martes, 23 de junio de 2009

Una mano amiga

Algunos maestros conciben el aula de clase como un lugar "cerrado", como de su exclusiva intervención y pierden la oportunidad de recibir aportes que pueden resultar muy ricos, ya por la novedad de los que intervienen, ya por el valor mismo del conocimiento especializado que la persona tenga.

Me refiero especialmente al nivel primario, al trabajo con niños; recuerdo incidentes que fueron especialmente valiosos y ricos en la experiencia que vivimos todos en el aula. Tenía un tercer grado muy heterogéneo en cuanto a nivel socioeconómico se refiere, y decidí que de acuerdo con los temas que el programa escolar fuera presentando, yo iba a incorporar la visita de los padres al aula.

Hablé con ellos en la siguiente reunión de padres de familia que tuve, y los encontré muy receptivos y encantados con la idea de participar con algún tema o actividad en el aula de clase.

Contábamos con un padre de familia que era médico, otro que era arquitecto, una mamá que era fotógrafa de profesión, una que trabajaba en una fábrica de quesos y embutidos, otra dedicada a las artesanías y manualidades regionales, en fin, había muy buen recurso para trabajar.

Así pues, comencé a ordenar los temas y actividades y a organizar un calendario que fuera factible para ellos de manera que pudieran visitarnos en el aula y participar. Los niños también estaban enterados de la novedad, y se mostraron muy entusiasmados frente a la posible visita de sus padres, incluso enpezaron a "informarme" de las habilidades que conocían de sus padres con el fin de que los invitara a venir: un papá era excelente árbitro de fútbol, una mamá sabía preparar deliciosos postres, otro era muy bueno haciendo reparciones en casa, uno más trabajaba en el departamento de policía... al parecer todos deseaban ver a sus padres colaborando en el salón de clases. El asunto pareció aportar novedad y motivación a nuestras rutinas diarias.

El primero en venir fue un médico, y vino para hablarnos de los huesos, a propósito del tema que debíamos abordar en la clase de ciencias. El doctor llegó al salón con su bata blanca y su estetoscopio colgado al cuello, y armado con interesante material didáctico, una serie de huesos de varias partes del cuerpo, unas diapositivas; desarrolló el tema de forma muy amena. Creo que su intervención fue un valioso aporte al aprendizaje de los niños incluso con respecto a una visión a futuro sobre lo que quieren ser cuando sean grandes.

Sin embargo, lo que me pareció el mayor logro de la experiencia fue la expresión de sumo orgullo, satisfacción y alegría en el rostro del hijo del doctor que era alumno de mi clase, un pequeño con algunos problemas de aprendizaje, incluso de autoestima debido al gran esfuerzo que le reportaba presentar un rendimiento medianamente aceptable. La experiencia de que sus compañeros y su maestra conocieran a su padre fue grandiosa, le ganó el respeto de sus compañeros, lo hizo sentir importante, protagonista, fue un gran día en su experiencia escolar e imprimió motivación a su vida como estudiante. Cuando agradecimos al doctor por su visita y lo despedimos, el niño estaba radiante.

La madre de otro de nuestros estudiantes vino con todo su equipo para enseñar a los niños cómo se elabora el queso y fue un mañana verdaderamente excitante, los niños estuvieron todo el tiempo interesados, quizás por el hecho de que el queso era un producto muy conocido y familiar en sus hogares; ese día aprendieron tocando, dando forma, probando. Fue emocionante, y se repitió la experiencia antes descrita, ahora con el hijo de la señora que muy ufano ayudó y apoyó la labor de la mamá mientras nos enseñaba su técnica.

Esto se convirtió en una verdadera vivencia que se repitió a lo largo de algunos meses, mientras una de las mamás nos enseño a elaborar adornos de navidad, otro de los padres vino con sus "herramientas" de arquitecto para enseñar algunas nociones sobre construcción de puentes y caminos, y responder además las preguntas de los niños, otro más era un abuelo que conocía muy bien la comunidad desde sus inicios unos sesenta años atrás, y nos trajo interesantísimos relatos y anécdotas del pasado que los niños disfrutaron mucho.

Recomiendo ampliamente la experiencia; los beneficios en el ánimo y la motivación de los niños son notables, y enriquece el aprendizaje ayudando a los alumnos a entender que no es el maestro el único que enseña, sino también a valorar que fuera del ámbito del aula, hay mucho para aprender.

También hay que tomar en cuenta que en la comunidad en que la escuela esté ubicada, puede haber mucho recurso humano que puede ser muy útil dentro del aula, es sólo cuestión de explorar y hacer un poco de relaciones públicas alrededor con el fin de convertir el aula de clase en un lugar abierto a las oportunidades y los aportes que pueden venir de afuera, que es finalmente el lugar donde los niños más aprenden, aunque esto último pueda sonar un poco a crítica.

Incluso, se puede incluir entre los colaboradores del aula a los compañeros maestros, que puedan venir en determinado momento para alguna aportación de acuerdo a lo que conocemos de sus habilidades; del personal que administra, incluso del conserje de la escuela, porque creo que todos, incluso el más humilde tiene algo que enseñarnos.

En resumen, incluir a personas fuera del aula para contribuir al aprendizaje puede ser una herramienta importante también para la transmisión de valores, resaltando a su vez el hecho de que todas las personas, no importa el campo de trabajo y su posición en la escala socioeconómica, tienen mucho que aportar y debemos mirar con respeto a todos, tanto los de origen humilde como los que tienen una posición destacada en la sociedad. Al fin y al cabo, la tarea más importante de la educación lo constituye la formación de un carácter noble, para dar como producto un ser humano bueno, solidario, generoso, compasivo.

lunes, 22 de junio de 2009

Recuerdos

"La vida no es la que uno vivió, sino la que
uno recuerda y cómo la recuerda para
contarla". García Márquez

Tendría yo unos ocho o diez años, no lo sé con exactitud; vivía con mi familia en el sur del país, una comarca de espléndidos paisajes en plena cordillera de los Andes, en la pequeña y fría ciudad de Pasto, ubicada en un valle encantador rodeado de montañas cuyas faldas ofrecían un paisaje sorprendente de parcelas sembradas de trigo, algunas doradas en plena maduración y otras en verdes de diversos tonos.

Mi padre era un hombre inquieto, con una gran inventiva para los negocios y muy trabajador, siempre se ganó la vida de manera independiente, se complacía en ser "su propio jefe", como él decía.

Los sábados en la madrugada mi madre nos despertaba, nos arropaba y nos metía en una camioneta que papá había comprado y cuya historia es digna de contarse.

Mi madre llevaba además sus utensilios de cocina más básicos y junto con la variada mercancía que mi padre llevaba para vender en los coloridos mercados de las aldeas vecinas, emprendíamos el viaje.

El recorrido era invariablemente a través de la escarpada cordillera; espléndidos y sobrecogedores paisajes sorprendían a cada curva del estrecho camino que serpenteaba al borde de precipicios que cortaban el aliento.

Siempre recuerdo cuán intrépidos me parecían esos choferes de grandes camiones que arriesgaban su vida, con una de las dos llantas del vehículo girando en el vacío al momento de encontrarse con otro carro sobre la vía contraria.

Antes de las siete de la mañana divisábamos la aldea; ojalá recordara sus nombres; eran pueblecitos sumamente pintorescos, con una pequeña plaza en el centro en donde los sábados y los domingos se ubicaban en alegre algarabía los vendedores que traían su mercancía de la ciudad lejana.

El frío de la madrugada en la cordillera hacía aparecer la torre del campanario de la iglesia cubierta con un velo gris de espesa niebla, mientras se oía el repicar de las campanas llamando a misa. ¡ Cómo extraño el sonido de las campanas ! Me traen siempre recuerdos muy gratos de tardecitas pueblerinas tranquilas y perfumadas. Es uno de los sonidos más entrañables y evocadores que existen.

Al llegar a la plaza nos invadían los aromas; pan fresco, café, chocolate caliente y otras delicias regionales. Mi padre ubicaba su camioneta en el lugar que consideraba más estratégico para sus propósitos comerciales y mi madre se encargaba de nosotros; dábamos un recorrido a pie por el centro del pueblo, ella compraba algunas provisiones y luego nos dirigíamos a la orilla del río.

En aquellos tiempos, yo pensaba que todos los pueblos y ciudades del mundo tenían un río porque en todo los que visitábamos, había siempre uno. Una vez en el río, mi madre instalaba con singular habílidad su improvisada cocina, con un fogón entre tres o cuatro piedras más o menos grandes y preparaba el almuerzo, que siempre estaba listo para cuando mi padre terminaba su venta en el mercado, y lo comíamos allí, oyendo el rumor del agua que corría entre las piedras y bajo árboles frondosos de amigable sombra.

Por aquellos tiempos, la contaminación y el daño al medio ambiente no eran asuntos conocidos ni comentados; el agua corría cristalina, las orillas tenían abundante sombra y se suponían propiedad de todos, sin cercas que cerraran el paso, ni letreros con prohibiciones.

Algunas veces, de regreso a casa, nos deteníamos a bañarnos en las heladas aguas de aquellos parajes encantadores.

Mi padre buscaba una mina de oro. No tengo idea acerca de cómo se informó del asunto, sólo recuerdo que una madrugada, de nuevo subimos a la camioneta y emprendimos el viaje. La mañana nos sorprendió en una curva del camino, frente a un paisaje absolutamente espectacular, en plena cordillera; abajo, muy abajo, se veía el valle entre la bruma.

Desde este punto emprendimos una caminata por el bosque hasta llegar a una cueva, que en aquel tiempo yo no podía saber si era natural, o era un socavón abierto en la montaña; sólo penetramos unos pocos metros mientras unos hombres le mostraban a mi padre las supuestas vetas de oro y él mostraba gran entusiasmo ante el nuevo proyecto.

Mis recuerdos se limitan a los paisajes que me cautivaban por completo; no puedo recordar, por ejemplo, si mis padres habrán discutido o comentado el asunto, recuerdo solamente lo frío del paraje, los senderos de la montaña y los aromas de las improvisadas comidas que mi madre preparaba.

Ahora me pregunto: ¿ No habría ningún restaurante por aquellos caminos ? ¿ Por qué mi madre tenía que llevar siempre provisiones y utensilios para cocinar donde llegáramos ?Tampoco recuerdo haberla escuchado quejarse por lo que ahora me parece un trabajo enorme, porque no llevaba alguna comida fácil como los socorridos "emparedados" de hoy y que en aquellos tiempos no conocíamos. No, mi madre cocinaba "a cielo abierto" siempre que salíamos en aquellos recorridos.

El grupo familiar que recuerdo parecía un grupo feliz alrededor de aquellas comidas improvisadas en algún recodo del camino, e indefectiblemente junto a un río rumoroso y alegre.

Lo de la mina de oro no prosperó, creo que visitamos el paraje un par de veces más y no volví a oir del asunto.

Alguna vez también rondó mi padre una improbable mina de carbón, animado quizás por alguna recóndita vocación de minero.







martes, 16 de junio de 2009

Lo mejor de la vida

Es bueno estar vivos, es bueno saber que alguien nos ama, es bueno amar a alguien... y así podríamos seguir enumerando las cosas que nos parecen buenas o que nos gustan, y aún más, analizar por qué nos parecen así. Todos somos diferentes y asumimos nuestra realidad de diferente manera, a través de nuestra propia y peculiar manera de percibir.

Me parece que escribir lo que pensamos nos confirma, por eso intento este ejercicio con la idea de que me ayude posiblemente a conocerme un poco mejor, a descubrir esa "conciencia" interna y con ello también abrigo la esperanza de encontrar con quién coincidir o disentir... ¿por qué no?; también es saludable.

Cuando era pequeña y viajábamos con mis padres por las cordilleras de mi país, alimentaba mi imaginación infantil con los espléndidos paisajes de las montañas, con la visión de aquellas aldeas campesinas y los aromas de las madrugadas en aquellos parajes. Quedaron grabados en mi memoria con tal claridad, que pienso que si volviera a verlos hoy, los reconocería de inmediato.

De aquellos paseos me queda un amor rotundo por los paisajes y la naturaleza, los prefiero por mucho a las ciudades, y ahora al reflexionar sobre el tema, estoy convencida de que están en mi lista de lo mejor de la vida. La modernidad nos ha hecho perder un poco, o un mucho, la capacidad de asombro, esa que hace que los niños mantengan los ojos muy abiertos con esa expresión encantadora y peculiar de quien acaba de descubrir lo que ve; pero la naturaleza, en sus aspectos majestuosos tanto como en los mínimos y pequeños, nos permite asombrarnos, y vernos desde una perspectiva más real, ¡ somos tan pequeños !

Y el asombro nos lleva también al ámbito de la reflexión espiritual en el cual, los que creemos que hay un Creador y Sustentador de todo lo que existe, nos sentimos confirmados en nuestra fe ¡ Cuán grande es El ! En la naturaleza es entonces donde encuentro una larga lista de lo que son las mejores cosas de la vida.

El olor de los jazmines, el silencio y la imponente soledad de los desiertos, las majestuosas cordilleras nevadas de los Andes, los ríos cristalinos y rumorosos, el viento fresco que susurra entre los árboles del bosque, el atardecer de espléndidos colores en una tarde de verano, un aguacero tropical, breve, copioso y musical; la sorpresa en los ojos de los vendados al verse sorprendidos cuando se asoman fuera del bosque, las primeras flores de la primavera, un concierto de chicharras en una tórrida y calurosa tarde, las aves que surcan los cielos en sus misteriosas rutas de migración, los velos de neblina sobre las altas montañas, el descubrimiento de un nuevo rincón inimaginado y sorprendente... son lo mejor de la vida.

Hay otros ámbitos en los cuales encontrar abundante material para seguir con esta lista de cosas buenas, el hecho mismo de elaborarla nos lleva a sentir inmensa gratitud por los privilegios que el Dador de la vida nos ofrece al concedérnosla, y la gratitud es uno de los mejores dones porque nos hace contentos, no indiferentes ni desolados, somos objeto de cuidado, y de manifestaciones de amor y bondad inagotables; nos mueve incluso a desear compartir lo que recibimos con otros menos afortunados, porque dar es... lo mejor de la vida.

En el mundo intensamente materialista en que vivimos, vale la pena hacer una lista de aquellas cosas incuestionablemente buenas y que no cuestan dinero; vale la pena, porque muchos se sienten desdichados por la falta de bienes materiales, porque ya muchos no disfrutan y ni siquiera notan cuán ricos son aunque no tengan dinero. ¿ Es esta una visión ingenua de la vida ? Quizas lo sea, pero es feliz en tanto llena el corazón de gratitud y paz porque la alegría no depende de las cosas que se compran. Sin embargo, escribo esto con plena conciencia de que la carencia o ausencia total de bienes materiales llega a ser para los que la padecen, profundamente dolorosa y limitante; compartir con ellos es también nuestra responsabilidad.

La lista de cosas buenas que cada uno puede elaborar puede ser interminable en tanto comience a reconocer y valorar lo que le rodea; el hogar y la familia son definitivamente fuentes de gozo que encierran lo mejor de la vida: el grato aroma, acogedor y delicioso del pan recién horneado, el llamado de los niños que despiertan con toda la expectativa y alegría que el amanecer les trae, la mesa compartida, un jarrón con flores de mi patio, un paseo juntos por las calles de un pueblecito tranquilo, la chimenea encendida, la vigilia con la buena compañía de los hijos, los álbumes viejos repletos de recuerdos y fotografías del pasado, la casa solitaria y silenciosa, la casa llena con los hijos, los nietos, los amigos, la navidad con niños, el árbol junto a la ventana, los ruidos familiares, las voces amadas...

Son todas lo mejor de la vida, son cotidianas, están allí muy cerca, y a veces no las vemos, y estamos tristes por lo que no tenemos. Señor, unge mis ojos "con colirio, para que vea"...


martes, 2 de junio de 2009

Ser abuela

Creo con toda convicción que ser abuela es maravilloso. Para las que ya lo son, las explicaciones no hacen falta, pero una "descripción del puesto" puede arrojar alguna luz con respecto a las responsabilidades inherentes al "cargo" el cual, siendo ocupado por personas con tal diversidad de culturas, costumbres, idiosincracias y mentalidades, sólo puede ser abordado desde una perspectiva muy personal.

Una abuela no es lo mismo que una madre y aunque recibimos "el nombramiento" el mismo día, hay que tener en cuenta los fuertes sentimientos que la maternidad conlleva; no reconocerlos puede entrañar graves riesgos para la relación entre madres e hijas o nueras, pero afortunadamente todas tenemos la capacidad de reflexionar y recordar cómo nos sentíamos el día en que la hija o el hijo nació .

Con esto quiero decir que debemos ocupar un discreto lugar en la escena para permitir que la madre despliegue toda la abrumandora carga de sentimientos y sentido de responsabilidad que el recién nacido provoca en ella. En este punto la abuela puede llegar a sentirse una experta, pero ¡cuidado! posiblemente sea una experta como madre, pero como abuela, es una novata.

Los nuevos padres están llenos de expectativas y además felices y emocionados con sus nuevas funciones, con el corazón henchido de buenos deseos y amor desbordante hacia el pequeñito recién nacido; lo mejor en este momento es permitirles desempeñarse sin estorbos, sin abrumarlos con consejos y acciones que les hagan sentir como si estuviéramos usurpando su nuevo papel.

En estos casos la abuela debe ser algo así como un "jugador en la banca", lista para entrar en acción cuando sea llamada, (y con toda seguridad que lo será). La ansiedad de lo padres y especialmente de la madre poco a poco se va tornando en seguridad, y la abuela tendrá el camino más libre para ejercer suavemente sus encantadoras funciones.

La responsabilidad que entraña el ser abuela genera un sentimiento diferente, que se anuncia con más serenidad, con una paz nueva y hermosa. Tener de nuevo en el regazo a un bebé que es nuestro es un sentido tan entrañable es una experiencia que conmueve el corazón y después, mientras observamos como crece y se desarrolla su inteligencia notamos también como se van desarrollando fuertes lazos afectivos entre ese niño y nosotros. La ternura y entusiasmo con que esos pequeños nos ofrecen amor y aceptación sin condiciones, es absolutamente conmovedor. Los nietos aportan a la vida un sentido de renovación, de nuevo comienzo, de expectativa, sin el cual la vida se tornaría gris y rutinaria.

No todas las personas tienen el privilegio de poder establecer una buena comunicación con los niños, tal vez la clave del asunto estribe en la capacidad de poder disfrutar su compañía, de ser sensibles a sus necesidades de afecto y atención. En este sentido es posible que las abuelas tengamos una especial disposición natural para brindar a los niños tiempo y espacio para fortalecer una relación que nos permita ofrecer a mediano y largo plazo apoyo, amor y compañía a los nietos.

Una abuela debe apoyar y enriquecer el desarrollo espiritual de los pequeñitos. Desde esta posición tenemos oportunidades que no hay que desaprovechar, cierta especial y privilegiada posición en el corazón de los nietos, nos permitirá animarles en la fe y el amor a Jesús, en hacerles notar lugares, objetos, situaciones que puedan contribuir a fortalecer su conocimiento acerca de lo eterno y trascendente.

Debemos también estar dispuestos a escucharles; esto implica necesariamente estar dispuestas a escuchar de forma afectuosa y paciente, como dice Tromelli "con el corazón y la mente, los sentidos y las emociones." Los niños tienen una gran necesidad de ser escuchados y los adultos parecen estar siempre demasiado ocupados para prestarles atención. "Nadie sabe escuchar como mi abuela" , "es que ella sí me escucha", son expresiones que alguna vez habremos dicho u oído y que confirman esa necesidad de la que hablamos y es muy dulce para una abuela cumplir esa función, que puede dejar verdadera huella en el alma del niño que tiene la oportunidad de pasar tiempo con sus abuelos y recibir ese valioso aporte de afectividad en una relación tan rica y especial. Alguien dijo que quien crea que el arte de conversar ya no existe, es porque no ha tenido que acompañar a un niño a la hora de dormir. Es inagotable en los pequeños la necesidad de ser escuchados, aunque también es cierto que les gusta escuchar.

La construcción de la relación entre una abuela y sus nietos, crece mientras aumenta el grado de confianza y complicidad al compartir pequeños secretos de cosas descubiertas en la mutua compañía, al ayudarle al niño a entender y reconstruir incidentes que pueden ser muy significativos e importantes en el desarrollo de su carácter, en la solución de sus constantes (y nada fáciles) preguntas, en el relato de sueños, temores y expectativas.

Ésta es también una posición de privilegio para ayudar a transmitir los valores familiares, y en este ámbito la abuela puede valerse de toda su imaginación para enriquecer la de los niños en la inagotable tarea de relatar cuentos e historias, reales e inventadas casi siempre de la manera más improvisada, mientras dan un paseo, trabajan en el jardín, colorean un dibujo, o acompañan una improbable siesta.

La edad nos hace más reflexivos, al menos eso creo, y tenemos muy identificadas frases, anécdotas que circulan en las reuniones familiares, gestos personales, relatos que se transmiten desde tiempos lejanos y que van constituyéndose en una especie de acervo y legado para nuestra familia. Pues bien, hay que pasar la herencia a los pequeñitos del presente, ayudar a mantener vivos esos valores que las prisas de la vida moderna pudieran poner en peligro.

Una abuela debe proveer "amor incondicional, serenidad, bondad, paciencia, buen humor y lecciones de vida" R. Giuliani. Y todo parece dicho en esta frase; los padres se sienten a menudo abrumados por la carga de la responsabilidad en la educación de sus hijos y la lucha por proveer para todas sus necesidades, y la serenidad de la abuela puede ayudarles a ver un aspecto menos grave y más pasajero con respecto a incidentes que no tienen una trascendencia mayor, y la infancia está llena de ellos.

Una abuela apoyará la buena disciplina, entendida ésta como enseñanza y formación del autodominio, aplicada en el ambiente de un hogar amoroso.Cursiva En este aspecto será importante que la abuela sea muy respetuosa en reconocer el importante papel de los padres al disciplinar a sus niños y apoyarlos cuando su consejo sea solicitado.

Hay que trabajar para transmitir a los niños el conocimiento de miembros de la familia ausentes; me gusta hacer álbumes de fotografías que atesoran momentos lejanos, personajes del pasado y del presente que no comparten nuestra cotidianidad, pero que pertenecen a los entrañables; no debemos permitir que se mantengan anónimos para nuestros niños. Construir árboles genealógicos, escribir anécdotas y relatos familiares para ellos, será de imponderable valor para ayudarles a construir memorias sobre sus vidas y darles un sentido de identidad y pertenencia.

Una abuela también estará dispuesta a cuidar de sus nietos, mientras los padres se toman un respiro; puede proveer además un hogar con aromas y cosas interesantes para la curiosidad de los niños; les enseñará a ver las estrellas, a oler las flores, a admirar la luna, a observar las caprichosas formas de las nubes, a reconocer el encanto de los caminos rurales, a observar con asombro el fuego de la chimenea, a mojar los pies en el agua fresca, a mirarse en un charco cristalino, a mojarse en la lluvia, a jugar y explorar sin preocuparse de ensuciar la ropa, a amar los libros, a observar a la gente, a conmoverse con lo cotidiano, a entender que las cosas no son más importantes que las personas, a ser agradecido y a estar feliz con lo que posee, a amar a los animales, a soñar, a pensar, a imaginar.......

Desde mi perspectiva, ser abuela es emocionante, una experiencia rica e inagotable, y como alguien dice: si hubiera sabido antes como era ser abuela, no habría tenido hijos, sino nietos, ¡Dios los bendiga!





lunes, 1 de junio de 2009

Tus expectativas cuentan...

Trabajar con niños es una tarea más difícil de lo que la mayoría supone, es una tarea que requiere en primer lugar una gran dosis de amor hacia los niños y de respeto hacia su persona.

Dicho de otra manera, el maestro necesita entre muchas otras cosas, una gran sensibilidad que le permita percibir no sólo los sentimientos sino también las necesidades de sus pequeños alumnos que necesitan constantemente de afirmación, valoración y aprecio para cumplir con sus tareas.

Los niños son además muy sensibles a las percepciones que de ellos tienen los adultos; perciben gestos, palabras, actitudes de las personas que están más cerca de ellos; sus padres y sus maestros.

Hay en esto pues una gran responsabilidad y a la vez un poderoso recurso en cuanto al éxito en el aprendizaje se refiere. Cuando los padres dicen constantemente a su niño que es tonto, que es lento, que nunca entiende, esas frases constantes, van haciendo una huella en su espíritu, de tal manera que el niño llega a convencerse de que esto es cierto y a actuar en consecuencia. Tristemente esto sucede también en la escuela, maestros sin sensibilidad, sin calma ni serenidad para guiar a sus pequeños alumnos, pueden, con sus comentarios, crear una profunda huella de tristeza y bloquear muchas veces de manera permanente el camino del niño hacia el éxito en el aprendizaje.

Visitaba en una ocasión un salón de clase para supervisar el trabajo de una alumna que hacía su práctica en un aula multigrado; mientras ella asignaba el trabajo a los niños se dirigió a Sarita y le indicó que se acercara para trabajar con un nuevo grupo. La niña se negó a levantarse de su asiento, yo me acerqué para ayudarla a llevar sus instrumentos de trabajo, pensando que quizás eso le impedía moverse rápido hacia donde le indicaba la maestra. Se negó de nuevo a ir, y entonces le pregunté suavemente: "¿por qué no quieres ir?, ella contestó: "es que yo soy de lento aprendizaje, y este es mi lugar."

Es un triste ejemplo de lo que sucede a los niños cuando los condicionamos negativamente en lugar de levantar nuestras expectativas y hacerles saber que esperamos que ellos sean capaces de realizar grandes y pequeñas proezas en el trabajo cotidiano del aula.

E.W (2004) dice que el elogio sincero y las palabras amables pueden hacer milagros en el aula de clase. Tuve una vez un pequeño alumno en la escuela primaria. La madre me lo trajo con un diagnóstico de su neurólogo: el niño padecía una atrofia cerebral, lo cual no le impedía aprender, pero requería de paciencia y motivación para avanzar en la tarea, a veces nada fácil, de aprender.

Cuando llegó a mi grupo, parecía completamente desinteresado de realizar cualquier tarea, se entretenía jugando con sus útiles, haciendo aviones de papel, saliendo del salón a su antojo y se negaba rotundamente a hacer el menor esfuerzo y trabajar junto con sus compañeros. A todas luces, este parecía un caso difícil.

Observé que era un niño muy ordenado, arreglaba su maletín de libros y útiles escolares varias veces durante la jornada, y antes de irse todo estaba perfectamente en su lugar. Este me pareció un buen punto para comenzar y hacerle saber que yo creía en él y en que podía lograr cosas si quería.

Le dije a sus compañeros que teníamos un niño con habilidades especialmente notables, "es capaz de mantener su maletín en orden y puede encontrar sin demora cualquier cosa que necesite; todos necesitamos desarrollar habilidades como esa, y creo que Luisito puede ayudarnos a aprender como hacerlo."

Una gran sorpresa se dibujó en su cara; no era un niño maltratado de ninguna manera, pero si se le había subestimado tanto en casa como en la escuela, pensando todos, incuído él mismo, que debía ser tratado casi como un bebé porque no era capaz de realizar las tareas que se esperaba que los demás niños cumplieran.

Hicimos los dos, Luisito y yo, un plan para que nos enseñara sus "técnicas" de organización de sus materiales y cómo mantenerlos así a lo largo de la mañana. Se dispuso con verdadero entusiasmo al compromiso; yo abría pequeños espacios durante la jornada para que él compartiera con nosotros sus estrategias y los demás se daban a la tarea con interés y respeto por su compañero.

Este fue el punto de partida para involucrar al niño en mucho proyectos y tareas, pronto se ganó el repeto de sus compañeros cuando notamos que tenía habilidades muy destacadas en el manejo de pequeños proyectos eléctricos, con bombillas, cables, tomacorrientes, etc; cuando decidimos realizar un concurso de preguntas y respuestas sobre historia y geografía del país, él nos sorprendió a todos elaborando un pequeño tablero con bombillas de colores y timbres que el concursante podía tocar y ser el primero si tenía lista la respuesta.

Así continuó el niño, desarrollando habilidades a su propio ritmo, mientras observaba que era tratado como todos los demás y que su maestra tenía altas expectativas con respecto a lo que podía hacer. Al terminar la primaria, Luisito se graduó con honores, sorprendiendo a todos los que una vez pensaron y comunicaron al niño con sus palabras y actitudes, que él no era capaz.

El niño necesita la seguridad que da el saber que los adultos confían en su capacidad, en que él podrá alcanzar sus metas, no importa el tiempo que esto le tome. Los niños responden positivamente a los desafíos cuando estos están a su nivel, cuando saben que pueden contar con nuestra ayuda y pueden confiar con la comprensión y la bondad del maestro o padre de familia. Esto es tan válido en el hogar como en la escuela.

En ocasiones el maestro se deja prejuiciar por el maestro del año anterior y las referencias que recibe de esos alumnos, esto le hace etiquetarlos y reducir sus expectativas a lo poco que sabe de cada niño, sin darles la oportunidad de recibir el nuevo año como una hoja en blanco y con sensibilidad y amor ayudarles a saber lo que son capaces de lograr solamente porque el maestro cree que pueden hacerlo.

Esto requiere también que el maestro sea un buen observador que pueda conocer las necesidades y habilidades de sus alumnos y sea capaz de atenderles de forma individual para plantear a cada uno los desfíos adecuados a su propio nivel de desarrollo. Decir a los niños cosas como "este objetivo que debemos alcanzar ahora, es difícil, pero no tengo ninguna preocupación, porque sé que ustedes son capaces e inteligentes y lo lograremos sin duda". La confianza y la estima del maestro es uno de los más valiosos motivadores para los alumnos

En resumen, sus pequeños alumnos podrán lograr tanto como usted crea y comunique que pueden hacer. Permítales saber que usted cree que son inteligentes, que pueden aprender, que lo van a lograr, que usted está convencido de que así será. Puede ponerlo en práctica con la seguridad de que esto le proporcionará a sus alumnos una provisión extra de motivación y apoyo.