lunes, 31 de enero de 2011

Angeles del camino


Frente a la perspectiva de un viaje siempre tengo sentimientos encontrados: el deseo de permanecer y el interés por conocer lugares de los cuales he leído algo de su historia y su literatura.

El sur de España ha tenido siempre en mi mente un particular encanto, así que tengo inmensa gratitud para con Dios por la oportuidad de esta visita; lo que ví superó por mucho todas mis expectativas. No me considero en capacidad de describir los maravillosos palacios árabes de Granada, Sevilla y Córdoba; la gracia y suprema fragilidad y belleza del arte morisco, me dejaron sin aliento, no tengo palabras para ponderar tanta belleza.

Toda esa maravilla me hizo pensar en lo frágil y pasajero del poder, la fortuna y las riquezas. Pero no quiero dejar de registrar algunos recuerdos y reflexiones que fueron también de gran valor para mí en este viaje y es que encontramos también algunos "ángeles", los llamo así porque lo fueron en verdad para nosotros dada la circunstancia, el cansancio, la necesidad del momento.

Una noche en Sevilla, nos había costado mucho encontrar un lugar abierto para cenar, no nos acostumbrábamos al horario de la comida en España, así pues, salimos después de las 8 de la noche buscando un restaurante. Las calles estaban desiertas tal vez por el frío y teníamos un poco de aprehensión pero la poca gente que transitaba, parejas, jóvenes, personas mayores, se veían confiados y disfrutando del paseo nocturno.

Cenamos por fin en un bonito lugar y caminamos para emprender el regreso al estacionamiento donde habíamos dejado nuestro "coche", como dicen los españoles y de ahí al hotel donde pasaríamos la noche.

El desconocimiento de una ciudad y la noche, hacen muy difícil encontrar el camino correcto, aún con un mapa en la mano. Eran como las 11, había poca gente en las calles; nos detuvimos en una esquina y mi marido se bajó del carro para buscar orientación. Un hombre apareció vestido de manera muy peculiar, con algo como un pantalón de bombero y una camisa larga, todo de color claro, su hablar también era peculiar.

El hombre pareció gran conocedor de la ciudad, le indicó de manera muy sencilla y clara el camino a tomar y le insistió varias veces: "al llegar al obelisco no suba el puente, recuerde, no suba el puente, tome a la derecha". Sus indicaciones nos llevaron directa y rápidamente a nuestro destino, nunca lo hubiéramos hecho sin su ayuda.

Ignoramos de qué peligros nos libramos, pero estábamos muy cansados y nos sentimos muy bendecidos y llenos de gratitud a nuestro Dios
por este "ángel" del camino.

Llegamos a Ginebra en medio de una tormenta de nieve, el avión en que viajábamos fue desviado a una ciudad a cuatro horas en tren de este destino; viajamos desde allí hasta Ginebra como a las 4 de la madrugada y pasamos otras seis horas en el aeropuerto, porque no podíamos encontrar un taxista que quisiera llevarnos al colegio de Colonge en Francia y los que estaban en el colegio no podía bajar a buscarnos por causa de la nieve. En el aeropuerto, nadie quería arriesgarse por los estrechos caminos rurales.

Por fin como a las nueve de la mañana un portugués aceptó llevarnos pero sólo hasta la frontera con Francia a unos 15 minutos del aeropuerto pues de ahí en adelante el camino era en ascenso bastante empinado y por un camino angosto. Una vez en la frontera había que llamar de nuevo al colegio para avisar que ya estábamos allí y que podían venir a buscarnos... no encontrábamos un teléfono público, no hablábamos francés.

Caminamos unas cuantas cuadras por entre la nieve arrastrando nuestras maletas por el pueblecito de Colonge; me quedé en una pequeña cafetería con ellas, mientras mi marido salió para buscar afanosamente cómo comunicarse con alguien en el colegio. Volvió para decirme que no encontraba un teléfono, la joven vendedora nos dijo que la dueña no le permitía prestar el suyo..

Salimos de allí siempre arrastrando las incómodas maletas y nos ubicamos en una esquina tratando de no obstruir las vitrinas de un local comercial; hacía mucho frío y nevaba. Mi marido volvió a la búsqueda del anhelado teléfono que esta vez encontró pero que no pudo usar por no entender las instrucciones en francés. Cerca de allí, un hombre trabajaba limpiando la nieve de las aceras; mi esposo le preguntó un poco en inglés, un poco a señas sobre el uso del teléfono, pero no podían entenderse el uno al otro por la infranqueable barrera del idioma.

Como pudo trató de explicarle que íbamos al "Colegio Adventiste du Salev" y entonces.... se hizo la luz. "Yo soy adventista" dijo el joven, sacó su propio celular y llamó, pero nadie contestaba. Mi esposo entonces decidió bajar de nuevo unas cuadras hasta la frontera y usar allí un teléfono que por estar en Suiza quizás sería como los que había usado en el aeropuerto.

Cuando regresaba sin haber podido comunicarse, el joven francés intentaba de nuevo, alguien contestaba por fin, y vino para ofrecerme su teléfono; esta vez pudimos comunicarnos con una persona que hablaba inglés; alguien vendría a buscarnos en una hora. Nuestro nuevo e improvisado amigo dio las indicaciones respecto al lugar donde estábamos, nos señaló una cafetería al otro lado de la callle para refugiarnos y nos ayudó a llevar las maletas por entre la nieve hasta ubicarnos dentro del lugar tibio y más acogedor que la gélida y desamparada calle.

Este hombre fue el segundo "angel" de nuestro viaje. ¡Dios lo bendiga por su bondad con nosotros! Nos consoló y nos alegró el corazón; nos reconcilió con nuestros semejantes. Nos había parecido que nadie en ese lugar era amigable... ¡Todos parecían tan indiferentes!.

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