lunes, 1 de junio de 2009

Tus expectativas cuentan...

Trabajar con niños es una tarea más difícil de lo que la mayoría supone, es una tarea que requiere en primer lugar una gran dosis de amor hacia los niños y de respeto hacia su persona.

Dicho de otra manera, el maestro necesita entre muchas otras cosas, una gran sensibilidad que le permita percibir no sólo los sentimientos sino también las necesidades de sus pequeños alumnos que necesitan constantemente de afirmación, valoración y aprecio para cumplir con sus tareas.

Los niños son además muy sensibles a las percepciones que de ellos tienen los adultos; perciben gestos, palabras, actitudes de las personas que están más cerca de ellos; sus padres y sus maestros.

Hay en esto pues una gran responsabilidad y a la vez un poderoso recurso en cuanto al éxito en el aprendizaje se refiere. Cuando los padres dicen constantemente a su niño que es tonto, que es lento, que nunca entiende, esas frases constantes, van haciendo una huella en su espíritu, de tal manera que el niño llega a convencerse de que esto es cierto y a actuar en consecuencia. Tristemente esto sucede también en la escuela, maestros sin sensibilidad, sin calma ni serenidad para guiar a sus pequeños alumnos, pueden, con sus comentarios, crear una profunda huella de tristeza y bloquear muchas veces de manera permanente el camino del niño hacia el éxito en el aprendizaje.

Visitaba en una ocasión un salón de clase para supervisar el trabajo de una alumna que hacía su práctica en un aula multigrado; mientras ella asignaba el trabajo a los niños se dirigió a Sarita y le indicó que se acercara para trabajar con un nuevo grupo. La niña se negó a levantarse de su asiento, yo me acerqué para ayudarla a llevar sus instrumentos de trabajo, pensando que quizás eso le impedía moverse rápido hacia donde le indicaba la maestra. Se negó de nuevo a ir, y entonces le pregunté suavemente: "¿por qué no quieres ir?, ella contestó: "es que yo soy de lento aprendizaje, y este es mi lugar."

Es un triste ejemplo de lo que sucede a los niños cuando los condicionamos negativamente en lugar de levantar nuestras expectativas y hacerles saber que esperamos que ellos sean capaces de realizar grandes y pequeñas proezas en el trabajo cotidiano del aula.

E.W (2004) dice que el elogio sincero y las palabras amables pueden hacer milagros en el aula de clase. Tuve una vez un pequeño alumno en la escuela primaria. La madre me lo trajo con un diagnóstico de su neurólogo: el niño padecía una atrofia cerebral, lo cual no le impedía aprender, pero requería de paciencia y motivación para avanzar en la tarea, a veces nada fácil, de aprender.

Cuando llegó a mi grupo, parecía completamente desinteresado de realizar cualquier tarea, se entretenía jugando con sus útiles, haciendo aviones de papel, saliendo del salón a su antojo y se negaba rotundamente a hacer el menor esfuerzo y trabajar junto con sus compañeros. A todas luces, este parecía un caso difícil.

Observé que era un niño muy ordenado, arreglaba su maletín de libros y útiles escolares varias veces durante la jornada, y antes de irse todo estaba perfectamente en su lugar. Este me pareció un buen punto para comenzar y hacerle saber que yo creía en él y en que podía lograr cosas si quería.

Le dije a sus compañeros que teníamos un niño con habilidades especialmente notables, "es capaz de mantener su maletín en orden y puede encontrar sin demora cualquier cosa que necesite; todos necesitamos desarrollar habilidades como esa, y creo que Luisito puede ayudarnos a aprender como hacerlo."

Una gran sorpresa se dibujó en su cara; no era un niño maltratado de ninguna manera, pero si se le había subestimado tanto en casa como en la escuela, pensando todos, incuído él mismo, que debía ser tratado casi como un bebé porque no era capaz de realizar las tareas que se esperaba que los demás niños cumplieran.

Hicimos los dos, Luisito y yo, un plan para que nos enseñara sus "técnicas" de organización de sus materiales y cómo mantenerlos así a lo largo de la mañana. Se dispuso con verdadero entusiasmo al compromiso; yo abría pequeños espacios durante la jornada para que él compartiera con nosotros sus estrategias y los demás se daban a la tarea con interés y respeto por su compañero.

Este fue el punto de partida para involucrar al niño en mucho proyectos y tareas, pronto se ganó el repeto de sus compañeros cuando notamos que tenía habilidades muy destacadas en el manejo de pequeños proyectos eléctricos, con bombillas, cables, tomacorrientes, etc; cuando decidimos realizar un concurso de preguntas y respuestas sobre historia y geografía del país, él nos sorprendió a todos elaborando un pequeño tablero con bombillas de colores y timbres que el concursante podía tocar y ser el primero si tenía lista la respuesta.

Así continuó el niño, desarrollando habilidades a su propio ritmo, mientras observaba que era tratado como todos los demás y que su maestra tenía altas expectativas con respecto a lo que podía hacer. Al terminar la primaria, Luisito se graduó con honores, sorprendiendo a todos los que una vez pensaron y comunicaron al niño con sus palabras y actitudes, que él no era capaz.

El niño necesita la seguridad que da el saber que los adultos confían en su capacidad, en que él podrá alcanzar sus metas, no importa el tiempo que esto le tome. Los niños responden positivamente a los desafíos cuando estos están a su nivel, cuando saben que pueden contar con nuestra ayuda y pueden confiar con la comprensión y la bondad del maestro o padre de familia. Esto es tan válido en el hogar como en la escuela.

En ocasiones el maestro se deja prejuiciar por el maestro del año anterior y las referencias que recibe de esos alumnos, esto le hace etiquetarlos y reducir sus expectativas a lo poco que sabe de cada niño, sin darles la oportunidad de recibir el nuevo año como una hoja en blanco y con sensibilidad y amor ayudarles a saber lo que son capaces de lograr solamente porque el maestro cree que pueden hacerlo.

Esto requiere también que el maestro sea un buen observador que pueda conocer las necesidades y habilidades de sus alumnos y sea capaz de atenderles de forma individual para plantear a cada uno los desfíos adecuados a su propio nivel de desarrollo. Decir a los niños cosas como "este objetivo que debemos alcanzar ahora, es difícil, pero no tengo ninguna preocupación, porque sé que ustedes son capaces e inteligentes y lo lograremos sin duda". La confianza y la estima del maestro es uno de los más valiosos motivadores para los alumnos

En resumen, sus pequeños alumnos podrán lograr tanto como usted crea y comunique que pueden hacer. Permítales saber que usted cree que son inteligentes, que pueden aprender, que lo van a lograr, que usted está convencido de que así será. Puede ponerlo en práctica con la seguridad de que esto le proporcionará a sus alumnos una provisión extra de motivación y apoyo.



1 comentario:

Anónimo dijo...

esta experiencia ud nos la conto.. muy linda y a mi en lo personal cuando tenia 6to grado en saltillo me funciono mucho hacerles saber a mis alumnos lo importantes y especiales que podian llegar a ser. areli