lunes, 15 de febrero de 2010

Sin miedo

Al menos en los lugares en que fui a la escuela y en los que después trabajé como maestra, solía ser cosa común el miedo. ¿Miedo a qué?. En realidad a muchas cosas, uno podía estar ansioso y asustado por las más variadas razones, pero que yo recuerde, casi todos los miedos podían achacarse al maestro.

Cuando recuerdo ese pasado lo encuentro inexcusable, ¿acaso no debería ser la escuela el lugar más placentero y feliz?. Alguna vez ví una película cuya trama se desarrollaba en la época de la segunda guerra mundial; una escena presentaba el bombardeo de los nazis sobre una ciudad inglesa durante la noche. Al día siguiente, cuando los niños llegan a la escuela y la encuentran en ruinas, estalla el alborozo y gritan entusiasmados: ¡Gracias Hitler!, ¡Gracias!.

Constantemente están apareciendo nuevos paradigmas, propuestas que traen la esperanza de escuelas más felices, escuelas en donde el miedo no sea protagonista, y el aprendizaje se vista de alegría, de feliz expectativa y de curiosidad que genere deseo de saber y de aprender.

Creo que una de las cosas básicas que la vida nos enseña, es la constante y casi inevitable posibilidad de equivocarnos, lo extraño es, que siendo esto así, los maestros parecieran desconocerlo y como extraña consecuencia, siempre niegan a los niños esa realidad; es más, es un hecho que aprendemos mucho a partir de nuestros errores. ¿Por qué entonces en el aula de clase pareciera prohibido equivocarse?

Los maestros necesitan despojar al niño de sus miedos si es que en verdad desean que ellos aprendan, especialmente en razón de que esos miedos son inculcados por los mismos maestros; esto es válido también para los padres. Es necesario mirar al niño y al alumno de cualquier edad con comprensiva paciencia y con respeto.

Equivocarse debe constituirse en una libre y feliz oportunidad de aprender, la ausencia de miedo propiciará preguntas, declaraciones espontáneas, alegres iniciativas en la búsqueda de la verdad. Cuando el maestro descubre esto, abre la puerta a un amplio horizonte de posibilidades para el niño que no sólo es respetado en su ignorancia sino animado en su búsqueda de soluciones y respuestas a cada situación problematica.

Cuando no hay miedo en el aula, empezarán a surgir además las interrogantes y curiosidades naturales en el interior del niño lo cual le puede resultar más motivador ya que la búsqueda partirá de un interés personal.

Imagino un aula feliz, sin miedo a las preguntas no importa en que dirección vayan, del alumno al maestro y del maestro al alumno, sin miedo a moverse de su lugar, sin miedo a satisfacer su curiosidad, sin miedo a compartir, sin miedo a ayudar o a pedir la ayuda de un compañero, sin miedo ... porque su maestro "entiende".

Enseñaba una vez a un grupo de niños de primer grado elemental, era un grupo muy activo, sumamente despiertos y curiosos; me enfermé y no pude ir a clases por cerca de una semana.
Cuando regresé, uno de los pequeños corrió a abrazarme y me dijo ¡Maestra, qué bueno que regresó, es que olvidé mi mochila en el carro de mi mamá, y yo sabía que usted si iba a entender!

Me parece además sumamente liberador para el maestro el que sus alumnos comprendan que él o ella también se equivocan, que los padres también se equivocan , que en fin todos los seres humanos nos equivocamos constantemente, y que todos comprendamos que concedernos la libertad de dejar saber a los alumnos que equivocarse es un camino propicio para aprender, es una lección valiosísima y elemental.

Equivocarse es válido, y más válido aún el esfuerzo hecho para enmendar o corregir el error.
Escuelas sin miedo... no un sueño, debe ser una feliz realidad en cada aula, para cada niño.

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