miércoles, 18 de septiembre de 2013

Ausencia

Me gustaría madre, que cocináramos juntas, y después me gustaría poder llevarte al mall para que viéramos todas esas maravillas que exhiben los departamentos de cocina en las tiendas grandes. Compartíamos el gusto por esas cosas. Recuerdo la emoción que nos causaba a los niños y a mí, saber que vendrías a visitarnos. La emoción de la llegada de mamá es una sensación totalmente evocadora cuando somos grandes. Es tan poderosa la presencia de la madre y su influencia en nuestra vida, que pesar del tiempo y la distancia siempre está allí, siempre se siente. Yo tuve una madre bondadosa, complaciente, tranquila; ella sabía manejar las cosas de la vida con bastante serenidad, a veces con callada resignación. Me gustaría llevarte a visitar un jardín hermoso, ella amaba las flores, el mundo vegetal era objeto de siempre de su amoroso cuidado. Y me gustaría también llevarte flores, y ver cuanto te alegraban, llevarte una hermosa planta llena de promesas en botón, para ver la solicitud y el cuidado con que vigilabas el crecimiento de ese ser, porque eso eran para ti, seres vivos que debían ser cuidados y atendidos. Me gustaría llevarte a tu iglesia para que vieras a tus queridos hermanos que bendecías compartiendo lo que tenías. Qué bueno sería llevarte cualquier día de la semana a visitar alguno de tus pobres para quienes gustabas de hacer pan, dulces y cualquier otra cosa con que suplir sus vacías alacenas. Que maravilla sería abrirte la puerta cuando volvías del mercado hace años, con tus infaltables ayudantes de la calle, a quienes no dejabas ir sin un copioso desayuno caliente y un buen pago por sus servicios. Qué bueno sentarnos a conversar de tus años de juventud en la finca de los abuelos, y las añoranzas de aquellos tiempos de abundancia de comida y bienvenida generosa al hogar, de paz, de campo y de paseos a caballo, de familia... Me gustaría comprarte un vestido bonito y un bolso fino, también unos zapatos, tanto te gustaban estas cosas! No olvido cuando en el mes de junio, te encontré ya muy enferma y con la mente entre brumas y recuerdos confusos, me diste un regalo que guardabas desde hace meses para cuando yo fuera y me dijiste: "es un regalo chiquito, yo quería regalarle unos zapatos rojos". Ese era tu color favorito. Qué sabroso conversar con ese trato aparentemente distante y respetuoso con el que crecimos: "mamá, ¿a usted le gustaría que saliéramos a caminar?. Después encontré que los hermanos que nunca se fueron lejos, usaban ese tratamiento tan coloquial y tan propio de la región donde crecimos: "mamá, ¿vos querés salir?". Cómo me gustaría converar contigo de lo que pasó, de tu grave enfermedad, de tus pensamientos, tus temores, tus miedos frente a la muerte, la incertudimbre que te embargó en esos días, porque nunca supiste la enfermedad que padecías, quizás lo intuías... Qué bueno sería hablar contigo de esos días y de cómo te llegó la certidumbre de la muerte, de cuánto te consoló aquello en que creíste toda la vida. Cuán cercano sentiste al Dios en quien confiabas, si llegaste a entender o a aceptar lo inaceptable para tí, el fin de la vida. Cuando nos despedimos tuve la sensación de que no volveríamos a vernos, sin embargo, la muerte de un ser amado siempre nos sorprende, mamá murió a sus 88 años, pero ella hubiera querido llegar a los 100, por supuesto, en plena salud. Me gustaría invitarte a comer, madre; yo sé cuánto te gustaba ir a un restaurante de vez en cuando, o comprar bocadillos para llevar a casa, aunque nada disfrutabas tanto como cocinar para todos. Esta navidad te extrañaré, aunque fueron pocas las que pasamos juntas, pero sé que tenían para tí, particular encanto. Siempre voy a sentir tu ausencia, por ahora, tu recuerdo me oprime el corazón y siento las lágrimas y el sentimiento a flor de piel, pero un día quiero recordarte con alegría pero sobre todas las cosas... quiero volver a verte, volver a hablar contigo, volver a caminar juntas, a compartir el tiempo... sin despedidas!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay querida maestra llore al leer tus recuerdos, yo muy joven experimente esas perdidas que nos trae la vida. Cuando recuerdo tu dulzura, tu templaza y tu sabiduria, puedo creer que la recibiste de ella. Sin duda una gran mujer, que privilegio para ti haberla tenido ese tiempo como tu madre. Comparto su perdida y entiendo la ausencia, me conmovi grandemente, pero lejos de sentirme triste me siento feliz de haber disfrutado y aprendido de una madre. Abrazos con cariño. Perla J.