jueves, 10 de junio de 2010

Gabriel

A menudo las circunstancias nos ponen en situaciones insospechadas, embarazosas a veces y no queda otra alternativa mejor que enfrentarlas con ánimo sereno.

Como maestra sé que en nuestro trabajo aprendemos tanto o más que los alumnos y son los diarios y pequeños incidentes los que más nos enseñan; las lecciones recibidas son de todo tipo: algunas conmovedoras, otras divertidas, las hay especialmente gratas y casi todas dignas de atesorar en el recuerdo.

Tuve una vez un pequeño alumno, cuando enseñaba en la escuela primaria. Lo recuerdo de unos 9 ó 10 años, era el mayor de tres hermanos y su padre los había abandonado a ellos y a su madre para irse con otra mujer y no sólo eso sino que se había instalado a vivir en una casa muy cercana de su esposa e hijos.

El niño sufría profundamente el hecho pero se comportaba, o quería comportarse, como el "hombre de la casa" ahora que su madre se había quedado sola.

Un lunes en la mañana, mientras revisaba los folders con los trabajos de los niños, noté que no estaba el de Gabriel. El era un niño brillante, con gran sentido del honor y muchas ganas de aprender; lo llamé a mi escritorio y le dije: "Gabriel, no encuentro tus trabajos, tal vez olvidaste dejar aquí el folder esta mañana al entrar al salón"... "Maestra, me dijo, lo que pasa es que... mi papá se fue anoche de la casa y..."

En este momento Gabriel, con la voz entrecortada me dio la espalda para secarse dos lágrimas valientes que traicionaban sus deseos de ser "un hombre fuerte" frente a las dolorosas circunstancias.

Me conmovió profundamente, quería levantarme y darle un abrazo, pero pronto se volvió y me dijo con entereza: "No volverá a pasar... se lo prometo, y ahora mismo me pongo al día."
"Está bien, Gabriel, no hay problema, confío en tí", le dije y el niño regresó a sus trabajos escolares.

Comprendí de pronto que lo que el niño necesitaba en ese momento no era compasión ni abrazos, sólo quería ser comprendido y respetado.

Educar a los niños requiere gran sensibilidad y tacto porque algunas veces, el amor que se desborda sin previsión ni inteligencia, hace más daño que bien; hay que entender que el dolor y el sufrimiento pueden proporcionar mucha fuerza al carácter en desarrollo.

No se debe ayudar al polluelo a romper el cascarón ni a la mariposa a salir de su capullo; al privarlos de ese esfuerzo, debilitamos sus facultades, ellos necesitan nuestro amor siempre pero hay que estar atentos a expresarlo de la manera adecuada según las circunstancias.

Experiencias de aprendizaje

Dicen los expertos en docencia que aprendemos verdaderamente cuando somos puestos en una situación de aprendizaje en la cual participamos de forma activa; en una de estas me encontré una vez, de la forma más insospechada y accidental.

Asistía a una reunión de capacitación con unos cincuenta compañeros docentes; fuimos organizados en grupos de trabajo y estos equipos a su vez fueron formados por medio de alguna de las "ingeniosas" maneras ya conocidas: "todos los que recibieron un triángulo rojo, trabajarán en la mesa número 5".

Así formé parte de un grupo de agradables maestros, todos con muy buena disposición para el trabajo; recuerdo vagamente que el tema a tratar era relacionado con asuntos éticos en nuestra profesión. Se determinó un tiempo para el trabajo y la discusión y al final cada grupo expondría las conclusiones a que habrían llegado.

La conversación en nuestro grupo se fue volviendo cada vez más animada con relatos y referencias de algunos hechos a todas luces cesurables desde la perspectiva ética.

Algunos relatos abundaron en precisiones como nombres, fechas, lugares y además se incriminaba en ellos a miembros del personal; se comentó con indignación que tales conductas por parte de profesores iban en contra de la filosofía y buen nombre de la institución.

Absortos en la animada conversación, ni siquiera sentimos pasar el tiempo asignado, muy pronto oímos a la persona encargada de moderar la reunión que anunciaba el inicio de las participaciones.

Yo estaba un poco preocupada con respecto a las conclusiones que presentaríamos ya que el tiempo se nos había ido escuchando los "jugosos chismes",o los hechos, no lo sé a ciencia cierta.

El primer grupo presentó interesantes conclusiones de su trabajo; cuando ellos terminaron, para sorpresa de nuestro grupo, que intentaba afanosamente organizarse para presentar algo, una de las compañeras, por su propia iniciativa, levantó la mano, pidió el micrófono, "y dijo así, con inspirado acento": "Aquí en nuestro grupo hemos discutido asuntos muy graves; algunos maestros han incurrido en actos penosos y reprobables....... " y continuó con los detalles escabrosos.

Nos quedamos como petrificados, deseando que nos tragara la tierra porque mientras tanto, todos tenían fijas sus miradas en nuestro grupo, sin perder palabra de nuestra decidida "representante".

Un sentimiento de vergüenza y confusión nos invadió a todos, pues nunca pensamos que los "interesantes asuntos" que se habían discutido en la intimidad del grupo pequeño, serían expuestos en pleno de la manera "franca y valiente" en que lo hacía nuestra compañera que ya invocaba a la "guerra santa" con tal de restituir la pureza y las buenas costumbres en la institución.

Pero ya estaba hecho y no había posibilidad de volver atrás. Creo que fue una lección bien aprendida; en fin, que era una reunión de maestros y de aprender se trataba.