martes, 11 de enero de 2011

Los palacios nazaríes


Después de viajar por horas y contemplar a lado y lado de la autopista inmensos bosques de olivares, vamos llegando a la ciudad de Granada; el paisaje no cambia mucho, olivares y olivares es todo lo que abarca la vista y a medida que nos acercamos a Granada, van apareciendo las montañas altas, nevadas, imponentes; de vez en cuando el paisaje se ilumina con la visión de una ciudad en lo más alto de una colina, aparece luego la ciudad de Jaén, grande, llena de historia.

Por tramos aparece bajo los olivares una tierra que parece como polvo de oro, hasta que a lo lejos se divisa la ciudad de Granada, cantada por poetas y en hermosas canciones. El sur de España tiene gran encanto debido a las culturas que antiguamente poblaron sus ciudades, esta tierra ha sido romana, bizantina, mora, judía y católica; en particular, en la ciudad de Granada se encuentran los maravillosos palacios nazaríes.

La Alhambra era nuestro principal objetivo en esta visita; era viernes y tendrìamos que encontrar a una persona a la entrada del palacio con los boletos que había que comprar desde el día anterior porque sólo cierto número de personas al día pueden entrar a la visita. No es asunto fácil entrar a una ciudad totalmente desconocida y tratar de encontrar una dirección, ni siquiera con un mapa, pero finalmente llegamos; a lo lejos vimos la Sierra Nevada envuelta entre nubosos velos.

Los palacios están ubicados en un terreno escarpado y mientras subíamos observábamos el paisaje abajo en el valle; a pesar de que era otoño, había muchos turistas, hacía frío y las nubes bajas presagiaban lluvia.

Nos dimos a la aventura de tratar de encontrar a la persona que nos entregaría los boletos; dimos algunas vueltas frente a la entrada de la Alhambra, ubicada siempre entre jardines y arboledas, y a nuestras espaldas una agradable voz femenina: ¨¿buscáis a alguien con unos boletos?. Así conocimos a esta amable andaluza, con toda la herencia de los moros en su cabello oscuro, sus negros ojos y su piel morena. Era la pastora de la iglesia que visitamos el sábado y a la que la vimos desempeñarse de manera cálida y maternal.

Entramos a la Alhambra, algo desprevenidos, sin mucha información y caminando hacia donde la intuición o el sentido de orientación de mi marido nos indicara. Amplias avenidas flanquedas por altos pinos nos condujeron a los maravillosos jardines del Generalife. Estos fueron los palacios de verano de los sultanes, y la verdad es que no me siento en condiciones de describir todo esto. La belleza del lugar, sus estancias, los rumores de agua, los ¨naranjos encendidos¨, los rosales en flor, todo el arte moro con sus arcos y sus patios luminosos, y sus fuentes cantarinas, todo allí es la evocación del paraíso soñado por los árabes.

Me he sentido conmovida por tanta belleza, cada ventana a medida que se asciende a lo alto del palacio da a un espléndido y sereno paisaje, a algún secreto patiecito con surtidor de agua y jardín encantador; el ambiente invita a la relajación, a la paz y al total disfrute de la naturaleza. Es evidente que los sultanes moros amaban el agua, las flores, los amplios espacios a cielo abierto y en sumo grado, la belleza impresa en los decorados increíbles de las paredes de sus palacios, en sus techos artesonados y sus arcos; hasta su artística escritura está compuesta por bellísimos caracteres, para escribir los cuales pareciera ser necesario mucho talento como dibujante.

Más abajo se ve el palacio de la Alhambra, otra maravilla hacia la cual nos dirijimos después de descender por las escaleras en medio del hermosísimo bosque y entre el rumor claro y relajante del agua que baja por los canales a los lados del camino. Antes de llegar a los palacios nazaríes llenos de encanto y de leyenda, hay que pasar por una pequeña iglesia católica y por el palacio de Carlos v para cuya construcción fue destruído parte de los maravillosos palacios nazaríes. El palacio del rey Carlos v, impresiona por su tamaño, su amplia plaza y sus columnas romanas de mármol rosa, pero después de ver el increíble arte de los moros, ya parece que nada asombra ni impresiona.

Estos palacios nazaríes, son de una belleza sobrecogedora, los decorados de sus techos y paredes me parecen como finísimos trabajos de encaje labrado en la piedra, en el mármol, en la madera. Así visitamos uno de las más hermosas estancias, la sala del trono, indescriptible lugar, y el patio de los leones donde se dice fueron degollados los valientes abencerrajes, la sala de las doncellas, las habitaciones donde se dice que estuvo Washington Irwin el famoso escritor de ´Cuentos de la Alhambra¨ obra igualmente encantadora, y de obligada lectura, antes o después de visitar la Alhambra. Desde sus ventanas se observa el barrio llamado ¨Albaicín¨ de estrechas callejuelas y al lado del cual se encuentra el palacio de la madre de Boabdil, último rey moro.

Terminamos nuestra visita y salimos de allí con el alma abrumada de belleza y gratitud, impresionados, conmovidos por lo que habíamos visto, y bastante empapados por una lluvia suave pero persistente que nos acompañó a lo largo de esa tarde memorable.

"...gratos los finos laberintos del agua entre los limoneros"...
Borges

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