miércoles, 20 de mayo de 2009

Reflexiones

Volver a pensar acerca de lo que hicimos o debimos haber hecho con nuestros hijos, puede dejar valiosas reflexiones. ¿Qué valores les hemos transmitido? ¿Cuán fuertemente arraigados quedaron en su carácter? ¿Cuánto hemos influído en sus vidas y cuán trascendente fue para ellos lo que quisimos enseñarles?

Hoy considero como fundamental herencia de la vida, ayudar a los hijos a desarrollar una fe sólida, firme y poderosa en Dios para enfrentarla.

¿Qué debe hacer una madre para que esto suceda? He aquí algunas reflexiones: Mucho se ha dicho y escrito acerca de la importancia del ejemplo: creo que los hijos deben "ver" diariamente a sus padres, de manera individual y familiar, practicar su devoción.
A medida que los niños crecen, la madre debería entrenar y animar a sus niños a practicar su devoción de manera individual e independiente y tan pronto como sea posible, enseñarles a pasar tiempo solos con el Señor.

Fui católica en mi primera infancia y juventud y aunque esta mención y lo que de ella se derive pudiera provocar prejuicio en algún lector, un recuerdo de aquellos años me sirve para ilustrar lo que quiero decir: para mí un símbolo de recogimiento y devoción dondequiera que pudiera verlo, era un "reclinatorio", ese pequeño mueble que sirve para arrodillarse y tiene también un apoyo al frente para colocar las manos en actitud de oración y que es tan frecuente ver en los templos e instituciones católicas.

Pienso pues que la habitación del niño debería tener un rinconcito que le invitara y le recordara esa devoción. Cosas, objetos tangibles pueden ser muy motivadores para los niños. Los padres compran juguetes educativos para estimular el desarrollo cognitivo de sus niños, otros juguetes son para mejorar su desarrollo físico, ¿por qué no estimular también su desarrollo espiritual? .

Es bastante común que las madres nos dejemos absorber por los afanes cotidianos y también que dejemos pasar preciosas oportunidades para ligar el corazón de los hijos al nuestro. El trabajo invertido en desarrollar la fe de los niños en el Todopoderoso es una de los más hermosos y tiernos que existen; quién no conoce experiencias de personas que al pasar por situaciones difíciles invocan y traen a su memoria consoladores recuerdos de la infancia: las oraciones que la madre les enseñó, lecciones de fe y de confianza, textos bíblicos aprendidos de memoria que arrojaron luz sobre la desesperanza y el desaliento.

¿Cuál es el momento oportuno para enseñar a un niño a dedicar tiempo a la devoción personal? Este trabajo tiene su comienzo en la más tierna edad, cuando el pequeño en brazos de la madre está presente en las reuniones de devoción a las que concurre la familia diariamente. Este proceso estará creando y desarrollando un hábito de devoción en el niño, preparando su voluntad para que llegado el momento, pueda hacerlo solo.

Comentamos al comienzo de este artículo que el ejemplo de los adultos, en especial de la madre, será decisivo para que el niño muestre deseo o intención de realizar una experiencia personal de relación con Dios.

Será necesario que sepa leer ya para que pueda por sí mismo acceder a los textos sagrados y dependiendo de la edad a la que el niño alcance esta "independencia", los padres deberán proporcionarle el tipo de obras infantiles adecuadas a su nivel, lo cual incluye desde el tipo y tamaño de la letra, ilustraciones en el texto, nivel y riqueza del vocabulario hasta la posibilidad misma de leer directamente en la Biblia.

Pero no puede dejarse al niño solo completamente en esta ctividad; la solicitud de la madre y las observaciones que haga de estas rutinas diarias, le permitirán acercarse para compartir las impresiones que el niño recibe cada día y enriquecer esas experiencias con sus comentarios y enseñanzas.

Podríamos usar un ejemplo: Juanito tiene 8 años y asiste al segundo grado de la escuela primaria, lee con bastante fluidez y comprende lo que lee en los textos de su nivel escolar. En la noche, cuando los afanes del día han pasado y se dispone a ir a la cama, una silla pequeña junto a la cual hay un mesita con sus libros devocionales, un nuevo testamento ilustrado, y un libro ilustrado de historias de la Biblia, ambos con señaladores que indican la página donde se dejó la última lectura, le invitan a la devoción.

La madre puede merodear por allí comentando que lo dejará solo un momento mientras él hace sus lecturas y después volverá para darle las buenas noches; cuando ella regresa puede entonces entablar una conversación con él con respecto a sus lecturas. ¿Tiene algo que comentarle? ¿Hay preguntas respecto a lo leído? ¿Qué reflexiones le dejó la lectura?.

La práctica de estas actividades tiene forzosamente que dejar una huella en la mente y el carácter del niño y si esto se lleva a cabo con oración, el Espíritu Santo intervendrá para que el tiempo empleado de esta manera dé como fruto un rico desarrollo espiritual.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Al fin di con este post, muy interesante, pues curiosamente, desde la semana pasada, saqué los libros de "Cuéntame una historia" que mi mamá me ragaló y comencé a mostrárselos a Said, y la Biblia para niños que le regaló su tía Karen, le encanta, aún no he puesto un horario, pero es buena esa hora antes de dormir. Gracias por todas sus reflexiones.

Ruth Grajales dijo...

Dios te bendiga Mayita y guie tu vida y la de tu preciosa familia.