verdad el cambio de conducta fue notable y sus compañeros empezaron a aceptarlo mejor, como compañero y amigo.

¿Pude haber ocultado o "manejado" mejor mis emociones? Posiblemente, pero vi el resultado positivo de expresarlas, de compartirlas con otra persona que estaba necesitada de interés, aceptación y amor. Estoy segura de que da grandes resultados "ligar a los hijos, y a los alumnos, al corazón" como dice una conocida autora; las emociones pueden ser para esto
grandes aliadas.

Por supuesto que además de expresar las emociones que sentimos, debemos enseñar a los niños a entenderlas, porque entendiéndolas pueden llegar a estar en control de las mismas y de sus vidas. Dominio propio, es como podríamos llamar el tener las emociones bajo control, enseñando a los niños que el manejo correcto de las emociones redundará en su propio beneficio y en el de los que les rodean. En otras palabras, conectar las emociones con el raciocinio es importante para desarrollar caracteres sanos.


martes, 4 de mayo de 2010

Mujeres

La ciudad de San Salvador fue mi primera residencia en Centroamérica. Me sorprendieron allí muchas cosas; todo era nuevo para mí y cuando uno está lejos de su casa, su país, su familia, se vuelve un observador agudo con el fin de conocer y adaptarse lo más pronto posible.

Como todos los mercados de América Latina, el de San Salvador tenía una sorprendente variedad de cosas para comprar: verduras, frutas, pan, dulces, quesos, carnes de toda clase, pescados y mariscos, ropa, jaulas para pájaros, canastas de mimbre, banquitos en diferentes colores y tamaños, especias según las costumbres y preferencias culinarias del país, utensilios de cocina tallados en madera, hechos de metal, en una variedad inmensa, vasijas de barro de colores brillantes, pintadas, en crudo, juguetes fabricados en el país (antes de la"invasión china"), anafres, carbón, leña, flores y coronas de papel y de otros elementos en gran variedad de formas y colores e infinitamente mucho más, todo ello bien organizado en un edificio grande y acogedor con secciones que clasificaban los productos y establecían el orden en aquel maremágnum.

El bullicio y la actividad hacían pensar en un panal de abejas o en un hormiguero, porque otro hecho que me sorprendió fueron las inmensas multitudes que llenaban las calles en esta ciudad, como no lo había visto antes en ningun lugar de mi país.

Pero lo más sorprendente para mí fue encontrar que todos los puestos, sin excepción, estaban a cargo de las mujeres, ellas eran las dueñas, las que administraban y dirigían el negocio, las que movían el comercio en esa ciudad; mujeres jóvenes, de mediana edad y de la tercera edad también. Me sorprendió porque yo venía de un país donde, en aquellos años, las mujeres se quedaban en casa cuidando de los niños y la familia mientras el marido salía en busca del sustento diario.

Ellas se movían en el ambiente con la seguridad y la confianza de personas con gran experiencia, con habilidades quizás heredadas de generaciones pasadas; él mismo fenómeno lo observé en los demás mercados a todo lo largo y ancho del pequeño país superpoblado. Los pocos hombres que participaban en la actividad, cargaban bultos y arrastraban carritos de ruedas llevando a los diferentes locales mercancía de mayor tamaño; la "fuerza bruta". Perdón por la ironía, aprecio mucho el aporte de los hombres valiosos que viven y trabajan por sus familias.

Mi pregunta era: ¿Dónde están los hombres? Poco a poco fui descubriendo una sórdida realidad detrás del hecho tan positivo de ver a tantas mujeres aportando con su talento y actividad a la economía del país, a medida que observaba otro sorprente hecho; mujeres mayores, de 50 y de 60 años, casadas con hombres de 20 años y hasta menos. ¿por qué? la respuesta se fue haciendo evidente a medida que los conocía y me relacionaba con este pueblo. Era común que los hombres buscaran una mujer establecida, con un buen negocio, grande o pequeño, lo suficiente como para que ellos pudieran dedicarse a su deporte favorito: mujeres más jóvenes, ocio y licor; y así vivían a expensas de ellas si era posible hasta arruinarles sus prósperos negocios.

El hecho no era asunto que sorprendiera a nadie, pero para mí era nuevo; muy recién llegada conocí una dama agradable que trabajaba en la librería; una tarde la encontré cargando a un bebé de unos 8 meses, me pareció con toda seguridad que ella debía ser la abuela del niño, dado su aspecto. Después de saludarla, le dije inocente: "¡qué hermoso su nietecito!""no es mi nieto... es mi hijo". Me disculpé lo mejor que pude sonrojada por mi imprudencia, pero mayor fue mi sorpresa cuando el esposo llegó y ella me lo presentó orgullosa. Era un joven que no tendría más de 25 años.

Volvamos al mercado. ¿Dónde estaban los niños de aquellas mujeres que trabajaban sin descanso? Allí con ellas, en el trabajo; posiblemente los mayorcitos estaban en la escuela, pero los bebés estaban con ellas, en pequeños cochecitos, en improvisadas cunas en cajas vacías de frutas o vegetales. El sacrificio de estas mujeres era enorme; hacían todo esto simultáneamente en más de doce horas de trabajo al día. Fue también el lugar donde se veía, el mayor índice de alcoholimo; los alcóholicos llenaban las calles y dormían en ellas cuando ya ni recordaban dónde vivían.

¿Qué hacía que estas valientes mujeres asumieran solas la enorme tarea de sostener la economía familiar y además permitir que los hombres permanecieran como parásitos a su lado? Es difícil encontrar una respuesta aceptable, me gustaría pensar que la situación ha cambiado en ese país. Por supuesto que conocí hombres buenos que trabajaban duro cada día por el sustento de sus familias, pero no era la imagen que proyectaban las inmensas multitudes donde se vivía la odiosa explotación de las mujeres sin apreciar siquiera lo mucho que ellas aportaban a la economía del país.

Tal vez una infame tradición de machismo, muchas veces transmitido por la madre, que evita que los varones participen en las actividades domésticas y en cambio cría a las niñas en el entendido de que nacieron para servir a los hombres. Podría ser una explicación; no es mi intención hacer el análisis antropológico de un pueblo que conocí hace tantos años y que no he vuelto a visitar. Sólo quiero registrar un recuerdo; a veces debe uno obligarse a recordar, por todo lo que puede ayudarnos a vivir, un pasado del que tuvimos que haber aprendido mucho.

"Ordenadora pasas vibrando como abeja
tocando las regiones perdidas por la sombra
conquistando la luz con tu blanca energía.

y se construye entonces la claridad de nuevo:
obedecen las cosas al viento de la vida
y el orden establece su pan y su paloma." P.N