jueves, 22 de noviembre de 2012

Recuerdo de una casa

Mis padres tuvieron vida de gitanos durante los primeros años de su vida de casados. Continuas mudanzas y cambios de pueblo y de ciudad, me hicieron conocer no pocas casas; puedo recordar algunas con bastante claridad.

Recuerdo perfectamente bien la madrugada en que llegamos a la última de esas casas. Veníamos del sur, de la cordillera fría y mis padres añoraban un clima más cálido. Viajamos toda la noche en el camión de la mudanza; la luna llena nos alumbró todo el camino y vimos el volcán Puracé vomitando fuego a lo lejos.

 Como a las 6 de la mañana llegamos al Valle y a nuestra casa; estábamos en Cali. Un largo pasillo a cielo abierto nos recibió al abrir la puerta, una brisa muy fresca llenaba la casa y la luz y el cielo azul le daban un ambiente de libertad a puertas cerradas. El pasillo daba directamente al fondo de la casa donde estaban el comedor y la cocina y después de éstos, un alto balcón que daba a una espléndida vista de la ciudad y el amplio valle.

 De día y de noche la brisa fresca y el hermoso escenario hacían de ese balcón un lugar verdaderamente acogedor; en las mañanas muy despejadas podía observarse a lo lejos el nevado del Huila con sus blancos picos. Abajo de ese balcón había un pequeño patio con una pila, un lavadero y un pedazo de tierra donde mi madre sembraba, desde semillas de pimentón hasta una hermosa mata de plátanos, helechos y flores.

La casa era antigua, ubicada en un barrio colonial en lo alto de una colina, una casa acogedora y clara; el sol, la luna, la lluvia y el viento estaban siempre de visita en ella y mi madre, que la habitó por 50 años, recibió allí a los hijos que se fueron y a los nietos lejanos; los que se quedaron cerca, fueron asiduos visitantes de la casa de la abuela.

 Mi madre acaba de llamarme para decirme que vendieron la casa y de inmediato me invadió una inmensa nostalgia; mis tres hermanos y yo crecimos o acabamos de crecer en esa casa y sentí como si me anunciaran que un ser querido se iba y que no volveríamos a verlo.

Trato de analizar mis sentimientos y no es apego a las cosas lo que siento, tal vez si, apego a los recuerdos, a los viejos recuerdos que poco a poco se hacen más presentes que las cosas que me ocupan hoy. Pensando en esa casa recuerdo a mis hermanos pequeños, a los viejos y queridos vecinos, doña Margarita y don Alfonso, encantadores y únicos en su amistad, doña Raquel, la querida enfermera amiga de mis padres; don Rafico y la señorita Josefina, que nos invitaban a ver en la sala de su casa las series inolvidables de "El llanero solitario", y la vida en "La Ponderosa".

Pensando en la casa, recuerdo el colegio de monjas, La Merced, donde mi hermana pequeña y yo estudiábamos a pocas cuadras de allí y las inolvidales fiestas navideñas con los diablitos y las murgas bulliciosas. Recuerdo también las novelas de la radio; no teníamos televisión en aquella época y a mi papá le gustaba una novela policiaca y de suspenso que escuchábamos en la cama y con las luces apagadas: "Chan... Li... Po" y también las veladas de comedia que oraganizaba el menor de los hermanos para contarnos chistes y hacer parodias.

 Pero mi madre tendrá ahora otra casa, una casa moderna y bonita como ella siempre quizo, deseo que el Señor le permita disfrutarla por largos y felices días. Ahora que "la casa" ya no es nuestra, que ya no es más la casa de mi madre, el velo del tiempo empezará a cubrir con la bruma del olvido su memoria...