martes, 14 de julio de 2009

Un largo viaje

Mi madre está de visita; encontrarla de nuevo, ha sido para mí motivo de reflexión. Ella viene de un largo, largo viaje... llegó cansada, con las huellas del difícil camino en los surcos de su rostro, en las manos temblorosas, en el andar algo inseguro y lento.

Y porque no ha sido un camino fácil el que ha recorrido, yo quisiera que descansara un poco mientras está con nosotros, aunque su cansancio no es físico, lo trae adentro, vive con ella, es un cansancio que está hecho de tristezas, desilusiones, preocupaciones, afanes, trabajo duro pocas veces recompensado, ansiedades, anhelos nunca satisfechos.

En su vida también ha habido alegrías, afectos, búsquedas y gozo de encontrar; tiene la paz que le da el conocer al Señor y experimentar su amor y su cuidado.

Nos hemos visto pocas veces a lo largo de unos treinta y ocho años, en esporádias visitas, pero esa misma circunstancia nos ha permitido ver los estragos que el tiempo ha ido causando en cada una, en nuestros cuerpos, en nuestras voluntades, en nuestras ilusiones.

Ella me ha hecho a manera de confidencia una apreciación que quiere ser bondadosa, le parece que he envejecido, dice que debo cuidarme, mantenerme muy arreglada, y yo sonrío, sabiendo que la madre no quiere que la hija la alcance en su vejez, con frecuencia nos dice a mi hija y a mí con referencia a cualquier pequeño asunto: "ustedes están jóvenes", como si quisiera mantener esa distancia que el tiempo marca enorme cuando somos niños, y mucho más corta cuando somos viejos.

Encuentro que mi madre se ha vuelto frágil, vulnerable, siempre atenta a no incomodar, a mantenerse a discreta distancia.

Algunas veces la vida pareciera un largo camino, pero otras, parece tan breve! le mostré a ella un pequeño relato que escribí de tiempos lejanos cuando yo era niña, y la he visto reir y recordar ese pasado conmigo.

Tal vez el gran compañero de la vejez sea la soledad, y no precisamente la de estar sin companía, sino la que es bienvenida, la que nos permite estar cómodos con nosotros mismos, dueños de los recuerdos y del pasado que se ha acumulado sobre nuestras espaldas, dueños de una conciencia más plena de nosotros mismos y de los que somos, y de la propia soledad en que vivimos, soledad que sólo compartimos con el Dios amante que nos creó, nos conoce y nos comprende como ningún ser humano puede hacerlo.

Mi madre es blanda y frágil, todavía conserva un poco del color de los hermosos ojos claros de años mejores, ama las flores y la naturaleza, le encantan los dulces y los postres, las vajillas blancas, las recetas de cocina, los vestidos bonitos, los días de sol, los zapatos nuevos, levantarse tarde, cuidar de los pobres, y es irremediablemente hacendosa. Tiene cuatro hijos por los que aún no termina de preocuparse, por quienes ora fervientemente, y cuyas ausencias siente muy hondo, tiene un excelente sentido del humor y con frecuencia repite dichos y refranes sabios con los que transmitió sus valores a sus hijos.
Los hijos están siempre con nosotros, en nuestros pensamientos y oraciones, en nuestros mejores recuerdos, en nuestro anhelo de que sus vidas sean mejores y más plenas que las nuestras.

Después de esto, vienen los nietos, mi madre me ha hablado de los que tiene allá en su tierra, cerca de ella, los quiere mucho, y pregunta siempre por los que están lejos, disfruta la alegría de verlos, y se conmueve y goza con los bisnietos.

Estos días serán de confidencias, de complicidad, de hacer cosas juntas y de mucho conversar y compartir; deseo disfrutarlo al Cursivamáximo, tanto como deseo que ella también tenga un tiempo placentero con nosotros.

Es éste un momento en el que mi madre y yo, como dos mujeres maduras, podemos confrontar posiciones con serenidad y calma, cuidando de no herir a la otra, aunque digamos las cosas con franqueza, con claridad matizada con bondad y tacto. Es entonces cuando pienso que no es tan malo envejecer, que lo que los años nos han permitido aprender a través de nuestros propios errores, se ha convertido en una riqueza que nos capacita para comprender, compadecer, simpatizar, sanar, bendecir. Dios me conceda que mi madre atesore un buen recuerdo de estos días.

3 comentarios:

Lydiette G. dijo...

qué padre! en unas semanas más tendré el gusto de conocer a su mamá... yo acabo de ver a la mía y regresé muy feliz (=

Ruth Grajales dijo...

Muchas gracias Karen, gracias por leer estos pequeños ensayos, te lo agradezco de verdad.
La abuelita pues está aquí y tiene muchas ganas de conocerte.
Qué bueno que pudiste estar unos días con tu familia.

Anónimo dijo...

Este ensayo echa por tierra mis argumentos en el poema "Miedo". Y tiene razón, quizá la vejez no sea tan mala como uno cree.