martes, 29 de septiembre de 2009

Cuando enseñar se vuelve un reto

Por mucho tiempo se ha pensado que cualquiera puede ser maestro, sabemos que es una profesión subvalorada, pero ¡cuánto bien puede hacer un maestro que ama su trabajo y desea hacer todo el bien que pueda en favor de sus alumnos!

La verdad es, y los maestros lo sabemos, que enseñar no es nada fácil; puede disfrutarse, es un trabajo apasionante, pero tiene grandes retos.

Cada persona es única y diferente y ese es uno de los primeros retos que enfrenta el maestro: tratar con las diferencias individuales, no todos avanzan al mismo ritmo, no todos aprenden de la misma manera ni responden al estímulo con el mismo entusiasmo.

El problema agobia más intensamente al maestro cuando las diferencias que algunos alumnos presentan se salen del ámbito de lo normal y esperado y aún de lo que estamos capacitados para manejar.

Hay varias salidas al problemas; una muy común, en algunos lugares en especial, es recomendar a los padres que el niño sea llevado a un especialista en problemas de aprendizaje, y otra, es trabajar duro para ayudar al niño a superar sus problemas.

¿Cuál de las dos es la correcta?. Todo depende en realidad de la gravedad del problema, por supuesto que el maestro tiene que admitir que no es maestro de enseñanza especial, pero esto no quiere decir que no haya mucho que puede hacer por el alumno en cuestión.

Hay algunos principios que pienso que son claves y aplicables a cualquier situación; comentarlos siempre vale la pena.

En primer lugar, todo niño necesita una gran dosis de "estímulo y apoyo" y debe ser administrado en forma sincera y generosa por el maestro. La gran mayoría de estos niños sufren porque mientras sus compañeros progresan y reciben buenas calificaciones, ellos permanecen rezagados, y son capaces de percibir plenamente que no pueden rendir de la misma manera que los demás, que están en situación de desventaja.

En una ocasión supervisaba el trabajo de una de mis alumnas mientras ella trabajaba con alumnos de segundo grado de primaria. Ella le pidió a una de las niñas que se uniera a cierto grupo de trabajo, pero la niña no se movió y mi alumna no lo notó ocupada como estaba con todos los demás. Me acerqué a la pequeña y le pregunté si quería que le ayudara con sus cosas para que pudiera ir al grupo y lo que me contestó ilustra la manera como un niño puede percibir la forma como es evaluado y adoptar la etiqueta, limitando así sus posibilidades: la niña me dijo "yo no voy a ir, es que yo soy de lento aprendizaje".

Lo interesante es que muchas veces estos niños que son señalados por el maestro como niños con problemas de aprendizaje, podrían avanzar y rendir de manera satisfactoria si tan solo "alguien" les diera la ayuda que necesitan, alguien que sepa entender su necesidad y conocer sus propios ritmos, el lenguaje que necesitan, la simpatía, y el interés para ayudarles a tener el éxito a que todos tienen derecho.

Para dar estímulo y apoyo el maestro debe involucrarse, sentir verdadero interés por el niño con problemas, entiéndase esto como lentitud para aprender, dificultades para estar al nivel determinado para su edad, y en fin todo lo que tiene que ver con un bajo rendimiento escolar.

Estos niños necesitan una oportunidad, tienen derecho no sólo a asistir a la escuela, sino también a tener éxito en ella, y esta posibilidad debe ser provista por el maestro.

Recuerdo un alumnito que tuve en estas condiciones en tercer grado de la primaria; era un niño tierno, inofensivo, algo atolondrado, sin mucha capacidad de concentración, y con muy bajo rendimiento escolar; simplemente venía a clase cada día y yo no lograba que el niño avanzara; estaba realmente preocupada por él y deseaba mucho poder ayudarlo.

Me dedidí por la primera opción que ya mencioné; llamé a la madre, le expliqué las dificultades del niño y le dije que necesitaba conseguir un maestro especializado en problemas de aprendizaje.

La madre en efecto consiguió una maestra para atender al niño en las tardes. Después de algunos días le pregunté al pequeño, cómo le iba en la escuela de las tardes y me dijo que muy bien porque en la nueva escuela "si me explican".


Lo que el niño me dijo me hizo pensar mucho, ¿cuáles eran las explicaciones que yo no le había dado y que su maestra especial le daba?. Me dispuse entonces a visitar a la maestra. Ella amablemente accedió a mostrarme algunos de sus "secretos": El primero, estímulo y apoyo; por ejemplo, sus problemas con las operaciones básicas en matemáticas, las hacía junto con él, paso a paso y después de resueltos algunos ejercicios, recibía un abrazo de felicitación, entusiastas comentarios positivos, y un gran "cien" de calificación en su cuaderno, aquellos que el niño estaba acostumbrado a ver en los cuadernos de los otros compañeros, pero nunca en el suyo.

Es decir, que una de las primeras tareas era mejorar la auto-estima del alumno, y después ayudarlo, guiarlo de la mano en el desarrollo de destrezas. Lo que vi fue una gran lección para mí, me propuse desandar el camino con otros de mis alumnos rezagados, me dí cuenta de que muchos de los llamados "problemas de aprendizaje", en realidad no son tales y que lo que necesitamos es buscar tiempo y oportunidades para ayudar a esos niños que pueden tener éxito pero sus maestros no han aprendido a reconocer sus ritmos, sus formas de aprender y sus necesidades individuales.

No quiero decir con esto que los problemas de aprendizaje no existen, por supuesto que no; pero hay mucho que podemos hacer si prestamos atención a las diferencias entre los niños; hay estrategias, técnicas, métodos que podemos implementar para ayudarlos, y estar atentos porque si bien es cierto que podemos encontrarnos con un verdadero problema que esté fuera del alcance de nuestros conocimientos y en cuyo caso hay que acudir a especialistas para las debidas valoraciones y diagnósticos, también es real el hecho de que muchos de los llamados problemas de aprendizaje, son de fácil solución cuando se pone verdadero interés en el niño y se dispone de tiempo para ayudarlo. Como decía siempre a mis alumnas, para resolver muchos de los problemas del aula hay que trabajar con el corazón, y hacer un verdadero esfuerzo para lograr que todos los niños logren aquello a lo que todos tienen derecho: el éxito en el aprendizaje.


martes, 1 de septiembre de 2009

Asomándose al pasado

Angel, Víctor, Lorenzo, Carlos, Marco, eran mis primos de la familia paterna. Tenían una hermosa casa en su hacienda, con ganado, plantaciones de azúcar y arroz, plátano y yuca.
Venían con frecuencia a nuestra casa, especialmente para traer invitaciones a sus fiestas familiares, que mis padres aceptaban sin dudar.

A mi me consideraban su "primita" aunque no me miraban precisamente como tal, éramos todos jóvenes entre 15 y 25 años, y disfrutábamos lo mejor de la vida de aquellos tiempos.
Organizábamos emocionantes cabalgatas desde el pueblo hasta la finca de ellos o hasta la nuestra cuando ellos decidían ir a acompañar a la "primita" , así me llamaban siempre...

Y así evocaba mi madre estos recuerdos sentada junto conmigo a la mesa de mi cocina, me hacía estos relatos con un dejo de nostalgia y alegría en la mirada, y recuerda con asombrosa lucidez muchos detalles de aquellos tiempos; nombres de personas, lugares, incidentes, algunos que noto son recuerdos muy caros a su corazón, y que por la misma razón, creo que no mencionaré aquí.

El camino que recorríamos en tiempo de verano era como de unas tres horas que podían convertirse fácilmente en seis cuando los ríos se crecían en el tiempo de lluvia.

En aquellos tiempos, había una abundancia tal de provisiones en las cocinas campesinas, como no he vuelto a ver en estos tiempos, abundaban la leche y sus derivados casi tanto como el agua; las carnes de res, de cerdo, de aves, el pan, los dulces, en fin todo lo necesario para las deliciosas comidas de nuestra región y nuestro tiempo.

Una boda, por ejemplo, era un acontecimiento inolvidable, los novios se casaban, muy probablemente en la misa de las siete de la mañana, después los invitados que asistieron a la ceremonia y los que llegaban a la casa de la fiesta en nutrida cabalgata, eran esperados con un copioso desayuno: panes de queso, arepas, envueltos de choclo, de maíz, carne asada, caldo de gallina, chocolate, café, tamales, y mucho más.

La fiesta de bodas, como todas las demás, era amenizada por músicos acompañados de tiples, guitarras, bandolas y violines, y los bailes se prolongaban hasta el día siguiente, todo acompañado siempre de muy buena y abundante comida: además de esto, cuando los invitados estaban listos para regresar a sus casas, la mayoría distantes, eran invitados a llevar "fiambres" para sus hogares. La generosidad y la hospitalidad eran ley en aquellos tiempos.

Eran tiempos también en los que se hacía gran aprecio de los valores familiares y en especial de los valores femeninos; cuando a un joven le gustaba una muchacha, apreciaba su belleza por supuesto, pero antes de ir más lejos, se tomaba tiempo de averiguar por quien y cómo era la madre de la joven y cuáles eran los valores de la familia en cuestión. Las canciones populares de aquellos tiempos daban fe de estos hechos, una de ellas decía así: "yo siempre me enamoraba de mujer sencilla y buena, así como era mi mama."

Por supuesto que tenía más primos, vivían cerca de los que ya mencioné, eran de la familia Lozada Plaza, los recuerdo con claridad: Ricardo, Jesús, Isidro, José Dolores que era sastre y peluquero, todos ellos también asiduos asistentes a las alegres fiestas de familia.

Mis hermanos eran Ignacio, Arturo, Pachito, Mery y Margarita; Ignacio y yo eramos los mayores, lo cual nos daba ciertos privilegios. Los domingos nos daban permiso de ir al pueblo, a misa, esa era la misión, el viaje era largo, pero se hacía una delicia montados en briosos caballos.

Cumplíamos fielmente con el encargo de ir a la misa, pero el resto del día lo dedicábamos a pasear por el pueblo y vernos con amigos, a veces casi hasta caer la tarde y entonces emprendíamos el regreso a galope tendido, para llegar casi al anochecer a casa donde los padres nos recibían con gesto adusto y la pregunta solemne:¿por qué se demoraron tanto?

En aquellos tiempos en nuestra tierra, la política jugaba un papel muy importante en las relaciones, en nuetra casa mis padres eran conservadores, y por supuesto, todos en casa también; en tiempo de elecciones, yo misma me encargaba de ir con los trabajadores como si levantase una encuesta, a preguntar quien iba a votar con el patrón y a amenazarles con que si no lo hacían así, serían despedidos. Recuerdo que había un trabajador, don... que al escuchar mi exigencia, respondía indignado que entonces él se iría buscar trabajo en otro lado. Después de algunas semanas, mi padre se iba a buscarlo y convencerlo de que volviera, sin duda porque era hombre honrado y muy trabajador.

Era fama en la región que en la finca de don Pacho, así llamaban a mi padre, se trabajaba duro, pero daban muy buena comida. Mi madre junto con las mujeres de la casa, trabajábamos muy duro en tiempo de cosecha. El desayuno, muy temprano antes de salir el sol, eran dos roscas de pan de queso, y una taza de café o chocolate; a las diez de la mañana regresaban los hombres para el almuerzo que era un cocido grande y suculento preparado con mucha carne, plátano y yuca, servido humeante sobre hojas de plátano recién cortadas. A las tres de la tarde se servía la "segundilla": envueltos de choclo con carne asada. La cena se servía a las siete de la noche: sopa de maíz, arroz y carne.

Era mucho el trabajo que se preparaba desde días antes de que llegaran los trabajadores para la cosecha, se mataba por lo menos una res; había un trabajador de la casa que era el encargado de tasar la carne, salarla para su conservación y guardarla en arcones de madera, no había refrigeración en aquellos tiempos, pero la gente sabía mucho sobre su conservación especialmente de las carnes.

El chocolate también se preparaba en casa, se traía el cacao y se tostaba para después molerlo, y aderezarlo con especias, clavos de olor, canela, nuez moscada, vino y carne molida; así se guardaba en latas bien tapadas, y el resultado era una bebida espumosa, perfumada y deliciosa.

Mi abuelo, que era muy católico, siempre decía que quien era liberal, era enemigo de Dios, y ante tales aseveraciones, ningún pretendiente con tal filiación era aceptado en nuestra casa, el color político era la mayor virtud o el mayor defecto...

A la finca de mi padre venían muchos trabajadores en tiempo de cosecha, a las de arroz, quizás unos 40 . Teníamos también un trapiche y la panela que se sacaba era de lo mejor de la región, siempre se vendía toda en el pueblo, en un solo día.

Mi madre era muy trabajadora, y además muy hábil para los negocios, mi papá no decidía con respecto a ellos sin escuchar primero su opinión, o sin que el interesado le preguntara directamente a ella si le parecía bien.

Las relaciones entre padres e hijos en aquellos tiempos no tenían el tenor amigable y distendido que tienen hoy en día, nuestros padres eran severos y poco expresivos en el afecto; eran buenos y se preocupaban por el bienestar de los hijos, pero no había lugar para confidencias o bromas; les contestábamos "sí señor" o "sí señora" y jamás se discutían sus decisiones.

Aquí acaba el relato de la abuela, pero muchos otros recuerdos hay guardados en su mente, cuanto más lejos estén en el tiempo, con más lucidez y detalle los recuerda, los que quiere contar a otros le causan evidente alegría, otros, que menciona en voz más baja y con dolorosa nostalgia, son breves, escasos en detalle, y hay preguntas frente a las que calla por completo y siento que es mejor no insistir, si lo recuerda, parece que preferiría olvidar.

He escrito esto para mis hijos y mis nietos, los nombres de este relato son personajes de un pasado lejano y desconocido para ellos, pero no por eso inexistente y el pasado y nuestras raíces es algo que también nos pertenece y nos ayuda a formar nuestra identidad.

"El presente está solo. La memoria erige el tiempo. Sucesión y engaño es la rutina del reloj. El año no es menos vano que la vana historia." Borges



































miércoles, 12 de agosto de 2009

Escenarios

"...y así la vida anduve y desanduve mudándome de traje y de planeta, acostumbrándome a la compañía, a la gran muchedumbre del destierro, a la gran soledad de las campanas." Neruda


La casa tenía mucho encanto; un patio interior con algunos arbustos florecidos, amplios corredores alrededor, una cocina completamente abierta en una esquina del amplio patio, y más atrás una pequeña habitación que servía de baño y que tenía una pila profunda llena de agua fresca.

Al otro lado del patio, dos cuartos bastante amplios; al frente, en la entrada, una habitación de grandes dimensiones, que más parecía haber sido diseñada para salón de reuniones que para una sala; a nosotros nos sirvió precisamente con aquel fin.

La casa estaba ubicada muy cerca del ascenso a una colina que daba a una iglesia que permanecía allí como vigía del pueblo. Estuvimos en esta casa poco tiempo, en un pequeñopueblo de campesinos pobres, con un clima caliente y un sol inmisericorde. San Francisco de gotera era su nombre. ¿Qué cosas sucedieron allí que merezca la pena recordar?. Muchas en realidad, pero sólo mencionaré algunas reuniones memorables con nuestros humildes hermanos y a Adelita una chica campesina, trabajadora y buena que nos acompañó por un poco de tiempo y que volvió pronto a su casa porque no se acostumbraba a estar con tan poco quehacer en nuestra casa. El otro suceso importante fue la pérdida de mi primer embarazo, con toda la perplejidad que tal acontecimiento puede traer a una joven pareja
Nuestra casa, la primera que tuvimos en nuestra vida de casados, era soleada, acogedora, agradable, especialmente en el día porque en la noche, ese patiecito amplio y abierto, nos hacía temer la intrusión de algún delincuente.

Después nos fuimos a la capital, a una casa ubicada en un barrio tranquilo de clase media, frente a ella pasaba una ruta de buses de servicio público que ruidosamente hacía una de sus paradas allí mismo.

La casa tenía una entrada agradable, con un pequeño jardín y un garaje para estacionar un carro inexistente en aquellos tiempos. Era pequeña pero acogedora, tenía un patio de buen tamaño en la parte de atrás con con dos cuartos construídos en el fondo, y no se podía comprender completamente la intención del arquitecto o constructor, dado que no tenían más servicios ni facilidades que pudieran hacerlos verdaderamente independientes. La segunda vez que habitamos esta misma casa, algunos años después, mis pequeñas hijas si les encontraron utilidad y las usaban como cuartos de juegos y pasaban allí muchas horas felices.

En la costa atlántica de Nicaragua, en Puerto Cabezas, habitamos dos casas en menos de un año. La primera, era una casa vieja colocada sobre pilares que la elevaban unos metros del suelo, posiblemente con la intención de evitar insectos y animales que pudieran invadirla. No la recuerdo con mucha claridad, recuerdo mejor la cocina, ubicada en el fondo, casi en una habitación aparte, con una estufa de carbón muy rudimentaria que tomaba tiempo encender y calentar, especialmente cuando regresábamos del trabajo, cansados y con hambre a la una de la tarde.

Poco después encontramos una casita nueva, con un diseño mucho mejor, tenía dos pisos, abajo estaba la cocina, el comedor y una habitación; arriba otro cuarto y una pequeña salita como un estudio, era muy bonita, al menos así la recuerdo, tenía además amplios ventanales desde los cuales se podía admirar un paisaje tropical y exhuberante.

En esta casa hubo un acontecimiento digno de recordar, el embarazo de nuestra primera hija,
aunque ella no nació aquí; nos fuimos a Panamá después de un poco de tiempo. Por supuesto que también recuerdo personajes e incidentes en todos estos lugares, pero lo que quiero recordar son precisamente las casas, los escenarios donde la historia se desarrolla.

En Panamá habitamos dos o tres casas, una en un barrio alegre y algo bullicioso, especialmente los fines de semana donde todo el espíritu festivo de los panameños se hacía sentir; allí pasé casi todo el embarazo de la primera hija. Después fuimos a un complejo de edificios no muy altos de pequeños apartamentos; el que nosotros ocupamos se llamaba "El Calmar", y de ese lugar conservo gratos recuerdos, especialmente porque me sentía más segura entre tantos vecinos cuando mi esposo tenía que viajar.

Dos veces estuvimos en este edificio; la primera vez, teníamos una niña y la segunda vez eran dos; recuerdo por ejemplo una tiendecita que había a pocos metros del edificio, de esas que abundan en los barrios de cualquier ciudad latinoamericana y que en Panamá, estaban invariablemente atendidas por chinos, quienes eran los dueños indiscutidos de las tiendas de abarrotes. Las dependientes de estos establecimientos adoptaban siempre el mismo nombre: Rosita, que ellos pronunciaban de manera peculiar. Los clientes, que eran los vecinos del barrio, hablaban a gritos y parecían enfrascados siempre en alguna acalorada discusión, pero para el conocedor del ambiente, era solamente franca y alegre conversación.

Otros habitantes de "nuestros edificios", eran una colonia de italianos, las mujeres eran alegres y comunicativas, y sus niños jugaban en las tardes bajo la atenta mirada de las abuelas. Toda clase de incidentes cotidianos entretenían a los habitantes; una vez hasta fuimos testigos de la huída precipitada de un galán, quien al verse sorprendido en plena faena por el marido inoportuno, se lanzó en paños menores desde un segundo piso y se alejó arrastrándose hasta su carro, posiblemente con algunos huesos rotos.

Atrás de estos edificios había una calle en un barrio algo elegante, que en el tiempo de navidad se llamaba "calle de Belén". Los dueños de todas las casas en esta zona, adornaban y alumbraban el frente de sus residencias y sus jardines con luces y motivos alusivos a la navidad y durante la noche desfilaban con lentitud visitantes de la ciudad para ver la fiesta de luces y color; fuimos muchas veces allí con las niñas para admirar el espectáculo.

Me encantan los pueblecitos rurales, y la casa en que vivimos durante el tiempo que pasamos en Volcán me trae gratos recuerdos por los personajes entrañables que conocimos allí y lo que compartimos con ellos. Una casa pequeña, sala, comedor, tres habitaciones no muy amplias, la cocina con pocas comodidades y sin mucha luz, pero tenía un jardín al frente y un buen patio en la parte de atrás donde podía tender a secar largas filas de pañales al sol tropical. El clima aquí era fresco y agradable, aquí también nació la segunda de nuestras hijas.

En la parte de atrás de la casa estaba el lavadero, con una pila para el agua y un desagüe debajo que al parecer atraía a las tarántulas sedientas que me aterrorizaban y de las que nuestra bondadosa vecina nos libraba tan pronto me oía pedir auxilio. Frente a la casa había un gran terreno baldío, y una cancha de basquet a un costado, la calle que pasaba por allí se mantenía en malas condiciones debido a las lluvias que hacían profundos surcos y a que ninguna autoridad tenía interés en repararla. Pero el ambiente bucólico y encantador, con los hermosos paisajes de montaña, lo hicieron un hermoso lugar para mi pequeña familia.

La casa que recuerdo después, estaba en Ahuachapán, un pueblo no tan pequeño, en el occidente de El Salvador, muy cerca de la frontera con Guatemala; tenía una ubicación interesante, diferente a todas las que habíamos habitado antes, en un pasaje o pasadizo entre dos calles, no pasaban automovilistas por allí, sólo tránsito peatonal.

En un costado había una hilera de casas, algunas habitadas por familias, otras eran oficinas; el pasaje tenía de largo unos cien metros y en el otro lado había una iglesia católica grande, imponente, cuya pared lateral ocupaba todo el largo del pasaje.

La casa no tenía una entrada muy convencional, las puertas, que eran dos, se abrían directamente a la sala comedor, y después a la cocina, a un pequeño patio interior y a las dos únicas habitaciones. Me gustaba el lugar, solía ser siempre muy tranquilo, aunque de vez en cuando recibíamos sorpresas, como una noche cuando llegamos y había una improvisada pelea de gallos o de boxeo, no lo recuerdo con exactitud, una multitud colmaba nuestra calle y varia docenas de personas estaban literalmente pegadas de nuestras puertas. Nos costó trabajo entrar a casa esa noche.

Pero allí recibimos algunas visitas memorables, doña Fita, el doctor Ovidio y su familia, doña Toyita y dos queridas amigas que venían en las noches porque deseaban aprender a leer y escribir, Corina y Victoria dos mujeres humildes y trabajadoras; también recuerdo que no había escuela para mis niñas y yo fui entonces su maestra de primer grado.

También recuerdo la semana santa en aquel lugar, porque frente a la iglesia dramatizaban toda la pasión y muerte de Jesús y desde el jueves en la noche y todo el viernes santo, sonaba una lúgubre y monótona melodía que llenaba el ambiente de nostalgia y aires de tragedia.

Viajeros incansables hemos sido todo el tiempo y aunque siempre he tenido el anhelo de permanecer, debo reconocer que los cambios me han deparado no pocas sorpresas y enseñanzas; con cada casa que ocupaba un poco de cambio se operaba en mi, tal vez podría llamarle crecimiento o madurez, no sé definirlo con claridad, llegaba a cada casa nueva con un poco de tristeza y mucho de nostalgia y me iba casi de la misma manera, con mucha tristeza y un poco de nostalgia.

Costa Rica es un país hermoso, rico en folcklor y belleza natural, ocupamos al llegar alli una
casa pequeña, pero tenía un jardincito en frente y un patio pequeño atrás, la fachada de la casa tenía unos arcos bonitos, un pequeño garaje y estaba ubicada en un pequeño barrio acogedor y tranquilo. Recuerdo que la adorné con unos hermosos helechos que coloqué en la sala, muy verdes y frescos, los cuales recibían siempre no pocos elogios de las visitas. Mi madre nos visitó allí una vez. Mis pequeñas hijas asistían a la escuela primaria y yo empecé esta vez a trabajar en la "Autumn Miller", la pequeña escuela de la comunidad.

Nos fuimos a Panamá de nuevo y volvimos a Costa Rica, esta vez con el pequeño Tev de unos seis o siete meses y ocupamos un pequeño apartamento en el centro de Alajuela ciudad pequeña y cordial. Pronto nos mudamos a otra casa no lejos de allí en otro pequeño barrio, un poco más cerca de la universidad, la casa era más grande, con un patio atrás que daba a un cafetal; era una bonita casa, con buenos vecinos que se hicieron muy amigos de nosotros, Cecilia y sus familia, tres pequeñitas encantadoras y su esposo; un poco más adelante, doña Flor, una profesora de francés con sus dos hijos, y en la casa de enfrente, doña Pepita y don Estéfano, muy amigables y serviciales, con ellos vivían algunos de sus hijos, recuerdo a Mario, Oscar y Cristina, disfrutamos siempre de su amistad y aprecio, fueron todos ellos muy buenos conmigo y mis niños, que por aquellos años pasábamos mucho tiempo solos, debido a los constantes viajes de trabajo de mi esposo.

De esta casa, aunque era bonita y llena de luz, recuerdo muchas noches de insomnio debido a la constante amenaza de ladrones y otros delincuentes que frecuentaban nuestro barrio, aunque teníamos vigilante; un hombre parlanchín y amiguero, que hacía sus rondas desarmado y que hacía un gran escándalo para despertar al vecindario cuando se veía en peligro; pero aquí mis hijos crecieron con los niños del vecindario jugando a las escondidas entre las casas y armando alegre algarabía hasta que eran llamados por los padres cerca de las diez de la noche. Aquí también vivía José Pablo, el amigo de la infancia del pequeño Tev.

De aquí nos mudamos a una casa dentro de la universidad, una casa amplia, bonita y cómoda rodeada de muchos árboles de mango de deliciosos frutos, y un árbol enorme de abundante sombra, que nos daba gran cantidad de jugosas "manzanas de agua". Lo más memorable de nuestra estancia en esta última casa fue la presencia de Bijoux, un hermoso cocker spaniel que llegó contra mi voluntad, pero que se ganó el corazón de todos, especialmente el de Tev, a quien el perrito consideraba su dueño indiscutible, como si supiera que el niño había invertido alegremente todos sus ahorros en su compra, aunque siempre pensó que era a mí a quien debía irrestricta obediencia; era sin duda el más noble de la familia.
Luego vino un cambio insospechado, tal vez porque traspasó los límites de la pequeña Centroamérica en la cual siempre nos habíamos movido. Nos fuimos a México, con bastante aprehensión, pensando que como a los mexicanos les precede fama de nacionalistas, no seríamos bien recibidos. Pero fue esta estancia sumamente grata, difícil en muchos sentidos para todos en la familia, pero los doce años que pasamos allí fueron ricos en experiencias y acontecimientos, descubCursivarimos que aunque los mexicanos sí son nacionalistas, abren sus brazos al extranjero que aprende a quererlos y a apreciar su patria y terminan, como hicieron con nosotros, adoptándolos como suyos.

Aquí habitamos dos casas ubicadas dentro del campus de la universidad la primera, era un apartamento en un piso alto; el clima en el norte de México fue una de las primeras cosas difíciles de afrontar; intenso calor en el verano y bastante frío en el invierno y las temperaturas se sentían con mucha fuerza en este piso alto, pero poco a poco nos fuimos acostumbrando. La casa tenía un pequeño patiecito abajo; allí enterramos a nuestro buen Bijoux, nuestro hermoso perrito negro, que nos acompañó por cerca de quince años y que despedimos con mucho dolor mi hijo y yo, porque los demás miembros de la familia estaban ausentes por aquellos días.


Recuerdo con nostalgia los asombrosos paisajes de las montañas en los viajes de Montemorelos a Monterrey, el aire perfumado con el aroma de los azahares en la primavera cuando los naranjales florecen, y la sorprendente invasión de las "nochebuenas", plantas de hermosas flores rojas y blancas que aparecen en navidad.

La segunda casa que ocupamos estaba ubicada muy cerca de la primera, era mucho más acogedora y más amplia; más fresca en verano y menos fría en el invierno, tenía un bonito jardín al frente y amplio patio atrás, con un hermoso limonero del que siempre saqué mucho provecho, también tenía esta casa una chimenea que disfrutábamos mucho cuando las hijas con sus familias venían a visitarnos.Cursiva


Estas dos casas en México, nunca fueron solitarias, siempre estuvieron frecuentadas por nuestros alumnos, los amigos y compañeros de nuestros hijos, nuestros compañeros de trabajo y tantas personas que recordaremos siempre. Estas casas siempre estuvieron llenas del bullicio de visitas, serenatas y pequeñas fiestas con alumnos.


Casi todas las casas que habitamos tuvieron una amplia cocina, razón por la que siempre estaré agradecida y más aún por aquellas que tenían una ventana desde donde pudiera ver afuera los árboles o el cielo azul.


Y en este querido México se casaron nuestros hijos, el menor de ellos, con una encantadora chica mexicana. Fui muy feliz en este lugar, conocí mucha gente buena, muchos de ellos se convirtieron en amigos entrañables, disfruté cada año de los que pasamos allí y llegué a adoptar este país en el corazón, salí de allí con profunda tristeza, de nuevo... para irnos a otra parte.






























































































martes, 4 de agosto de 2009

Marrakech

Muchos de mis recuerdos se relacionan también con los aromas, en especial con los de la cocina. Animan los sentidos, despiertan el alma a veces adormecida en los afanes de la vida.

Considero que hay poesía en la cocina; me parece además que el alma de los pueblos se manifiesta en su gastronomía y me merecen mucho respeto las costumbres culinarias de cada rincón del ancho mundo.

Una vez mi hija y su esposo me invitaron a un restaurante marroquí con la intención de celebrar mi cumpleaños. Estábamos en California, la fachada del restaurante no prometía mucho excepto por el nombre: "Marraquesh" la ciudad que tiene uno de los mercados de comida más espectaculares del planeta, a cielo abierto, con toda la combinación de exóticos sabores, aromas y colores explotando en festiva celebración de los sentidos; todo un patrimonio de la humanidad como lo determinó la UNESCO.

Pues bien, fue una comida memorable, al menos en lo que a mí respecta ya que estábamos acompañados de mi primer nieto, en ese momento de casi un mes de nacido.

Una vez dentro del lugar, nos sentimos trasladados a otra dimensión, un escenario árabe; la decoración, la disposición de las mesas y su diseño era según las exóticas tradiciones del medio oriente.

Me fijé en cada detalle, nos indicaron el lugar y nos "acomodaron" en el piso sobre cojines bordados frente a una pequeña mesa que se sostenía de forma que me pareció algo precaria.

Pronto vino un hombre que nos trajo una jarra de cobre, de cuello largo, como sacada de un cuento de las mil y una noches; traía además un platón en el cual debíamos poner las manos mientras él vertía un agua tibia y perfumada de jazmines.

También noté que el hombre trataba con evidente desdén a las mujeres, pero hasta ese detalle armonizaba perfectamente bien con el estilo del ambiente.

El desfile de platos exquisitos en presentación y sabor comenzó con un bandeja grande y redonda surtida de pequeñas ensaladas aderezadas con aceite de olivas y limón y abundantes rodajas de cebolla morada, tomates y habichuelas.

Se presentó de nuevo nuestro desdeñoso mesero con una hermosa y honda canasta de pan fresco, blando, de crujiente corteza y dulce migaja, delicioso para acompañar la ya descrita bandeja de ensalada.

No sentíamos un poco incómodos, como sucede siempre frente a lo nuevo o desconocido, o a costumbres que no son las nuestras. No había cubiertos, y nos dispusimos a disfrutar de los alimentos a mano limpia; con justificada razón se había relizado el rito del lavamiento de las manos.

A pesar del aparente inconveniente, templamos el ánimo, metimos mano a los platillos y los disfrutamos plenamente. El siguiente plato fue algo difícil de describir, podríamos llamarlo "pastel", caliente, humeante, pleno de aromas y expectativas, ¿era dulce o salado?

Había que tocarlo, desmenuzarlo, arrancarle un pedazo, lo cual era verdaderamente lamentable ya que parecía una verdadera obra de arte, lucía como un hermoso paquete cuidadosamente envuelto en muchas capas de delgada y crujiente pasta.

Al partirlo se intensificaron los aromas; canela, clavos de olor, almendras, pistacho, higos, pasas, carnes, cebollas, ajos, todo en una mezcla exquisita de combinación perfecta.

El sabor llenaba con creces las expectativas, los sabores llenaban el paladar en una explosión de sensaciones en una amplia gama. Valía la pena disfrutarlo lentamente.

Después de esto, el plato principal compuesto de pollo y cordero aderezados con canela, ciruelas, pimentones y cominos; sencillamente delicioso.

El postre eran unos pequeños y delicados dulces que se deshacían en la boca diluyendo completamente los fuertes sabores de los platos anteriores. De nuevo el ritual del lavamiento de manos, esta vez de obligado trámite. Para terminar, un té exquisito con aromas a jardines orientales.

Salimos, y afuera nos invadió la brusca sensación de haber pasado de la tienda de un rico beduino del desierto, al vulgar mundo capitalista de ruido, tráfico y semáforos.

miércoles, 29 de julio de 2009

¡¡ Tere !!

Era yo muy joven cuando la conocí, en un pequeño pueblecito con un nombre que puede sonar algo amenazador, "Volcán", pero que nada tiene que ver con la tranquilidad de un ambiente rural y provinciano.

Llegué allí con un niña de un año y un embarazo de nueve meses; era un lugar nuevo para nosotros; mi esposo y yo estábamos solos en este lugar, no conocíamos a nadie.

Recuerdo que nos asignaron para vivir una casa vieja de madera, que crujía de forma siniestra y esos ruidos se agigantaban durante la noche. En la mañana nos levantamos con la firme determinación de buscar otra casa en el pueblo.

Como una bendición, muy temprano apareció Miguel, hermano de Tere; su bondadosa madre lo enviaba a saludarnos con un delicioso tazón de "chicheme" y unas hojaldras para desayunar.

Aún recuerdo lo reconfortante que fue saber que no estábamos tan solos; a nuestra querida
" hermana Dora" la habíamos conocido en la ciudad de Panamá y ahora estaba en Volcán con su familia.

Nuestra buena suerte no terminó allí; encontramos una casita precisamente al lado de la casa de nuestra "hermana Dora" ¡qué dulce bendición fue esto para nosotros!

Y he aquí nuestro personaje favorito: Tere, una jovencita alta y espigada, de unos doce años, con más energía y ganas de jugar que un cachorrito.

Tan pronto llegamos ella apareció acompañada de su madre, la mujer más bondadosa, servicial y amable que he conocido. Nunca venía a casa con las manos vacías, tampoco ese día cuando nos trajo a Tere, su hija. La madre regresó a su casa y Tere se quedó... se quedó para siempre.

Recordarla produce siempre la misma reacción en mis hijos: una mezcla de ternura y nostalgia, aún hoy después de muchos años. Su nombre evoca alegría, travesuras, risa, juegos...

Su disposición para el juego era sorprendente, parecía lamentar siempre la obligación de ir a la escuela en lugar de emplear su tiempo en actividades más "nobles y divertidas".

La más afortunada fue Tita, la primera de los hijos en conocerla, tenía un año y ambas se adoptaron mutuamente desde el primer momento.

Recuerdo con toda claridad una caja grande de cartón en la que Tere y un pequeño primo suyo metieron a la niña y la pasearon por toda la casa y sus alrededores mientras el improvisado juguete resistió.

Pocos días después nació Lili y Tere estaba ya lista para incluirla en su "club" que no tenía límite de edad y la aceptó sin trámite. No sé que hubiera hecho sin Tere en aquellos años, llegó a nuestras vidas y se nos volvió indispensable, su presencia y su amistad se hicieron entrañables para nosotros.

Tere era algo así como hada madrina, compañera de juegos, dama de compañía y solución de cualquier problema doméstico. Si no podía resolverlo ella, su mamá se hacía presente con alguna infalible solución; ella podía resolver cualquier cosa, desde eliminar una temible tarántula debajo de mi lavadero, hasta la difícil tarea de arrancar unos chayotes de mi patio poblados de feroces espinas y luego enseñarme como pelarlos para que no me manchara las manos con ellos. ¡Era una persona maravillosa!

Pero volvamos a Tere, era en verdad una protagonista nata, tenía gran espíritu de líder y lo más sorprendente y encantador era que encontrara divertido venir a jugar con una niña de un año y su hermanita de sólo unos meses.

Pasamos dos o tres años preciosos en Volcán, de vez en cuando la "hermana Dora viajaba a la ciudad capital y se llevaba a Tere dejándonos a mí y a las niñas como huérfanas... si, huérfanas de su alegría, de su risa, de sus juegos incansables, de su enorme generosidad y su gran corazón.

Nos fuimos de Volcán, volvimos a la capital, de ahí a El Salvador, y luego a Costa Rica, pasaron los años, pero Tere fue siempre una ausencia sentida y recordada.

En Costa Rica, un feliz acontecimiento: volvimos a encontrar a Tere, a nuestra Tere, juguetona, feliz, pletórica de entusiasmo y energía: seguía siendo la niña grande que habíamos conocido años atrás y mis hijas estaban emocionadas de volver a verla, lo que más deseaban era llevarla a casa.

Después nació Tev, y él también fue bendecido con su amistad y sus juegos aunque no tuvo la suerte de disfrutarlo por tanto tiempo como sus hermanas.

No puedo olvidar las travesuras de Tere que también yo disfruté y a veces sufrí, como la vez que queríamos hacer un pan de bananos para su mamá; ella envío a Tere a buscar la harina que necesitábamos, Tere fue y regresó inmediatamente con la harina equivocada. El pastel fue un fracaso, pero ella reía divertida repitiendo mi más encarecido encargo: "échele tres para que crezca".

Tampoco olvido aquella frustrada donación de sangre y el sustancioso almuerzo preparado para nuestra ilustre donadora que a la hora del suceso, nos resultó anémica. Todo fue siempre motivo de risa y diversión para Tere.

Fueron años felices para mis hijos y para mí, ¡cuánto me gustaría que ellos encontraran también una "Tere" para sus niños!

Gracias a Dios por ella y su enorme corazón de niña traviesa, por su amistad generosa, noble e incondicional que nos regaló siempre mucho más de lo que de alguna manera, tal vez, pudimos darle.
"...Y amigo hay más unido que un hermano" Prov.

martes, 14 de julio de 2009

Un largo viaje

Mi madre está de visita; encontrarla de nuevo, ha sido para mí motivo de reflexión. Ella viene de un largo, largo viaje... llegó cansada, con las huellas del difícil camino en los surcos de su rostro, en las manos temblorosas, en el andar algo inseguro y lento.

Y porque no ha sido un camino fácil el que ha recorrido, yo quisiera que descansara un poco mientras está con nosotros, aunque su cansancio no es físico, lo trae adentro, vive con ella, es un cansancio que está hecho de tristezas, desilusiones, preocupaciones, afanes, trabajo duro pocas veces recompensado, ansiedades, anhelos nunca satisfechos.

En su vida también ha habido alegrías, afectos, búsquedas y gozo de encontrar; tiene la paz que le da el conocer al Señor y experimentar su amor y su cuidado.

Nos hemos visto pocas veces a lo largo de unos treinta y ocho años, en esporádias visitas, pero esa misma circunstancia nos ha permitido ver los estragos que el tiempo ha ido causando en cada una, en nuestros cuerpos, en nuestras voluntades, en nuestras ilusiones.

Ella me ha hecho a manera de confidencia una apreciación que quiere ser bondadosa, le parece que he envejecido, dice que debo cuidarme, mantenerme muy arreglada, y yo sonrío, sabiendo que la madre no quiere que la hija la alcance en su vejez, con frecuencia nos dice a mi hija y a mí con referencia a cualquier pequeño asunto: "ustedes están jóvenes", como si quisiera mantener esa distancia que el tiempo marca enorme cuando somos niños, y mucho más corta cuando somos viejos.

Encuentro que mi madre se ha vuelto frágil, vulnerable, siempre atenta a no incomodar, a mantenerse a discreta distancia.

Algunas veces la vida pareciera un largo camino, pero otras, parece tan breve! le mostré a ella un pequeño relato que escribí de tiempos lejanos cuando yo era niña, y la he visto reir y recordar ese pasado conmigo.

Tal vez el gran compañero de la vejez sea la soledad, y no precisamente la de estar sin companía, sino la que es bienvenida, la que nos permite estar cómodos con nosotros mismos, dueños de los recuerdos y del pasado que se ha acumulado sobre nuestras espaldas, dueños de una conciencia más plena de nosotros mismos y de los que somos, y de la propia soledad en que vivimos, soledad que sólo compartimos con el Dios amante que nos creó, nos conoce y nos comprende como ningún ser humano puede hacerlo.

Mi madre es blanda y frágil, todavía conserva un poco del color de los hermosos ojos claros de años mejores, ama las flores y la naturaleza, le encantan los dulces y los postres, las vajillas blancas, las recetas de cocina, los vestidos bonitos, los días de sol, los zapatos nuevos, levantarse tarde, cuidar de los pobres, y es irremediablemente hacendosa. Tiene cuatro hijos por los que aún no termina de preocuparse, por quienes ora fervientemente, y cuyas ausencias siente muy hondo, tiene un excelente sentido del humor y con frecuencia repite dichos y refranes sabios con los que transmitió sus valores a sus hijos.
Los hijos están siempre con nosotros, en nuestros pensamientos y oraciones, en nuestros mejores recuerdos, en nuestro anhelo de que sus vidas sean mejores y más plenas que las nuestras.

Después de esto, vienen los nietos, mi madre me ha hablado de los que tiene allá en su tierra, cerca de ella, los quiere mucho, y pregunta siempre por los que están lejos, disfruta la alegría de verlos, y se conmueve y goza con los bisnietos.

Estos días serán de confidencias, de complicidad, de hacer cosas juntas y de mucho conversar y compartir; deseo disfrutarlo al Cursivamáximo, tanto como deseo que ella también tenga un tiempo placentero con nosotros.

Es éste un momento en el que mi madre y yo, como dos mujeres maduras, podemos confrontar posiciones con serenidad y calma, cuidando de no herir a la otra, aunque digamos las cosas con franqueza, con claridad matizada con bondad y tacto. Es entonces cuando pienso que no es tan malo envejecer, que lo que los años nos han permitido aprender a través de nuestros propios errores, se ha convertido en una riqueza que nos capacita para comprender, compadecer, simpatizar, sanar, bendecir. Dios me conceda que mi madre atesore un buen recuerdo de estos días.

lunes, 13 de julio de 2009

¡Qué difícil!

Ya había oído decir que no hay nada peor para un escritor que la página en blanco y puedo dar fe de que tal cosa es cierta; de verdad me gusta escribir, lo disfruto, pero de pronto noto que el "pozo" está seco; no encuentro el tema, no aparecen las ideas y me siento frustrada porque tampoco deseo dejar de hacerlo, no quiero abandonar mi pequeño proyecto.

Por supuesto que hay muchas cosas acerca de las cuales escribir como diría alguien, el problema es encontrarlas. Podría seguir escribiendo sobre temas de educación, pero tal vez no hay muchas personas interesadas en el asunto, no lo sé, en realidad estoy en un momento de incertidumbre con respecto a "escribir".

¿Qué tal hablar de política?, no!! creo que ya hay demasiados expertos en el tema, de cualquier manera no es precisamente un tema apasionante para muchos y puede en cambio crear distancias y desencuentros.

Otro tema.....¿cuál podría ser?...¿ qué tal sobre la soledad, la vida, el amor, la muerte ? Temas para filósofos y poetas y no presumo ser unos de ellos. Como ven, la búsqueda no resulta fácil, como tampoco ha resultado fácil encontrar lectores... y ya que lo menciono, tal vez deba enfrentar de una vez por todas este problema y empezar a escribir para mí misma; no es mala idea creo, de todas maneras no es tan fácil satisfacerme y puedo ser bastante crítica de mi propio trabajo. Si, voy a escribir para mi, y será un asunto de lealtad y sin conflicto de intereses.

Y ya resuelto un problema de fondo...¿Qué tal escribir sobre cocina? Es un tema que me encanta pero no es que tenga credenciales para ello, solo una afición, el placer de combinar ingredientes, aromas, sabores, probar recetas, hacerles cambios, inventar algo propio, compartir, parece que podría funcionar, pero... no sé, en estos tiempos no está precisamente de moda cocinar, las mujeres de hoy están muy ocupadas en otros asuntos, interesadas en cosas tal vez menos perecederas que la comida... aunque no lo descarto del todo, además dije que voy a escribir para mi.

Se me ocurre otra idea... escribir sobre asuntos cotidianos; en realidad casi cualquier cosa de tantas que suceden diariamente podría ser algo interesante, pero ¿ cuáles son los asuntos cotidianos? ¿serán los que aparecen en los medios? ¿ o serán los personales, los que me suceden a mi? No, esto último lo descarto, no creo tener una vida tan apasionante. aunque, pasan cosas de vez en cuando. En los medios aparecen constantemente asuntos llamativos y curiosos; el otro día, leí sobre una pareja en algún país del oriente medio que había pasado unos 25 años sin hablarse, viviendo bajo el mismo techo; tenían un hijo adoptivo que fue testigo de la singular medida y que asegura haber intentado muchas veces, aunque sin éxito, que volvieran a hablarse y según dice, ellos se querían mucho.

Lo verdaderamente interesante sucedió cuando la esposa murió, y el esposo se entristeció de tal manera que pocos días después murió también. Yo diría que éste es un ejemplo de asuntos que pudieran dar tema para escribir.

En fin, podríamos también hablar de huertos, de jardines, de salud, aunque estos temas requieren cierto nivel de especialización que no poseo, pero a pesar de ello, algo se podría hacer .

Bueno, el desafío está planteado: no dejar morir el proyecto... seguir escribiendo... Estén pendientes porque algo podría pasar, ¿ quién sabe ? Dicen que Saramago comenzó a escribir después de los 50 años... (ja !!)



martes, 23 de junio de 2009

Una mano amiga

Algunos maestros conciben el aula de clase como un lugar "cerrado", como de su exclusiva intervención y pierden la oportunidad de recibir aportes que pueden resultar muy ricos, ya por la novedad de los que intervienen, ya por el valor mismo del conocimiento especializado que la persona tenga.

Me refiero especialmente al nivel primario, al trabajo con niños; recuerdo incidentes que fueron especialmente valiosos y ricos en la experiencia que vivimos todos en el aula. Tenía un tercer grado muy heterogéneo en cuanto a nivel socioeconómico se refiere, y decidí que de acuerdo con los temas que el programa escolar fuera presentando, yo iba a incorporar la visita de los padres al aula.

Hablé con ellos en la siguiente reunión de padres de familia que tuve, y los encontré muy receptivos y encantados con la idea de participar con algún tema o actividad en el aula de clase.

Contábamos con un padre de familia que era médico, otro que era arquitecto, una mamá que era fotógrafa de profesión, una que trabajaba en una fábrica de quesos y embutidos, otra dedicada a las artesanías y manualidades regionales, en fin, había muy buen recurso para trabajar.

Así pues, comencé a ordenar los temas y actividades y a organizar un calendario que fuera factible para ellos de manera que pudieran visitarnos en el aula y participar. Los niños también estaban enterados de la novedad, y se mostraron muy entusiasmados frente a la posible visita de sus padres, incluso enpezaron a "informarme" de las habilidades que conocían de sus padres con el fin de que los invitara a venir: un papá era excelente árbitro de fútbol, una mamá sabía preparar deliciosos postres, otro era muy bueno haciendo reparciones en casa, uno más trabajaba en el departamento de policía... al parecer todos deseaban ver a sus padres colaborando en el salón de clases. El asunto pareció aportar novedad y motivación a nuestras rutinas diarias.

El primero en venir fue un médico, y vino para hablarnos de los huesos, a propósito del tema que debíamos abordar en la clase de ciencias. El doctor llegó al salón con su bata blanca y su estetoscopio colgado al cuello, y armado con interesante material didáctico, una serie de huesos de varias partes del cuerpo, unas diapositivas; desarrolló el tema de forma muy amena. Creo que su intervención fue un valioso aporte al aprendizaje de los niños incluso con respecto a una visión a futuro sobre lo que quieren ser cuando sean grandes.

Sin embargo, lo que me pareció el mayor logro de la experiencia fue la expresión de sumo orgullo, satisfacción y alegría en el rostro del hijo del doctor que era alumno de mi clase, un pequeño con algunos problemas de aprendizaje, incluso de autoestima debido al gran esfuerzo que le reportaba presentar un rendimiento medianamente aceptable. La experiencia de que sus compañeros y su maestra conocieran a su padre fue grandiosa, le ganó el respeto de sus compañeros, lo hizo sentir importante, protagonista, fue un gran día en su experiencia escolar e imprimió motivación a su vida como estudiante. Cuando agradecimos al doctor por su visita y lo despedimos, el niño estaba radiante.

La madre de otro de nuestros estudiantes vino con todo su equipo para enseñar a los niños cómo se elabora el queso y fue un mañana verdaderamente excitante, los niños estuvieron todo el tiempo interesados, quizás por el hecho de que el queso era un producto muy conocido y familiar en sus hogares; ese día aprendieron tocando, dando forma, probando. Fue emocionante, y se repitió la experiencia antes descrita, ahora con el hijo de la señora que muy ufano ayudó y apoyó la labor de la mamá mientras nos enseñaba su técnica.

Esto se convirtió en una verdadera vivencia que se repitió a lo largo de algunos meses, mientras una de las mamás nos enseño a elaborar adornos de navidad, otro de los padres vino con sus "herramientas" de arquitecto para enseñar algunas nociones sobre construcción de puentes y caminos, y responder además las preguntas de los niños, otro más era un abuelo que conocía muy bien la comunidad desde sus inicios unos sesenta años atrás, y nos trajo interesantísimos relatos y anécdotas del pasado que los niños disfrutaron mucho.

Recomiendo ampliamente la experiencia; los beneficios en el ánimo y la motivación de los niños son notables, y enriquece el aprendizaje ayudando a los alumnos a entender que no es el maestro el único que enseña, sino también a valorar que fuera del ámbito del aula, hay mucho para aprender.

También hay que tomar en cuenta que en la comunidad en que la escuela esté ubicada, puede haber mucho recurso humano que puede ser muy útil dentro del aula, es sólo cuestión de explorar y hacer un poco de relaciones públicas alrededor con el fin de convertir el aula de clase en un lugar abierto a las oportunidades y los aportes que pueden venir de afuera, que es finalmente el lugar donde los niños más aprenden, aunque esto último pueda sonar un poco a crítica.

Incluso, se puede incluir entre los colaboradores del aula a los compañeros maestros, que puedan venir en determinado momento para alguna aportación de acuerdo a lo que conocemos de sus habilidades; del personal que administra, incluso del conserje de la escuela, porque creo que todos, incluso el más humilde tiene algo que enseñarnos.

En resumen, incluir a personas fuera del aula para contribuir al aprendizaje puede ser una herramienta importante también para la transmisión de valores, resaltando a su vez el hecho de que todas las personas, no importa el campo de trabajo y su posición en la escala socioeconómica, tienen mucho que aportar y debemos mirar con respeto a todos, tanto los de origen humilde como los que tienen una posición destacada en la sociedad. Al fin y al cabo, la tarea más importante de la educación lo constituye la formación de un carácter noble, para dar como producto un ser humano bueno, solidario, generoso, compasivo.

lunes, 22 de junio de 2009

Recuerdos

"La vida no es la que uno vivió, sino la que
uno recuerda y cómo la recuerda para
contarla". García Márquez

Tendría yo unos ocho o diez años, no lo sé con exactitud; vivía con mi familia en el sur del país, una comarca de espléndidos paisajes en plena cordillera de los Andes, en la pequeña y fría ciudad de Pasto, ubicada en un valle encantador rodeado de montañas cuyas faldas ofrecían un paisaje sorprendente de parcelas sembradas de trigo, algunas doradas en plena maduración y otras en verdes de diversos tonos.

Mi padre era un hombre inquieto, con una gran inventiva para los negocios y muy trabajador, siempre se ganó la vida de manera independiente, se complacía en ser "su propio jefe", como él decía.

Los sábados en la madrugada mi madre nos despertaba, nos arropaba y nos metía en una camioneta que papá había comprado y cuya historia es digna de contarse.

Mi madre llevaba además sus utensilios de cocina más básicos y junto con la variada mercancía que mi padre llevaba para vender en los coloridos mercados de las aldeas vecinas, emprendíamos el viaje.

El recorrido era invariablemente a través de la escarpada cordillera; espléndidos y sobrecogedores paisajes sorprendían a cada curva del estrecho camino que serpenteaba al borde de precipicios que cortaban el aliento.

Siempre recuerdo cuán intrépidos me parecían esos choferes de grandes camiones que arriesgaban su vida, con una de las dos llantas del vehículo girando en el vacío al momento de encontrarse con otro carro sobre la vía contraria.

Antes de las siete de la mañana divisábamos la aldea; ojalá recordara sus nombres; eran pueblecitos sumamente pintorescos, con una pequeña plaza en el centro en donde los sábados y los domingos se ubicaban en alegre algarabía los vendedores que traían su mercancía de la ciudad lejana.

El frío de la madrugada en la cordillera hacía aparecer la torre del campanario de la iglesia cubierta con un velo gris de espesa niebla, mientras se oía el repicar de las campanas llamando a misa. ¡ Cómo extraño el sonido de las campanas ! Me traen siempre recuerdos muy gratos de tardecitas pueblerinas tranquilas y perfumadas. Es uno de los sonidos más entrañables y evocadores que existen.

Al llegar a la plaza nos invadían los aromas; pan fresco, café, chocolate caliente y otras delicias regionales. Mi padre ubicaba su camioneta en el lugar que consideraba más estratégico para sus propósitos comerciales y mi madre se encargaba de nosotros; dábamos un recorrido a pie por el centro del pueblo, ella compraba algunas provisiones y luego nos dirigíamos a la orilla del río.

En aquellos tiempos, yo pensaba que todos los pueblos y ciudades del mundo tenían un río porque en todo los que visitábamos, había siempre uno. Una vez en el río, mi madre instalaba con singular habílidad su improvisada cocina, con un fogón entre tres o cuatro piedras más o menos grandes y preparaba el almuerzo, que siempre estaba listo para cuando mi padre terminaba su venta en el mercado, y lo comíamos allí, oyendo el rumor del agua que corría entre las piedras y bajo árboles frondosos de amigable sombra.

Por aquellos tiempos, la contaminación y el daño al medio ambiente no eran asuntos conocidos ni comentados; el agua corría cristalina, las orillas tenían abundante sombra y se suponían propiedad de todos, sin cercas que cerraran el paso, ni letreros con prohibiciones.

Algunas veces, de regreso a casa, nos deteníamos a bañarnos en las heladas aguas de aquellos parajes encantadores.

Mi padre buscaba una mina de oro. No tengo idea acerca de cómo se informó del asunto, sólo recuerdo que una madrugada, de nuevo subimos a la camioneta y emprendimos el viaje. La mañana nos sorprendió en una curva del camino, frente a un paisaje absolutamente espectacular, en plena cordillera; abajo, muy abajo, se veía el valle entre la bruma.

Desde este punto emprendimos una caminata por el bosque hasta llegar a una cueva, que en aquel tiempo yo no podía saber si era natural, o era un socavón abierto en la montaña; sólo penetramos unos pocos metros mientras unos hombres le mostraban a mi padre las supuestas vetas de oro y él mostraba gran entusiasmo ante el nuevo proyecto.

Mis recuerdos se limitan a los paisajes que me cautivaban por completo; no puedo recordar, por ejemplo, si mis padres habrán discutido o comentado el asunto, recuerdo solamente lo frío del paraje, los senderos de la montaña y los aromas de las improvisadas comidas que mi madre preparaba.

Ahora me pregunto: ¿ No habría ningún restaurante por aquellos caminos ? ¿ Por qué mi madre tenía que llevar siempre provisiones y utensilios para cocinar donde llegáramos ?Tampoco recuerdo haberla escuchado quejarse por lo que ahora me parece un trabajo enorme, porque no llevaba alguna comida fácil como los socorridos "emparedados" de hoy y que en aquellos tiempos no conocíamos. No, mi madre cocinaba "a cielo abierto" siempre que salíamos en aquellos recorridos.

El grupo familiar que recuerdo parecía un grupo feliz alrededor de aquellas comidas improvisadas en algún recodo del camino, e indefectiblemente junto a un río rumoroso y alegre.

Lo de la mina de oro no prosperó, creo que visitamos el paraje un par de veces más y no volví a oir del asunto.

Alguna vez también rondó mi padre una improbable mina de carbón, animado quizás por alguna recóndita vocación de minero.







martes, 16 de junio de 2009

Lo mejor de la vida

Es bueno estar vivos, es bueno saber que alguien nos ama, es bueno amar a alguien... y así podríamos seguir enumerando las cosas que nos parecen buenas o que nos gustan, y aún más, analizar por qué nos parecen así. Todos somos diferentes y asumimos nuestra realidad de diferente manera, a través de nuestra propia y peculiar manera de percibir.

Me parece que escribir lo que pensamos nos confirma, por eso intento este ejercicio con la idea de que me ayude posiblemente a conocerme un poco mejor, a descubrir esa "conciencia" interna y con ello también abrigo la esperanza de encontrar con quién coincidir o disentir... ¿por qué no?; también es saludable.

Cuando era pequeña y viajábamos con mis padres por las cordilleras de mi país, alimentaba mi imaginación infantil con los espléndidos paisajes de las montañas, con la visión de aquellas aldeas campesinas y los aromas de las madrugadas en aquellos parajes. Quedaron grabados en mi memoria con tal claridad, que pienso que si volviera a verlos hoy, los reconocería de inmediato.

De aquellos paseos me queda un amor rotundo por los paisajes y la naturaleza, los prefiero por mucho a las ciudades, y ahora al reflexionar sobre el tema, estoy convencida de que están en mi lista de lo mejor de la vida. La modernidad nos ha hecho perder un poco, o un mucho, la capacidad de asombro, esa que hace que los niños mantengan los ojos muy abiertos con esa expresión encantadora y peculiar de quien acaba de descubrir lo que ve; pero la naturaleza, en sus aspectos majestuosos tanto como en los mínimos y pequeños, nos permite asombrarnos, y vernos desde una perspectiva más real, ¡ somos tan pequeños !

Y el asombro nos lleva también al ámbito de la reflexión espiritual en el cual, los que creemos que hay un Creador y Sustentador de todo lo que existe, nos sentimos confirmados en nuestra fe ¡ Cuán grande es El ! En la naturaleza es entonces donde encuentro una larga lista de lo que son las mejores cosas de la vida.

El olor de los jazmines, el silencio y la imponente soledad de los desiertos, las majestuosas cordilleras nevadas de los Andes, los ríos cristalinos y rumorosos, el viento fresco que susurra entre los árboles del bosque, el atardecer de espléndidos colores en una tarde de verano, un aguacero tropical, breve, copioso y musical; la sorpresa en los ojos de los vendados al verse sorprendidos cuando se asoman fuera del bosque, las primeras flores de la primavera, un concierto de chicharras en una tórrida y calurosa tarde, las aves que surcan los cielos en sus misteriosas rutas de migración, los velos de neblina sobre las altas montañas, el descubrimiento de un nuevo rincón inimaginado y sorprendente... son lo mejor de la vida.

Hay otros ámbitos en los cuales encontrar abundante material para seguir con esta lista de cosas buenas, el hecho mismo de elaborarla nos lleva a sentir inmensa gratitud por los privilegios que el Dador de la vida nos ofrece al concedérnosla, y la gratitud es uno de los mejores dones porque nos hace contentos, no indiferentes ni desolados, somos objeto de cuidado, y de manifestaciones de amor y bondad inagotables; nos mueve incluso a desear compartir lo que recibimos con otros menos afortunados, porque dar es... lo mejor de la vida.

En el mundo intensamente materialista en que vivimos, vale la pena hacer una lista de aquellas cosas incuestionablemente buenas y que no cuestan dinero; vale la pena, porque muchos se sienten desdichados por la falta de bienes materiales, porque ya muchos no disfrutan y ni siquiera notan cuán ricos son aunque no tengan dinero. ¿ Es esta una visión ingenua de la vida ? Quizas lo sea, pero es feliz en tanto llena el corazón de gratitud y paz porque la alegría no depende de las cosas que se compran. Sin embargo, escribo esto con plena conciencia de que la carencia o ausencia total de bienes materiales llega a ser para los que la padecen, profundamente dolorosa y limitante; compartir con ellos es también nuestra responsabilidad.

La lista de cosas buenas que cada uno puede elaborar puede ser interminable en tanto comience a reconocer y valorar lo que le rodea; el hogar y la familia son definitivamente fuentes de gozo que encierran lo mejor de la vida: el grato aroma, acogedor y delicioso del pan recién horneado, el llamado de los niños que despiertan con toda la expectativa y alegría que el amanecer les trae, la mesa compartida, un jarrón con flores de mi patio, un paseo juntos por las calles de un pueblecito tranquilo, la chimenea encendida, la vigilia con la buena compañía de los hijos, los álbumes viejos repletos de recuerdos y fotografías del pasado, la casa solitaria y silenciosa, la casa llena con los hijos, los nietos, los amigos, la navidad con niños, el árbol junto a la ventana, los ruidos familiares, las voces amadas...

Son todas lo mejor de la vida, son cotidianas, están allí muy cerca, y a veces no las vemos, y estamos tristes por lo que no tenemos. Señor, unge mis ojos "con colirio, para que vea"...


martes, 2 de junio de 2009

Ser abuela

Creo con toda convicción que ser abuela es maravilloso. Para las que ya lo son, las explicaciones no hacen falta, pero una "descripción del puesto" puede arrojar alguna luz con respecto a las responsabilidades inherentes al "cargo" el cual, siendo ocupado por personas con tal diversidad de culturas, costumbres, idiosincracias y mentalidades, sólo puede ser abordado desde una perspectiva muy personal.

Una abuela no es lo mismo que una madre y aunque recibimos "el nombramiento" el mismo día, hay que tener en cuenta los fuertes sentimientos que la maternidad conlleva; no reconocerlos puede entrañar graves riesgos para la relación entre madres e hijas o nueras, pero afortunadamente todas tenemos la capacidad de reflexionar y recordar cómo nos sentíamos el día en que la hija o el hijo nació .

Con esto quiero decir que debemos ocupar un discreto lugar en la escena para permitir que la madre despliegue toda la abrumandora carga de sentimientos y sentido de responsabilidad que el recién nacido provoca en ella. En este punto la abuela puede llegar a sentirse una experta, pero ¡cuidado! posiblemente sea una experta como madre, pero como abuela, es una novata.

Los nuevos padres están llenos de expectativas y además felices y emocionados con sus nuevas funciones, con el corazón henchido de buenos deseos y amor desbordante hacia el pequeñito recién nacido; lo mejor en este momento es permitirles desempeñarse sin estorbos, sin abrumarlos con consejos y acciones que les hagan sentir como si estuviéramos usurpando su nuevo papel.

En estos casos la abuela debe ser algo así como un "jugador en la banca", lista para entrar en acción cuando sea llamada, (y con toda seguridad que lo será). La ansiedad de lo padres y especialmente de la madre poco a poco se va tornando en seguridad, y la abuela tendrá el camino más libre para ejercer suavemente sus encantadoras funciones.

La responsabilidad que entraña el ser abuela genera un sentimiento diferente, que se anuncia con más serenidad, con una paz nueva y hermosa. Tener de nuevo en el regazo a un bebé que es nuestro es un sentido tan entrañable es una experiencia que conmueve el corazón y después, mientras observamos como crece y se desarrolla su inteligencia notamos también como se van desarrollando fuertes lazos afectivos entre ese niño y nosotros. La ternura y entusiasmo con que esos pequeños nos ofrecen amor y aceptación sin condiciones, es absolutamente conmovedor. Los nietos aportan a la vida un sentido de renovación, de nuevo comienzo, de expectativa, sin el cual la vida se tornaría gris y rutinaria.

No todas las personas tienen el privilegio de poder establecer una buena comunicación con los niños, tal vez la clave del asunto estribe en la capacidad de poder disfrutar su compañía, de ser sensibles a sus necesidades de afecto y atención. En este sentido es posible que las abuelas tengamos una especial disposición natural para brindar a los niños tiempo y espacio para fortalecer una relación que nos permita ofrecer a mediano y largo plazo apoyo, amor y compañía a los nietos.

Una abuela debe apoyar y enriquecer el desarrollo espiritual de los pequeñitos. Desde esta posición tenemos oportunidades que no hay que desaprovechar, cierta especial y privilegiada posición en el corazón de los nietos, nos permitirá animarles en la fe y el amor a Jesús, en hacerles notar lugares, objetos, situaciones que puedan contribuir a fortalecer su conocimiento acerca de lo eterno y trascendente.

Debemos también estar dispuestos a escucharles; esto implica necesariamente estar dispuestas a escuchar de forma afectuosa y paciente, como dice Tromelli "con el corazón y la mente, los sentidos y las emociones." Los niños tienen una gran necesidad de ser escuchados y los adultos parecen estar siempre demasiado ocupados para prestarles atención. "Nadie sabe escuchar como mi abuela" , "es que ella sí me escucha", son expresiones que alguna vez habremos dicho u oído y que confirman esa necesidad de la que hablamos y es muy dulce para una abuela cumplir esa función, que puede dejar verdadera huella en el alma del niño que tiene la oportunidad de pasar tiempo con sus abuelos y recibir ese valioso aporte de afectividad en una relación tan rica y especial. Alguien dijo que quien crea que el arte de conversar ya no existe, es porque no ha tenido que acompañar a un niño a la hora de dormir. Es inagotable en los pequeños la necesidad de ser escuchados, aunque también es cierto que les gusta escuchar.

La construcción de la relación entre una abuela y sus nietos, crece mientras aumenta el grado de confianza y complicidad al compartir pequeños secretos de cosas descubiertas en la mutua compañía, al ayudarle al niño a entender y reconstruir incidentes que pueden ser muy significativos e importantes en el desarrollo de su carácter, en la solución de sus constantes (y nada fáciles) preguntas, en el relato de sueños, temores y expectativas.

Ésta es también una posición de privilegio para ayudar a transmitir los valores familiares, y en este ámbito la abuela puede valerse de toda su imaginación para enriquecer la de los niños en la inagotable tarea de relatar cuentos e historias, reales e inventadas casi siempre de la manera más improvisada, mientras dan un paseo, trabajan en el jardín, colorean un dibujo, o acompañan una improbable siesta.

La edad nos hace más reflexivos, al menos eso creo, y tenemos muy identificadas frases, anécdotas que circulan en las reuniones familiares, gestos personales, relatos que se transmiten desde tiempos lejanos y que van constituyéndose en una especie de acervo y legado para nuestra familia. Pues bien, hay que pasar la herencia a los pequeñitos del presente, ayudar a mantener vivos esos valores que las prisas de la vida moderna pudieran poner en peligro.

Una abuela debe proveer "amor incondicional, serenidad, bondad, paciencia, buen humor y lecciones de vida" R. Giuliani. Y todo parece dicho en esta frase; los padres se sienten a menudo abrumados por la carga de la responsabilidad en la educación de sus hijos y la lucha por proveer para todas sus necesidades, y la serenidad de la abuela puede ayudarles a ver un aspecto menos grave y más pasajero con respecto a incidentes que no tienen una trascendencia mayor, y la infancia está llena de ellos.

Una abuela apoyará la buena disciplina, entendida ésta como enseñanza y formación del autodominio, aplicada en el ambiente de un hogar amoroso.Cursiva En este aspecto será importante que la abuela sea muy respetuosa en reconocer el importante papel de los padres al disciplinar a sus niños y apoyarlos cuando su consejo sea solicitado.

Hay que trabajar para transmitir a los niños el conocimiento de miembros de la familia ausentes; me gusta hacer álbumes de fotografías que atesoran momentos lejanos, personajes del pasado y del presente que no comparten nuestra cotidianidad, pero que pertenecen a los entrañables; no debemos permitir que se mantengan anónimos para nuestros niños. Construir árboles genealógicos, escribir anécdotas y relatos familiares para ellos, será de imponderable valor para ayudarles a construir memorias sobre sus vidas y darles un sentido de identidad y pertenencia.

Una abuela también estará dispuesta a cuidar de sus nietos, mientras los padres se toman un respiro; puede proveer además un hogar con aromas y cosas interesantes para la curiosidad de los niños; les enseñará a ver las estrellas, a oler las flores, a admirar la luna, a observar las caprichosas formas de las nubes, a reconocer el encanto de los caminos rurales, a observar con asombro el fuego de la chimenea, a mojar los pies en el agua fresca, a mirarse en un charco cristalino, a mojarse en la lluvia, a jugar y explorar sin preocuparse de ensuciar la ropa, a amar los libros, a observar a la gente, a conmoverse con lo cotidiano, a entender que las cosas no son más importantes que las personas, a ser agradecido y a estar feliz con lo que posee, a amar a los animales, a soñar, a pensar, a imaginar.......

Desde mi perspectiva, ser abuela es emocionante, una experiencia rica e inagotable, y como alguien dice: si hubiera sabido antes como era ser abuela, no habría tenido hijos, sino nietos, ¡Dios los bendiga!





lunes, 1 de junio de 2009

Tus expectativas cuentan...

Trabajar con niños es una tarea más difícil de lo que la mayoría supone, es una tarea que requiere en primer lugar una gran dosis de amor hacia los niños y de respeto hacia su persona.

Dicho de otra manera, el maestro necesita entre muchas otras cosas, una gran sensibilidad que le permita percibir no sólo los sentimientos sino también las necesidades de sus pequeños alumnos que necesitan constantemente de afirmación, valoración y aprecio para cumplir con sus tareas.

Los niños son además muy sensibles a las percepciones que de ellos tienen los adultos; perciben gestos, palabras, actitudes de las personas que están más cerca de ellos; sus padres y sus maestros.

Hay en esto pues una gran responsabilidad y a la vez un poderoso recurso en cuanto al éxito en el aprendizaje se refiere. Cuando los padres dicen constantemente a su niño que es tonto, que es lento, que nunca entiende, esas frases constantes, van haciendo una huella en su espíritu, de tal manera que el niño llega a convencerse de que esto es cierto y a actuar en consecuencia. Tristemente esto sucede también en la escuela, maestros sin sensibilidad, sin calma ni serenidad para guiar a sus pequeños alumnos, pueden, con sus comentarios, crear una profunda huella de tristeza y bloquear muchas veces de manera permanente el camino del niño hacia el éxito en el aprendizaje.

Visitaba en una ocasión un salón de clase para supervisar el trabajo de una alumna que hacía su práctica en un aula multigrado; mientras ella asignaba el trabajo a los niños se dirigió a Sarita y le indicó que se acercara para trabajar con un nuevo grupo. La niña se negó a levantarse de su asiento, yo me acerqué para ayudarla a llevar sus instrumentos de trabajo, pensando que quizás eso le impedía moverse rápido hacia donde le indicaba la maestra. Se negó de nuevo a ir, y entonces le pregunté suavemente: "¿por qué no quieres ir?, ella contestó: "es que yo soy de lento aprendizaje, y este es mi lugar."

Es un triste ejemplo de lo que sucede a los niños cuando los condicionamos negativamente en lugar de levantar nuestras expectativas y hacerles saber que esperamos que ellos sean capaces de realizar grandes y pequeñas proezas en el trabajo cotidiano del aula.

E.W (2004) dice que el elogio sincero y las palabras amables pueden hacer milagros en el aula de clase. Tuve una vez un pequeño alumno en la escuela primaria. La madre me lo trajo con un diagnóstico de su neurólogo: el niño padecía una atrofia cerebral, lo cual no le impedía aprender, pero requería de paciencia y motivación para avanzar en la tarea, a veces nada fácil, de aprender.

Cuando llegó a mi grupo, parecía completamente desinteresado de realizar cualquier tarea, se entretenía jugando con sus útiles, haciendo aviones de papel, saliendo del salón a su antojo y se negaba rotundamente a hacer el menor esfuerzo y trabajar junto con sus compañeros. A todas luces, este parecía un caso difícil.

Observé que era un niño muy ordenado, arreglaba su maletín de libros y útiles escolares varias veces durante la jornada, y antes de irse todo estaba perfectamente en su lugar. Este me pareció un buen punto para comenzar y hacerle saber que yo creía en él y en que podía lograr cosas si quería.

Le dije a sus compañeros que teníamos un niño con habilidades especialmente notables, "es capaz de mantener su maletín en orden y puede encontrar sin demora cualquier cosa que necesite; todos necesitamos desarrollar habilidades como esa, y creo que Luisito puede ayudarnos a aprender como hacerlo."

Una gran sorpresa se dibujó en su cara; no era un niño maltratado de ninguna manera, pero si se le había subestimado tanto en casa como en la escuela, pensando todos, incuído él mismo, que debía ser tratado casi como un bebé porque no era capaz de realizar las tareas que se esperaba que los demás niños cumplieran.

Hicimos los dos, Luisito y yo, un plan para que nos enseñara sus "técnicas" de organización de sus materiales y cómo mantenerlos así a lo largo de la mañana. Se dispuso con verdadero entusiasmo al compromiso; yo abría pequeños espacios durante la jornada para que él compartiera con nosotros sus estrategias y los demás se daban a la tarea con interés y respeto por su compañero.

Este fue el punto de partida para involucrar al niño en mucho proyectos y tareas, pronto se ganó el repeto de sus compañeros cuando notamos que tenía habilidades muy destacadas en el manejo de pequeños proyectos eléctricos, con bombillas, cables, tomacorrientes, etc; cuando decidimos realizar un concurso de preguntas y respuestas sobre historia y geografía del país, él nos sorprendió a todos elaborando un pequeño tablero con bombillas de colores y timbres que el concursante podía tocar y ser el primero si tenía lista la respuesta.

Así continuó el niño, desarrollando habilidades a su propio ritmo, mientras observaba que era tratado como todos los demás y que su maestra tenía altas expectativas con respecto a lo que podía hacer. Al terminar la primaria, Luisito se graduó con honores, sorprendiendo a todos los que una vez pensaron y comunicaron al niño con sus palabras y actitudes, que él no era capaz.

El niño necesita la seguridad que da el saber que los adultos confían en su capacidad, en que él podrá alcanzar sus metas, no importa el tiempo que esto le tome. Los niños responden positivamente a los desafíos cuando estos están a su nivel, cuando saben que pueden contar con nuestra ayuda y pueden confiar con la comprensión y la bondad del maestro o padre de familia. Esto es tan válido en el hogar como en la escuela.

En ocasiones el maestro se deja prejuiciar por el maestro del año anterior y las referencias que recibe de esos alumnos, esto le hace etiquetarlos y reducir sus expectativas a lo poco que sabe de cada niño, sin darles la oportunidad de recibir el nuevo año como una hoja en blanco y con sensibilidad y amor ayudarles a saber lo que son capaces de lograr solamente porque el maestro cree que pueden hacerlo.

Esto requiere también que el maestro sea un buen observador que pueda conocer las necesidades y habilidades de sus alumnos y sea capaz de atenderles de forma individual para plantear a cada uno los desfíos adecuados a su propio nivel de desarrollo. Decir a los niños cosas como "este objetivo que debemos alcanzar ahora, es difícil, pero no tengo ninguna preocupación, porque sé que ustedes son capaces e inteligentes y lo lograremos sin duda". La confianza y la estima del maestro es uno de los más valiosos motivadores para los alumnos

En resumen, sus pequeños alumnos podrán lograr tanto como usted crea y comunique que pueden hacer. Permítales saber que usted cree que son inteligentes, que pueden aprender, que lo van a lograr, que usted está convencido de que así será. Puede ponerlo en práctica con la seguridad de que esto le proporcionará a sus alumnos una provisión extra de motivación y apoyo.



martes, 26 de mayo de 2009

Comparta sus objetivos

Los maestros siempre nos encontramos enfrascados en la tarea diaria de determinar objetivos para nuestras clases, pero, ¿por qué habría de ser esta tarea algo así como un secreto encerrado en nuestros libros de planeamiento?

Cuando trabajaba con niños en la escuela primaria, decidí probar otra cosa con respecto a los objetivos que tenía escritos en mis planes de clase; empecé a compartirlos con mis alumnos, es decir, cada mañana al comenzar cada clase escribía en el pizarrón mis objetivos para que los niños los leyeran y los comentaran, por supuesto que estaban redactados en función del alumno, de manera que cada uno de ellos pudiera adoptarlo como propio.

Ensayemos un ejemplo: mi objetivo es que los niños aprendan a elaborar el guión para una entrevista. Escribo en el pizarrón:"Aprendo a elaborar un guión para hacer una entrevista".
Comentamos lo que se entiende por esto, definimos los términos, los alumnos presentan sus ideas en base a lo que conocen, eligen a quien entrevistar y el tema que tratarían.

Después de este inicio, resultaba entonces muy motivador para los niños comprometerse con la tarea, inclusive el objetivo era escrito por cada uno en sus libretas y lo que seguía era verdadero entusiasmo y compromiso.

De alguna manera los niños sentían la búsqueda del objetivo como su propia responsabilidad, y sabemos por experiencia propia que aquello que deseamos hacer es lo que hacemos, al menos la mayoría de las veces, y especialmente en un aula de clase.

Hacer el objetivo explícito y compartirlo con los alumnos, no importa el nivel ni la edad, es asumir como propia, me refiero al alumno, la tarea de aprender. Es muy común escuchar a los alumnos referirse a sus calificaciones y promociones escolares como algo que el maestro hace según le place, lo cual los libera convenientemente de su responsabilidad en la tarea de aprender.

Mientras estábamos en este proceso, un pequeño de tercer grado me dijo: "Maestra, esta vez estoy aprendiendo mucho en la escuela" ¿en serio? le contesté, ¿cómo lo sabes? "Pues porque ahora estoy alcanzando mis objetivos, y mire, he logrado muchos" me dijo mientras me enseñaba lleno de satisfacción la libreta donde iba registrando todos los objetivos que alcanzaba cada día.

No dudo de que había estado aprendiendo en el pasado, lo interesante y valioso es que el niño ahora tenía plena conciencia del suceso, interiorizaba como suyos los objetivos, y aún mejor, la tarea de aprender era su responsabilidad; "estoy aprendiendo mucho".

Además de esto, el alumno debe tener por supuesto la posibilidad de trabajar en procura de su objetivo de manera individual, es decir, a su propio paso, y saber que si en dado caso no lo logró en esta clase, recibirá la atención y el apoyo del maestro como para que pueda lograrlo con un poco más de tiempo.

El premio será siempre la gran satisfacción y alegría que brinda el esfuerzo y la dedicación cuando tenemos claro lo que queremos lograr, los maestros hemos sido enseñados a determinarlo con claridad, pero no siempre lo hacemos claro para el alumno.

Comparta sus objetivos de aprendizaje con los alumnos, hará que el proceso sea más fácil, y no cargará con la tarea usted solo, al tiempo que hará mucho más productiva cada jornada.














Lista de Gratitud

Quiero dar gracias a Dios
por la sencillez y grandeza de los Evangelios
por el valor de Ester, la dulzura de Ruth y la sumisión incondicional de María
por el afán hacendoso de Marta, que me hace sentir comprendida.

Por la gracia y la ternura infinita de Jesús hacia los niños,
por las cartas de Pablo, el erudito;
por el doliente Job y su firme esperanza;
por el rey David y su poesía sin tiempo
por la imagen del Padre en el libro de Deuteronomio.

Gracias a Dios por la creación y su infinita variedad,
por el milagro de la semilla y el proceso maravilloso que la convierte en fruto,
por la flor de la hierba, por la exhuberancia del trópico y por la delicada naturaleza
en el norte del planeta.

Por el sentido del olfato, maravilloso archivo de aromas y recuerdos,
por las flores y las plantas de suave perfume,
por los tulipanes y las camelias
por el guayacán en su espléndido derroche de oro que hace años no veo.

Por los colores del otoño en los bosques "incendiados" de octubre y de noviembre,
por la sorpresa de la primera nevada,
por los cardenales rojos y los azules.

Por las frías cordilleras de mi patria,
por sus verdes y soberbios paisajes,
por sus aldeas blancas y sus campesinos humildes y trabajadores.

Gracias por el milagro de la masa que se convierte en pan
por la oración que Jesús nos eseñó,
por la avena y la canela
por la manzana y la vainilla, por el comino y la albahaca,
por el romero y su aroma irrepetible,

Por el color de la miel, por el limón curativo y de olor limpio,
por el aceite de olivas, exquisito y aromático.

Gracias por la sonrisa de Arianita y el brillo de sus ojos negros.
Por el cariño de "Isalo" y la ternura con que me lo ofrece.
Gracias por mis hijos y la alegría inmensa que me das en ellos:
Por Liliana, bonita y locuaz
Por la sonrisa hermosa y cálida de Tita,
por mi Tev y su aguda inteligencia,
por el padre de mis hijos, brillante, generoso y leal
por mi madre y su tranquila y confiada aceptación del futuro.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Reflexiones

Volver a pensar acerca de lo que hicimos o debimos haber hecho con nuestros hijos, puede dejar valiosas reflexiones. ¿Qué valores les hemos transmitido? ¿Cuán fuertemente arraigados quedaron en su carácter? ¿Cuánto hemos influído en sus vidas y cuán trascendente fue para ellos lo que quisimos enseñarles?

Hoy considero como fundamental herencia de la vida, ayudar a los hijos a desarrollar una fe sólida, firme y poderosa en Dios para enfrentarla.

¿Qué debe hacer una madre para que esto suceda? He aquí algunas reflexiones: Mucho se ha dicho y escrito acerca de la importancia del ejemplo: creo que los hijos deben "ver" diariamente a sus padres, de manera individual y familiar, practicar su devoción.
A medida que los niños crecen, la madre debería entrenar y animar a sus niños a practicar su devoción de manera individual e independiente y tan pronto como sea posible, enseñarles a pasar tiempo solos con el Señor.

Fui católica en mi primera infancia y juventud y aunque esta mención y lo que de ella se derive pudiera provocar prejuicio en algún lector, un recuerdo de aquellos años me sirve para ilustrar lo que quiero decir: para mí un símbolo de recogimiento y devoción dondequiera que pudiera verlo, era un "reclinatorio", ese pequeño mueble que sirve para arrodillarse y tiene también un apoyo al frente para colocar las manos en actitud de oración y que es tan frecuente ver en los templos e instituciones católicas.

Pienso pues que la habitación del niño debería tener un rinconcito que le invitara y le recordara esa devoción. Cosas, objetos tangibles pueden ser muy motivadores para los niños. Los padres compran juguetes educativos para estimular el desarrollo cognitivo de sus niños, otros juguetes son para mejorar su desarrollo físico, ¿por qué no estimular también su desarrollo espiritual? .

Es bastante común que las madres nos dejemos absorber por los afanes cotidianos y también que dejemos pasar preciosas oportunidades para ligar el corazón de los hijos al nuestro. El trabajo invertido en desarrollar la fe de los niños en el Todopoderoso es una de los más hermosos y tiernos que existen; quién no conoce experiencias de personas que al pasar por situaciones difíciles invocan y traen a su memoria consoladores recuerdos de la infancia: las oraciones que la madre les enseñó, lecciones de fe y de confianza, textos bíblicos aprendidos de memoria que arrojaron luz sobre la desesperanza y el desaliento.

¿Cuál es el momento oportuno para enseñar a un niño a dedicar tiempo a la devoción personal? Este trabajo tiene su comienzo en la más tierna edad, cuando el pequeño en brazos de la madre está presente en las reuniones de devoción a las que concurre la familia diariamente. Este proceso estará creando y desarrollando un hábito de devoción en el niño, preparando su voluntad para que llegado el momento, pueda hacerlo solo.

Comentamos al comienzo de este artículo que el ejemplo de los adultos, en especial de la madre, será decisivo para que el niño muestre deseo o intención de realizar una experiencia personal de relación con Dios.

Será necesario que sepa leer ya para que pueda por sí mismo acceder a los textos sagrados y dependiendo de la edad a la que el niño alcance esta "independencia", los padres deberán proporcionarle el tipo de obras infantiles adecuadas a su nivel, lo cual incluye desde el tipo y tamaño de la letra, ilustraciones en el texto, nivel y riqueza del vocabulario hasta la posibilidad misma de leer directamente en la Biblia.

Pero no puede dejarse al niño solo completamente en esta ctividad; la solicitud de la madre y las observaciones que haga de estas rutinas diarias, le permitirán acercarse para compartir las impresiones que el niño recibe cada día y enriquecer esas experiencias con sus comentarios y enseñanzas.

Podríamos usar un ejemplo: Juanito tiene 8 años y asiste al segundo grado de la escuela primaria, lee con bastante fluidez y comprende lo que lee en los textos de su nivel escolar. En la noche, cuando los afanes del día han pasado y se dispone a ir a la cama, una silla pequeña junto a la cual hay un mesita con sus libros devocionales, un nuevo testamento ilustrado, y un libro ilustrado de historias de la Biblia, ambos con señaladores que indican la página donde se dejó la última lectura, le invitan a la devoción.

La madre puede merodear por allí comentando que lo dejará solo un momento mientras él hace sus lecturas y después volverá para darle las buenas noches; cuando ella regresa puede entonces entablar una conversación con él con respecto a sus lecturas. ¿Tiene algo que comentarle? ¿Hay preguntas respecto a lo leído? ¿Qué reflexiones le dejó la lectura?.

La práctica de estas actividades tiene forzosamente que dejar una huella en la mente y el carácter del niño y si esto se lleva a cabo con oración, el Espíritu Santo intervendrá para que el tiempo empleado de esta manera dé como fruto un rico desarrollo espiritual.

martes, 19 de mayo de 2009

Adaptarse


Me mudé a otro lugar tantas veces que haría una larga lista de lugares, fechas, casas, paisajes, amigos, posibilidades, desafíos y a todos me adapté con mucha rapidez, con facilidad, a veces incluso con alegría. Porque diré también que dejar cada uno de esos lugares fue una experiencia dolorosa.

"Me fui de todas partes a otra parte, le tomé gusto a tierra a toda tierra" (Neruda) .

Ahora estoy aquí en Michigan, en un pequeño y tranquilo pueblecito junto a la universidad de Andrews.
La vida cambió para mí de manera rotunda; las características de este país, de su gente, su idioma, han hecho que esta nueva adaptación sea más difícil que en experiencias pasadas.

Sin embargo, tengo mucho por que estar contenta y agradecida con Dios. Emprender esta pequeña aventuras de comunicación con ustedes, me llena de expectativa y emoción; la vida es como un viaje a lo desconocido, no sabemos lo que vamos a encontrar a lo largo del camino, que muchas sorpresas me ha deparado, y aún deseo descubrir muchas más.