miércoles, 26 de octubre de 2011

Navidad

Se avecina una época hermosa, y además estoy en una época de la vida en la que se busca atesorar los recuerdos, hacer memoria y fijarlos para convertirlos de alguna manera en algo real que podamos compartir con otros, al menos con los nuestros en la intimidad de la familia, lo cual podría aportar quizás un poco de cohesión e identidad a las nuevas generaciones.

La navidad me trae evocaciones muy gratas porque sin duda tengo que agradecer el haber tenido una niñez con buenos recuerdos. En los tiempos de mi infancia en mi pais, la navidad no era el asunto eminentemente comercial que es hoy en día. La globalización y los avances increíbles de las comunicaciones han hecho que muchas sociedades adopten formas nuevas, costumbres, estilos, ideas, etc. No diré que esto sea negativo quizás en la medida en que podamos conservar las propias, reconocer nuestras raíces, nuestro pasado y transmitirlo con cariño a nuestros jóvenes, nuestros hijos y nietos.

La primera y más distintiva señal de la cercanía de la navidad, en nuestra casa, eran los preparativos que hacía mi madre para el "dulce de navidad" que por cierto solamente se hacía y se comía en esta época del año. Mi madre compraba ya en la primera semana de diciembre las frutas que necesitaba, como los limones, que había que hacer pasar por un proceso más o menos largo de "desamargado" para lo cual los ponía a hervir en una olla grande por varios días consecutivos, cambiando el agua y sacando la pulpa con una cuchara hasta que quedaba solamente la corteza bien delgadita y sin el sabor amargo que le es caraterístico.

En este momento preparaba ya los higos, la papaya, la canela, los clavos y vertía todas estas frutas debidamente cortadas; limones,higos y papayas, en una "paila" de cobre que permitía a las cáscaras de limón recuperar un hermoso color verde brillante. Mucho azúcar y a hervir sobre la estufa por buenas horas hasta llenar toda la casa y el vecindario de un maravilloso olor a conserva de frutas.

Cuando mi madre daba por aprobado el proceso, ya faltarían unos tres o cuatro días para la navidad, o mejor dicho, para la nochebuena, pues en esos tiempos se hacía muy bien la diferencia entre "navidad" y "nochebuena". Empezaba entonces un transitar incansable entre vecinas intercambiando platos y delicias de cada cocina. Mi madre "exportaba" sus delicias entre amigos, vecinos y familiares.

Otra cosa era la preparación de los tamales que empezaba unos dos o tres días antes de la navidad. Los tamales de mi madre no tienen comparación, en sabor y originalidad, y los empezábamos a comer tan pronto estaban hechos y hasta varios días depués de navidad.

¿Y el árbol de navidad? No, en aquellos tiempos, esa "moda" no nos había llegado. Lo nuestro eran los pesebres, estaban en las casas, en las iglesias, los parques, las plazas y en cualquier espacio suficientemente grande para congregar a los fieles y rezar "la novena del Niño", la cual comenzaba, si no recuerdo mal, el 15 de diciembre y terminaba el 24 con el nacimiento del Niño Jesús. Estos hermosos pesebres o "nacimientos", como los llaman en otros lugares, eran confeccionados de acuerdo a la creatividad de los miembros de cada familia. Los había enormes, con derroche de elementos bíblicos, una hermosa aldea entre colinas. con luces dentro de las casitas, uno que otro pozo para sacar agua, camellos, gente con los atuendos característicos del Medio Oriente, pequeños rebaños de ovejas aquí y allá, pastores en las colinas de los alrededores, y en lo alto de la colina más destacada, el pesebre en que se alojaban José y María. Por el largo camino ascendente, los reyes del magos. ¡Era hermoso! me emociona recordarlo. En los días previos a la confección del pesebre, muchos se iban al campo para buscar musgo y diversos tipos de lianas y hierbas con que preparar el escenario. Todo esto se podía encontrar también en los mercados dedicados especialmente a vender todo lo necesario para estas fechas.

Los días, y en especial las noches, se pasaban entre la confección del pesebre familiar y las visitas a los de los vecinos y alrededores y era la excusa perfecta para probar toda clase de platillos regionales como buñuelos, natilla, panecillos, dulces, tamales y mucho más. Las calles de nuestro barrio eran amenizadas por todo tipo de "murgas", grupos musicales autóctonos, que muy ruidosos y acompañados de alegres "diablitos" y otros disfrazados hacían las delicias de los niños y adultos que salían a bailar a la calle a su paso.

Los padres preparaban obsequios para los niños, que como yo los recuerdo, no eran en absoluto ostentosos ni en gran número; cada niño recibía uno o dos modestos regalos, los cuales eran disfrutados al máximo. Por mi parte, me esfuerzo en recordar los regalos que pude haber recibido en navidad, y mi ingrata memoria sólo me trae el recuerdo de una muñeca con una hermosa cara de porcelana, bellamente pintada con grandes ojos y boquita en flor, con el cuerpo de trapo, y vestida con un lindo trajecito; también las manitas y los pies eran de porcelana. Estas características hacían a la muñeca especialmente frágil, razón por la cual, pasaba guardada la mayor parte del tiempo. Recuerdo que mis hermanos recibían carritos de madera pintados con colores brillantes y tengo también el recuerdo de un hermoso perro "salchicha" que se movía con gracia al ser halado por una cuerda que tenía atada al cuello. Estos son los juguetes que recuerdo, supongo que fueron más, pero quizás éstos que menciono, por alguna razón, lograron hacer un "nido" más permanente en mi memoria. Cenábamos la nochebuena y en la mañana de la navidad nos despertábamos a buscar debajo de las almohadas el regalo que nos había dejado el Niño. A "Santa Claus" en realidad, lo vine a conocer mucho después, cuando ya nadie ponía un obsequio debajo de mi almohada.

Era de ley estrenar un vestido nuevo para la navidad, y mi madre se esforzaba mucho porque esto se cumpliera en nuestra casa; el día de navidad todos teníamos ropas confeccionadas por ella para la especial ocasión. Las comidas de cada día de esta bulliciosa y maravillosa época eran acompañadas por largas tertulias en las que mis padres contaban historias, atendían visitas, y recordaban a los ausentes.

Mi madre fue siempre una mujer muy compasiva, y no se olvidaba de los indigentes, especialmente de los niños y siempre buscaba la manera de alegrar alguna familia en necesidad, a los que pasaban por nuestra puerta pidiendo algo, y a los niños que le ayudaban a traer la canasta del mercado. Era la navidad, como ella lo veía, una época para compartir; nosotros éramos testigos y participantes activos pues no pocas veces ella repartía nuestras "pertenencias" entre sus beneficiados.

Yo recuerdo que en casa, nunca nadie comía solo, en primer lugar porque las horas de las comidas estaban bien establecidas, desayuno en la mañana, almuerzo al mediodía y la cena al atardecer; cada comida se servía cuando todos estaban presentes y listos para participar de ella; quizá por eso, me embarga la nostalgia y la soledad cuando tengo que comer sola. Tal vez estamos profundamente influídos por nuestra infancia y hay recuerdos, costumbres que subyacen profundamente en nuestro interior, y de los que no podemos sustraernos.

Hoy las navidades son muy diferentes de las mías, hermosas también, con mucha mezcla de otras costumbres y tradiciones que yo no conocí de niña, que se han ido añadiendo a mi familia con el correr de los años, con las estadías en otros países, con la llegada de otras familias a la nuestra y con tantos cambios e influencias imposibles de soslayar. Ha sido posiblemente una forma de enriquecimiento de costumbres y formas de ver la llegada de la navidad y el fin del año. Ya es familiar para mí, asociar el frío con estas fiestas, y en los últimos años la nieve, que como en las hermosas tarjetas de navidad que admiraba cuando era una jovencita y me parecían irreales, ahora no sólo son reales sino deseables porque es navidad.

Ojalá que el verdadero sentido de estas fiestas, esté presente siempre en los corazones, para que nunca olvidemos que lo importante, lo esencial en ellas es el amor, la mutua compañía y el deseo de compartir lo mucho o lo poco que haya con otros, especialmente el maravilloso don del amor que el Cielo nos dio en Jesús.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Niño migrante

He visto con frecuencia en estos últimos años, lo difícil que puede ser para los niños y sus padres la adaptación a un ambiente nuevo , con el agravante de un idioma nuevo además.

Pero, he visto también que las dificultades de los niños, en nada se comparan con las de los padres, en lo que atañe al aprendizaje de un nuevo idioma. Tanto en unos como en otros, es cuestión de tiempo, pero para los niños la dificultad se reducirá a sólo unos meses. En ellos fluye de manera mucho más natural puesto que están desprovistos de muchos temores, complejos y prejuicios que agobian a los adultos.

Además, es conocido lo que dicen los especialistas en la materia; los niños no tienen aún establecidos patrones linguísticos fijos como los adultos, por lo tanto están mucho mejor preparados para aprender mucho más rápido el nuevo, o los nuevos idiomas. Es verdaderamente sorprendente la cantidad de idiomas que un niño podría manejar con sólo estar colocado en el ambiente propicio para aprender idiomas.

Dije al principio que es una cuestión de tiempo, el niño necesita como con la lengua materna, escucharla primero para poder aprenderla, y después aprender a hablarla. Los padres suelen estar muy ansiosos, porque naturalmente que los niños pueden sufrir un poco de ansiedad y temor cuando se encuentran en un ambiente en el que no pueden entender lo que los demás dicen. Los padres además, quisiéramos evitar a nuestros niños todo sufrimiento, pero no es posible, ni siquiera provechoso para el desarrollo del pequeño.

Tengo un nietecito de siete años, es un niño inteligente y despierto, que aprende con facilidad; es algo tímido, especialmente si no conoce bien el ambiente. Pues bien, cuando fue por primera vez al preescolar, su maestra le reportaba a la madre que el niño permaneció calladito por varias semanas, hacía las cosas que le pedían y desarrollaba las actividades pero sin hablar. De pronto, cuando él se sintió seguro, comenzó a participar y a opinar verbalmente con la maestra y sus compañeritos y en cuestión de meses hablaba en nuevo idioma con fluidez.

Mi nietecita tiene ahora cuatro años y acaba de entrar al preescolar; todos en la familia deseamos un rápido aprendizaje de inglés para la niña y especialmente, que ella no sufra ansiedad y estrés en el proceso; es inteligente y vivaz pero al contrario de su primo, ella es sumamente extrovertida, le gusta la compañia de otros niños y no parece importarle que hablen un idioma diferente. Desde el primer día se esfuerza por comunicarse con la maestra y con sus compañeritos como puede: pequeñas frases, palabras sueltas, gestos, señas, y en general está avanzando a muy buen paso, su maestra informa que se comunica mejor cada día.

Dos niños diferentes en espìritu pero que se muestran igualmente hábiles para aprender un nuevo idioma, al igual tantos otros pequeños. Veo que lo importante es entender el proceso y saber que con toda seguridad la espera no será larga. Necesitan sí del apoyo incondicional de sus padres, de confianza en sí mismos y ánimo diario para superar los días difíciles en tanto pueden ver la luz al final del túnel. Lo que inevitablemente vendrá luego es la batalla por que no abandonen la lengua materna, pero ese es un tema que merece consideración aparte.